TEATRO

Hasta que la muerte los separe

'Dansa de mort' trata de una pareja que se odia tanto que no pueden vivir el uno sin el otro. La versión de Jordi Casanovas en la Sala Muntaner

'Dansa de mort' trata de una pareja que se odia tanto que no pueden vivir el uno sin el otro. La versión de Jordi Casanovas en la Sala Muntaner

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JOSÉ CARLOS SORRIBES

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El título ya nos avisa. Porque 'Dansa de mort', de August Strindberg, es un baile pugilístico sin tregua entre una pareja que no se soporta, aunque no pueda separarse, tras 25 años de matrimonio. Ricard (Lluís Soler), un militar fracasado, chusquero y chungo, y Alícia (Mercè Aránega), una exactriz que nunca disfrutó de un día de gloria, viven un infierno matrimonial encerrados en una torre, una antigua prisión, de una isla en la que sopla la tramuntana. Un viento que puede enloquecer a cualquiera, y más a estos dos personajes. Él es un fantoche y un déspota; ella no anda muy atrás aunque en principio solo parece su víctima.

Poco a poco, Alícia enseñará las garras y el pusilánime Carles (Carles Martínez), su primo y amigo de juventud, será quien lo compruebe. Se presenta en casa de la pareja y nada dura el aire fresco que lleva a un ambiente tan cargado. Para muestra algunas de las frases de ella; qué puñaladas traperas. "Cuando él se muera no dejaré de reír", le dice Alícia a Carles. "Estoy enfadada contigo porque no te murieras antes de que yo naciera". Esta para su marido.

GOLPES BAJOS

Entre tanto golpe bajo nada debe extrañar que el director Jordi Casanovas haya dispuesto un espacio escénico central, con el público alrededor. Remite, sin duda, al cuadrilátero en el que se libra el pulso con los protagonistas que entran y salen. Como si fueran en busca de oxígeno para una nueva acometida. En el caso de Carles, más bien para defenderse de lo que le cae encima.

La versión de Jordi Casanovas, eficaz director de tres intérpretes con expediente magnífico, juega con el contexto temporal de forma sorprendente, aunque no caprichosa. Strindberg escribió en 1900 Dansa de mort, una pieza que deja al descubierto cómo quedó su ánimo tras tres fracasos matrimoniales. Casanovas nos plantea un viaje espacio-temporal. De Suecia a España y casi un siglo después, a una época clave de la Transición, la del 23-F. Pronto lo desvela con un trozo del discuso de la dimisión de Suaréz a través de la radio. También Casanovas deja pistas con frases de los personajes. "La investidura [de Calvo-Sotelo) es pasado mañana". "Hay un alzamiento en el Congreso". Y más claro es aún cuando se escucha el inolvidable, en el sentido más infame, "quieto todo el mundo" que precedió a los disparos de Tejero. El capitán Ricard, que apoya la asonada, le recrimina a Carles las ideas de sus amigos de "las chaquetas de pana". Alicia también se refiere a su marido y colegas: "Si fuera por esta pila de desgraciados, la democracia no habría llegado nunca".

Fogonazos, en definitiva, de otro tipo de miseria moral que encaja en una obra de teatro de texto, nada complaciente, de atmósfera asfixiante y apta para quienes no van solo al teatro a pasar el rato. Y más con tres intérpretes mayúsculos. La voz rotunda de Soler, por ejemplo, suena tenebrosa como nunca.