CINE

Orgasmos de otro mundo

La cuarta película del mexicano Amat Escalante es una bizarra mezcla de realismo social, ciencia-ficción, cine de terror y erotismo

Nando Salvà

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El título de esta película puede aludir a un lugar en el espacio exterior, o a la problemática sociedad mexicana, o a los confines del deseo humano o, por qué no, a la imaginación forajida de Amat Escalante. Si con sus tres primeras películas -'Sangre' (2005), 'Los bastardos' (2008), 'Heli' (2013)- el mexicano dio muestras de una osadía casi irracional mientras retrataba de modo brutalmente realista la violencia y el terror que azotan su país, la cuarta es directamente obra de un loco.

'La región salvaje' transita entre el cine de autor y el de ciencia-ficción y entre el terror y el erotismo para contar un cuento moral sobre el poder curativo del sexo y el poder lesivo de la hipocresía sexual. Y para ello se sirve de un monstruo tentacular extraterrestre que, al parecer, es realmente bueno en la cama.

La película anuncia sus carnales intenciones desde el principio. Arranca con la imagen de un asteroide que flota en el espacio, y justo después vemos a una mujer recostada sobre un colchón sucio en una habitación oscura, llevada a la cima del éxtasis por algo que apenas vislumbramos, pero que claramente no es humano.

Pese a las heridas que le provoca, es una experiencia a la que la muchacha parece ser adicta. Poco a poco la veremos entrar en contacto con otros tres personajes -una joven madre, su machista marido y su hermano homosexual- y transformar de forma traumática sus vidas al hacerlos entrar en contacto -en contacto muy estrecho- con el viscoso amante, que poco a poco se revela como una vía de escape a los más reprimidos deseos sexuales.

LOS RINCONES OSCUROS

Lo que convierte 'La región salvaje' en una obra absolutamente única es su modo de campar a sus anchas en ese espacio recóndito en el que el realismo social intersecta con el macabro lovecraftiano.

Por un lado, Escalante reflexiona sobre la misoginia, la homofobia y la violencia institucionalizada, aunque resiste la tentación de convertir al monstruo en una mera metáfora de ninguno de esos asuntos; más bien lo usa para dejar claro que abrir las puertas de los rincones oscuros de nuestra libido puede resultar tan liberador como destructivo.

Por otro, decimos, hace frecuentes incursiones en el terror más grotesco, ninguna tan bizarra como esa imagen en la que animales de diferentes especies se reúnen para celebrar una orgía que funciona a modo de versión pornográfica del arca de Noé. Como en realidad la película en su conjunto, hay que verla para creérsela. 

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