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Nuestros vecinos del quinto pino

La trotamundos Dolores Payás nos acerca en 'Desde una bicicleta china' a un pueblo que ha entrado en nuestra cotidianidad pero no en nuestra vida. Y desmonta cuentos chinos

CONEXIÓN SINO-CATALANA

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Imma Muñoz

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El vecino. Ese gran desconocido. Y si tiene la tez cetrina, los ojos rasgados y un montón de leyendas urbanas a la espalda, ya ni hablamos.

Barcelona se ha llenado de vecinos del quinto pino, concretamente de Fujian Zhejiang, dos provincias del sur de China acostumbradas a ver a su gente partir en busca de oportunidades. Los saludamos al entrar en muchos bares, supermercados, peluquerías, tiendas de ropa y en el 99,9% de los Todo a 1 euro de la ciudad. Los saludamos, coexistimos con ellos, pero no los conocemos.

Dolores Payás desanduvo el camino que anduvieron estos nuevos vecinos hace un lustro. Desde entonces, vive la mitad del año en China y la otra mitad, en Grecia. «Cuando me canso de la contaminación», dice. Es lo que tiene haberse decidido a apostar por la literatura, tras toda una vida trabajando como guionista de televisión: que allí donde está tu portátil está tu sustento, y no tienes por qué anclarte a ningún lugar. Aterrizó en Pekín siguiendo a su pareja y se quedó porque se divierte enormemente. Pero cinco años después sigue pensando que apenas sabe nada de los chinos. «Vivimos vidas paralelas, aquí y allí», lamenta.

Así que se puso a observar, y a relacionarse, y a escribir para entender lo observado y entender lo vivido, y el resultado es '<strong>Desde una bicicleta china</strong>', 22 textos cada uno de su padre y de su madre pero que se reconocen primos por unos rasgos en común: la cuidada prosa y una mirada en la que el cariño no está reñido con una saludable mala leche que jamás de los jamases pretende ofender. «Todo mi respeto y mi admiración por el pueblo chino, que en 60 años ha logrado sacar el país de la miseria. En Pekín hay personas mayores que aún se saludan con la frase: '¿Has comido hoy?'. Hoy ya nadie pasa hambre», asegura Payás.

VISIÓN LITERARIA DEL PAÍS

Tampoco pretende, advierte en el arranque de su libro, «catalogar a los chinos, o siquiera hacer de ellos una descripción somera». Le parece imposible. Por las diferencias que hay entre las diversas partes de tan gigantesco país, por las vidas paralelas y por lo difícil que resulta entrar en sus hogares. «No los suelen abrir, mucho menos a los extranjeros. La casa es para ellos una especie de lugar sagrado». ¿Qué pretende, entonces? «Desmentir mucho cuento chino. No me gusta cómo habla de China la prensa: 'El gigante asiático extiende sus tentáculos...' Yo tengo una visión literaria del país. No pretendo teorizar sobre su sociedad ni entro en cuestiones políticas. Solo ofrezco mi experiencia como expatriada. Y quiero destacar que ellos están mucho peor tratados aquí que nosotros allí. Aquí los miramos por encima del hombro, y en cambio ellos allí nos tratan con un gran respeto. Si no, no sobreviviríamos».

A lo que sí que se atreve es a señalar algunos rasgos de su carácter. «Tienen un gran sentido del humor, y hablan y ríen mucho. A veces parecen latinos. Y son muy sentimentales, de un modo casi infantil: les encantan las teleseries, y lloran a mares con ellas. Si un adjetivo se les puede poner, es hiperbólicos. En ese país, todo es una hipérbole».

Nadie lo diría viendo lo comedidos que son en su/nuestro día a día. «Eso es porque son muy prudentes, como la gente que ha sufrido». Así que ya lo sabéis: tras el mostrador, puede haber un jovial amigo. Conozcámonos.