Hermanos Lumière: con ellos empezó todo

Antes de Instagram, los selfis y la obsesión por compartir 'on line' cada momento de nuestra vida, mucho antes incluso de las películas caseras, vivieron dos hermanos de Lyón que gracias a su afán por capturar la realidad y sus innovaciones abrieron la puerta al futuro. Los hermanos Louis y Auguste Lumière patentaron el cinematógrafo, la máquina que dio origen al cine como lo conocemos, pero sería injusto considerarlos meros inventores: fueron los primeros autores. 'Lumière! La aventura continúa', una recopilación de 108 películas de 50 segundos que rodaron entre 1895 y 1905, ofrece una fascinante prueba de hasta qué punto la pareja cambió para siempre nuestro modo de contemplar y retratar el mundo.

De la selección se ha encargado Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes y del Instituto Lumière para la preservación fílmica, que además complementa todas las imágenes con su propia voz en off. La combinación de anécdotas y explicaciones que Frémaux proporciona quizá moleste a los puristas pero aun así resulta valiosísima para poner a los hermanos lioneses en su justo lugar.

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La narración empieza por el principio: hablando de 'Salida de los obreros de la fábrica', considerada la primera de las 1.422 películas que los hermanos llegaron a rodar, y en la que filmaron a sus propios empleados al final de la jornada. Frémaux nos informa de que en realidad existen tres versiones distintas de ella, y que lo que pareció ser una simple escena documental fue repetida hasta quedar a gusto de sus directores.

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Gracias a sus suculentos comentarios posteriores queda clara la atención extrema que los Lumière prestaban a la puesta en escena; comprendemos la importancia que daban a cuestiones como la posición de cámara y el encuadre, descubrimos que fueron pioneros en el uso del primer plano y el travelín y que, por ejemplo, rodaron la primera escena de 'slapstick' y el primer accidente automovilístico de la historia del cine.

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En última instancia, 'Lumière! La aventura continúa' ofrece un testimonio inestimable de un tiempo no tan lejano en el que la llegada de un tren provocaba el pánico entre los espectadores, y una simple batalla de bolas de nieve era capaz de hacerles sentir un nudo en la garganta.

Pero quizá la más conmovedora de todas las imágenes que recopila el filme sea la última: en un rincón remoto de Vietnam, unos niños corren tras la cámara, que se aleja y abandona la aldea. El objetivo se fija en la sonrisa de una chica, sorprendida y algo triste a causa del adiós. No sabemos quién es, pero aunque ya no forma parte de este mundo está claro que sigue viva.