CINE

Un superpoder llamado dignidad

El director Sebastián Lelio propone una compasiva mirada hacia una mujer 'trans' que afronta un duro golpe

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Nando Salvà

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Marina y Orlando están enamorados. Pese a una diferencia de edad de 20 años, planean pasar la vida juntos. Él dejó a su esposa y su familia por ella. Pero una noche, tras una celebración de cumpleaños en la que promete llevarla de viaje a las cataratas del Iguazú, Orlando se despierta incapaz de respirar. Poco después muere en el hospital de un aneurisma

De repente, Marina se ve sometida a un terrible escrutinio. ¿La razón? Es una mujer transgénero, y eso no solo despierta sospechas en los doctores y la policía; horrorizados y furiosos, la exmujer y el hijo de Orlando harán lo que esté en su mano para que Marina ni asista al funeral ni reciba su parte de la herencia

A partir de esa premisa, la nueva película de Sebastián Lelio contempla a su heroína luchar por lo que le pertenece: su derecho a sufrir, y a ejercer su identidad en un mundo construido sobre binarios. Es un proceso basado en la humillación y la degradación, en el peligro y el miedo.

En cada conversación, Marina se ve obligada a soportar ofensas o condescendencia –ambas actitudes perpetúan su otredad–, y a seguir viviendo resignada a que su existencia saque lo peor de los demás mientras gestiona un dolor que, al parecer, no le está permitido sentir. 

ARMADURA DE DIGNIDAD

En su piel, la actriz Daniela Vega expresa con precisión el peso de la opresión constante que las personas transgénero soportan en una sociedad que aún tiene pendiente reconocer su humanidad. 

Pero pese a que su representación de esa causa la convierte en una obra del todo relevante, lo más destacable de Una mujer fantástica es su habilidad esquivando las trampas habituales del cine social y, en concreto, su negativa a hacer de su protagonista una figura trágica o digna de lástima.

Al contrario, Marina ha desarrollado una armadura permanente de dignidad y mantiene la cabeza alta ya sea soportando degradantes exploraciones físicas, experimentando muestras de aterradora violencia que tratan cruelmente de transformarla en el monstruo que otras personas ven en ella o derramando lágrimas en silencio una vez, finalmente, es capaz de experimentar cierta catarsis.

Y Lelio captura el proceso alternando crescendos dramáticos, pequeños destellos de humor, exuberantes secuencias musicales que inundan la pantalla de color y hasta hitchcockianos momentos de suspense que en realidad son una sofisticada pista falsa: no hay nada misterioso en los hombres y mujeres como Marina, por mucho que nos sigamos empeñando en lo contrario.

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