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No hay paz para los virtuosos

'Un minuto de gloria' es una demoledora sátira sobre la desigualdad y la corrupción

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NANDO SALVÀ

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¿Qué haría usted si se encontrara un montón de dinero en la calle y no hubiera testigos? La mayoría de nosotros lo cogeríamos y a correr, pero no el héroe de 'Un minuto de gloria'. Tras descubrir el botín, el trabajador ferroviario Tzanko Petrov (Stefan Denolyubov) decide llamar a las autoridades de Sofía y devolverlo. Aunque sorprendente, su acto de honradez tiene un motivo: está indignado por la corrupción de la que es testigo a diario, ya sean los chanchullos financieros del gobierno búlgaro o el combustible que sus compañeros de trabajo roban para vender en el mercado negro.

Tzanko no es capaz de articular su ira debido a un severo caso de tartamudez que, eso sí, no le impide convertirse en una celebridad: su caso será convertido por una implacable jefa de Relaciones Públicas, Julia Staykova (Margita Gosheva), en una cortina de humo con la que desviar la atención de los trapos sucios del Ministerio de Transportes.

'Un minuto de gloria', pues, yuxtapone dos personajes muy opuestos: por un lado, una especialista en comunicaciones que vive pegada al teléfono y trata a patadas a sus subalternos; por otro, un hombre apocado que apenas puede comunicarse. Y los desarrolla con precisión y economía asombrosas para representar una sociedad a merced del fraude y crueldad.

UN VIEJO RELOJ

Con la excusa de honrar al nuevo héroe nacional, el ministerio organiza una ostentosa ceremonia, al final de la que Tzanko habrá sido manipulado y humillado y, peor aún, habrá perdido lo que más quiere. Antes de hacerle entrega de su premio, un reloj digital, Julia le pide a Tzanko que se quite de la muñeca su viejo reloj soviético. Inicialmente se niega -se lo regaló su padre-, pero la mujer le promete que se lo devolverá al final del acto. Por supuesto, olvida hacerlo.

A partir de entonces, la odisea en la se embarca para recuperar su viejo reloj -símbolo de su estricto código moral y un recuerdo de una época en la que las personas se respetaban las unas a las otras- se convertirá para él en una pesadilla y para nosotros en una afilada alegoría de un choque: por un lado, el estalinismo, tradicional y autocrático; por otro, un capitalismo que no es menos autoritario y sí está más podrido.

'Un minuto de gloria' es divertida. Mucho. Sin embargo, las risas no nos distraen de una certeza: que las desventuras de Tzanko no pueden acabar bien. Pero, aunque inevitable, la resolución de esta demoledora parábola se las arregla para ser impredecible, al tiempo que nos recuerda que ser honesto en un mundo corrupto no solo es muy difícil, sino absolutamente vano. 

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