CINE

'Clash': la convulsa realidad de Egipto desde un furgón policial

La segunda película de Mohamed Diab ofrece un exuberante repaso de la primavera árabe egipcia y sus consecuencias

lo+ TODO UN PAÍS DENTRO DE UN FURGÓN lo-_MEDIA_2

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NANDO SALVÀ

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Lo más destacable de 'Clash' no es que ofrezca valiosas reflexiones sobre el enrevesado contexto que alumbró la primavera árabe egipcia y sobre los efectos causados por la caída del régimen de Hosni Mubarak en 2011 y la posterior elección de Mohammed Morsi; ni que asimismo retrate con avasalladora energía el caos posterior al derrocamiento de Morsi a manos del ejército dos años después, que convirtió las calles en infernal campo de batalla entre los partidarios de los Hermanos Musulmanes y los de las fuerzas militares. Lo más destacable es que se las arregla para hacer todo mientras permanece encerrada en un cubículo de ocho metros cuadrados.

El director Mohamed Diab, en efecto, ambienta enteramente su segunda película en la parte trasera de un furgón policial que avanza en el transcurso de un día y su noche a través de protestas y batallas callejeras. A medida que se llena de detenidos -partidarios de uno u otro bando, un par de periodistas, un discjockey, un seguidor del ISIS en potencia, un policía que ha desobedecido órdenes-, el vehículo va convirtiéndose en algo así como un microcosmos de todo un país.Mientras contempla puntos de vista y motivaciones políticas que chocan y temperamentos que entran en ebullición, la cámara de Diab se mueve inquieta por un espacio atestado que funciona como reflejo de una sociedad en la que no hay margen para maniobrar.

INJUSTICIA Y RABIA

En el proceso, 'Clash' transmite una intensa sensación de claustrofobia: también nosotros nos sentimos prisioneros en un espacio en el que el aire es tan escaso como la tolerancia y desde cuyas ventanas, alrededor de las que los personajes se apilan en busca de ventilación, se entrevén los aterradores disturbios que suceden en el exterior. Y, a medida que los policías que los mantienen cautivos se comportan de forma cada vez más inhumana, la sensación de injusticia y la rabia compartida hacen que cierta unidad empiece a surgir entre ellos.

El viaje se hace cada vez más peligroso. La furgoneta es víctima de balazos, pedradas y nubes de gas lacrimógeno que se cuelan por las rejillas y causan el mismo tipo de visión nublada que a día de hoy sigue lastrando al pueblo egipcio. Llega la noche y con ella una maraña de punteros laser, y fuegos artificiales convertidos en proyectiles, y disonantes sinfonías de gritos. No queda claro quién ataca a quién ni quién sobrevivirá en un país condenado a trastabillar al borde del colapso, y en el que la única posibilidad de empatía pasa por el sufrimiento compartido.