CINE

'Baby Driver', un ballet entre charcos de gasolina

'Baby Driver' hará aullar de gozo a los fans del cine de acción y a los amantes de los musicales

Llega al cine 'Baby Driver', un ballet entre charcos de gasolina

Llega al cine 'Baby Driver', un ballet entre charcos de gasolina

NANDO SALVÀ

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'Baby Driver' irrumpe del garaje con el motor rugiente, las ruedas chirriantes, las balas silbando y la radio escupiendo decibelios, y en ningún momento deja de pisar a fondo. Arranca con un atraco seguido de una huida a todo gas. De hecho, es una de las grandes secuencias de acción del verano cinematográfico, y lo que viene después es el tipo de entretenimiento imparablemente inventivo que en el pasado Hollywood fabricaba como churros.

Su argumento es puro arquetipo: habla de un criminal con corazón de oro, que trata de escapar de la mala vida y largarse hacia el horizonte con su nueva novia después de un último golpe, pero que permanece atrapado en el lado oscuro. En otras palabras, decimos, el tipo de historia que se nos ha contado miles de veces, y el director Edgar Wright es plenamente consciente de ello. Lo que a él le importa es generar sensaciones, y por eso en ningún momento se esfuerza demasiado para dar volumen a los personajes.

No se nos explica, por de pronto, cómo Baby (Ansel Elgort) aprendió a conducir, pero el caso es que al volante es un fiera. El coche se convierte en una extensión de su propio cuerpo, deslizándose con gracia por el pavimento y realizando acrobáticos giros para burlar a sus perseguidores. Puede que, por momentos, viéndolos a ambos uno se acuerde de 'Drive' (2011) pero, pero por su ritmo y su colorido y su euforia, 'Baby Driver' evoca más bien a 'La La Land' (2016).

BANDA SONORA

El principal rasgo de Baby es que solo es capaz de conducir con los auriculares puestos. Escuchar música a todas horas le ayuda a mitigar el constante pitido de oídos que sufre. Y toda la película transcurre al compás de esa banda sonora que solo él -él y nosotros, gracias a Dios- puede oír: 'Neat Neat Neat', de The Damned, es la canción perfecta para acompañar una fuga por la autopista; 'Debora', de T-Rex, ilustra a la perfección un romántico 'tête à tête' en una lavandería; 'Unsquare Dance', de Dave Brubeck, da textura sonora a la planificación de un robo.

E incluso cuando no hay canciones de fondo, Baby se mueve por la vida como lo haría en un musical, convertido en un instrumento con el que Wright puede hacer que un paseo matutino o una persecución a pie o sobre ruedas parezcan un número musical de Busby Berkeley.

Todos nos hemos imaginado alguna vez, mientras paseamos por la calle escuchando música, como los protagonistas de nuestra propia ficción, y podría decirse que 'Baby Driver' hace esa ficción realidad. Y en el proceso logra lo que todas las grandes películas: hacer que la queramos ver otra vez lo más pronto posible.

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