12 cuentos sin piedad

No soy tu muñeca

Muriel Villanueva, autora de 'La gatera' y 'El parèntesi esquerre', purga en los magistrales relatos de 'Nines' el dolor de la niña de ayer que condiciona a la mujer de hoy

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IMMA MUÑOZ

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Qué vértigo da asomarse a la obra de Muriel Villanueva. Qué vértigo -y qué pudor-, da saber que inclinas medio cuerpo para hundir la cabeza en sus temores, en sus dudas, en sus traumas, en su intimidad. Qué vértigo -y qué miedo- da pensar que no están tan lejos de los tuyos. Y qué envidia -¡qué envidia!- da comprobar que alguien tiene la valentía de mirar a las zozobras a los ojos, de poner rostro a los fantasmas de la infancia, y, sobre todo, de contárnoslo así.

Muriel Villanueva (València, 1976) ha escrito un pequeño libro gigante. Se llama 'Nines' y lo ha editado Males Herbes, que ya publicó su trabajo anterior, 'El parèntesi esquerre' (2016). El debut en tapa verde fue una novela sobre una mujer que, tras la muerte de su marido y con un bebé en brazos, tenía que reescribirse. En esta ocasión es una colección de cuentos depurada con calma y mimo para que las historias no se sucedan, sino que sumen hasta formar un todo que, como siempre en la obra de Villanueva, habla de ella y de sus orteguianas circunstancias: su feminidad, su maternidad, su sexualidad, y el peso de su familia en su dificultad para lidiar con todo ello.

MUJERES QUE SANGRAN

«He escrito los cuentos a lo largo de varios años. ¿Por qué con las muñecas como hilo conductor? Supongo que me empezaron a llegar historias con muñecas de por medio y vi que ahí había un libro. Escribí más que los que hay aquí [son 12], pero eliminé aquellos que eran pura ficción e incorporé otros en los que la parte personal, la autoficción, estaba más presente. Eso es lo que, al final, ha dado entidad de libro a los relatos», explica. Unos relatos escritos sin concesiones, ni de forma ni de fondo. Unos relatos sobre niñas que tienen dos madres pero sienten que no tienen ninguna, sobre mujeres que sangran por la vagina y por el corazón; unos relatos que tuvo que doler escribir, que duele leer y que inquieta pensar cómo deben de sentar en su entorno.

«Siempre tienes miedo a molestar con lo que has escrito. Pero este libro, para ser lo que yo creo que tiene que ser, necesita que yo explique la verdad. Por eso, los cuentos en los que había ficcionalizado más los hechos han caído, o han caído las capas de cebolla que había puesto para proteger a algunas personas. Las dos madres de algún relato eran, al principio, una madre y un padre. Pero eso no tendría sentido», explica. ¿Quiere decir que todo lo que cuenta es cierto? «No. Hay mentiras, pero mentiras al servicio de la verdad», sonríe Villanueva. Claro: si no, no sería la altísima literatura que es. «A veces sientes un poco de culpa por si les afectará lo que leen -continúa-, pero creo que hay que sobreponerse a eso. Por responsabilidad. No podemos hablar solo de lo bueno. Por eso yo escribo historias como la que habla del abuso ['La seva nina'] o la del aborto ['Nina de Playmobil']. Yo he tenido tres abortos, y te sientes muy sola. Cuando lo cuentas, resulta que es muy frecuente, pero nadie te lo había dicho». «'La meva pregunta es per què coi no ens ho expliquem quan passa i per què ens esperem que passi als altres per dir doncs jo també i per què ens deixem soles les unes a les altres'», escribe Villanueva en un acto de metaliteratura, otra de las constantes de su obra.

'YO, AQUÍ, ESCRIBIENDO ESTO'

«A mí lo que me gusta es reflexionar sobre el hecho de escribir. Por eso lo explicito tantas veces en mis historias: 'Soy yo, aquí, escribiendo esto'». Por eso, también, ha renunciado definitivamente a una plaza de maestra de música («llevaba años en excedencia») para dedicarse a impartir cursos de escritura. «Estuve una década en el Ateneu, pero ahora voy por libre». Da clases en Catorze, l'Escola d'Escriptura de Lleida y la librería Al.lots, y lleva tiempo detrás de un proyecto de cine que le hace mucha ilusión: convertir en un corto 'Nina de paper', otro de los cuentos de 'Nines'.

Todo para no ser como las muñecas de sus cuentos, correlatos de las niñas que aparecen en ellos, seres estáticos atrapados en cajas, seres para ser mirados, fáciles de manipular o, casi peor, de ignorar. Seres a los que, si se pusiera un bolígrafo en la mano, harían lo que ha hecho Villanueva: purgar el dolor en relatos que, más que una tirita, tienen que ser el punto y final de un repertorio recurrente. Encontrar la fuerza para decir a su creador: «No soy tu muñeca».