teatro

Revuelta de hormonas

Invasión de púberes reprimidos en el Gaudí. Sufren, aman y cantan muy bien. Es 'El despertar de la primavera'

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imma fernandez

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Al revolucionario Ever Blanchet, director y gestor del <strong>Teatre Gaudí </strong>y del Versus, no le asustan los números ni las multitudes. Mientras otras salas modestas, o no tanto, presentan elencos de bolsillo para cuadrar la caja en estos tiempos difíciles, va él y permite que una tropa de ¡13 actores-cantantes y 7 músicos! tomen, y de qué manera, el Gaudí.

Son los intérpretes del musical 'El despertar de la primavera', que cada noche (hasta el 29 de enero) abarrotan el pequeño escenario ante una platea entusiasmada. Un éxito de Broadway (con ocho premios Tony) servido sin más recursos que el talento y la energía de la joven compañía Origen Produccions. Así son los milagros en la casa de Blanchet.

No es la primera vez que una veintena de artistas invade de golpe la sala para mostrarnos lo que se cuece en Nueva York; ya sucedió con la estupenda 'The wild party' y con 'Per sobre de totes les coses'. Ahora es el musical basado en la obra de Frank Wedekind (1890), que hace tres décadas llevó Josep Maria Flotats al Poliorama. Triunfó el maestro entonces, y ahí estaba, en el Gaudí, un día de estas Navidades recordando lo suyo y disfrutando, o al menos lo parecía, de la nueva versión a cargo de Marc Vilavella.

UN ELENCO JOVEN

Vilavella firma un estupendo y vibrante montaje, apuntalado en las trepidantes coreografías de Ariadna Peya. Los movimientos de la 'troupe' en el reducido espacio, ocupado solo por unos módulos cúbicos -eficaz recurso- que se convierten en pupitres o lápidas, es uno de los grandes retos y aciertos de la propuesta. A sumar, los meritorios trabajos de Gustavo Llull (director musical), David Pintó (adaptación al catalán) y, por supuesto, del joven elenco -destacan los protagonistas Marc Flynn y Jana Gómez/Elisabet Molet-, y de los veteranos Mingo Ràfols y Roser Batalla o Rosa Vila.

La historia nos traslada a la Alemania de finales del siglo XIX, donde un grupo de adolescentes sufre las consecuencias del castrador sistema educativo, religioso y familiar. La revuelta de hormonas -el despertar a la sexualidad- y los yos quebradizos de esos hijos de la represión, el miedo y los abusos conducirán a la tragedia. Prohibida hasta 1912, la obra de Wedekind, liberal y revolucionario como Blanchet, lanza los dardos contra la sociedad opresiva de su época centrando el foco en los tabús sexuales. Un tema anacrónico (otros como los abusos siguen al orden del día) para un público entre el que en estas pasadas fiestas había niños (la sala recomienda el musical a partir de 14 años). Curiosa convergencia de extremos. De la adolescencia amordazada de antaño, a la desaparición de la infancia que vaticinó para nuestros días Neil Postman. En otras palabras, decía el sociólogo, no hay que dejar que los niños corran tan deprisa hacia la pubertad.