TEATRO

En un lugar de la Mancha

La compañía catalana Gataro y las quebequenses Sortie de Secours y Pupulus Mordicus adaptan el Quijote al teatro de marionetas

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José Carlos Sorribes

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Solo con atreverse a llevar al teatro una obra tan monumental, de esas dimensiones literarias, como la de Miguel de Cervantes merece una ovación. Ahí es nada subir a un escenario el texto bautismal de la novela moderna y con el que, por ejemplo, el cine no ha ofrecido una versión que se aproxime a la inalcanzable altura del original. La alianza entre una compañía catalana (Gataro) y dos de Quebec (Théatre Sortie de Secours y Pupulus Mordicus) aborda, por lo tanto, un reto mayúsculo en el Almeria Teatre dentro del festival Grec.

De su resultado cabe aplaudir, sobre todo, que 'Les véritables aventures de Don Quichotte de La Mancha' responde al talante de su iluminado, enloquecido, protagonista. Cuatro intérpretes (Víctor Álvaro, Savina Figueras, Pierre Robitalille y Nicola-Frank Vachon) despachan en dos horas buena parte del Quijote partiendo de su presencia en Barcelona, en un playa situada más o menos donde está la estación de Francia. Lo despliegan en un marco escenográfico austero, cambiante y con constante búsqueda de recursos imaginativos.

LA ÚLTIMA DERROTA

Fue allí donde se batió en duelo con un caballero, el bachiller Sansón Carrasco, disfrazado y conchabado con la sobrina del hidalgo, que le hará prometer tras su derrota que regresará a su pueblo y pondrá fin a sus caballerescas andanzas. A partir de ahí, se abre un ambicioso 'flash back' que nos lleva por episodios muy conocidos (la compañía de Sancho Panza, la batalla de los molinos, el amor por Dulcinea...) y otros que lo son menos. Se refieren a esa segunda parte de la novela de Cervantes, de mucho menor fama y relieve que la primera.

Idea, texto y dirección del quebequés Philippe Soldevila, de padres españoles, la pieza quiere ir más allá de la apuesta de abordar el Quijote al plantear un juego realidad-ficción. Para ello se sirve de la cuestionada novela apócrifa de Avellaneda, escrita como réplica tras el éxito de la primera parte. Es este un terreno más difuso donde un montaje siempre ambicioso navega por aguas algo cenagosas. El propio don Alonso Quijano se dedica a desmentir lo que se le atribuye en esta continuación, que fue anterior a la segunda parte que llevó la firma de Cervantes.

A través de ese juego de realidad y ficción se emplean siempre a fondo los actores, dos catalanes y dos quebequeses. Porque se expresan en francés, catalán o castellano, o actúan y mueven las marionetas del teatro de Maese Pedro, otro personaje de la novela. Es aquí, con el uso de títeres, cuando el montaje alcanza sus mejores momentos. No falta tampoco el recurso del vídeo en esta inmersión en la gran novela cervantina que adquiere entonces un tono más conferenciante. Convive, de forma algo forzada, con la cara más gruesa y popular de la comedia, que preside este acercamiento al ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.