Los restaurantes de Pau Arenós

Taverna Hofmann: qué grande el arroz

[Este restaurante ha cerrado]

Habla ella de unas lentejas que no se atreve a servir por esos calores que hierven Barcelona. La cocina de la abuela, pero qué abuela

Mey Hofmann, en el comedor de la taberna. Foto: Carlos Montañés

Mey Hofmann, en el comedor de la taberna. Foto: Carlos Montañés

Pau Arenós

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¿Dónde están los arqueólogos del paladar, los paleogastrónomos, para diferenciar qué se come en una bodega, en una fonda y en una taberna? Pero no en el siglo XX, sino en el XXI cuando en las fondas ya no hay hospedaje y solo queda el señuelo del cartel.

Las palabras han dejado de tener sentido en favor de los sentimientos. Los tres términos quieren dibujar en la mente del comensal la misma idea, en la que se mezclan la cazuela, la abuela, el pasado y ese tapeo sin tiempo acabado de urdir pero que parece que siempre nos haya acompañado.

Cuando la maestra Mey Hofmann puso el sustantivo 'taberna' ante su apellido hubiera podido escribir 'fonda' porque el objetivo era el mismo: “Es comida que gusta a todos, un registro de cocina que se fue perdiendo”. Casera: no lo es del todo. La propuesta es que traslade los platos con los que engatusa a sus nietos cuando la visitan desde Milán.

Habla ella de unas lentejas que no se atreve a servir por esos calores que hierven Barcelona. La cocina de la abuela, pero qué abuela. La TH ocupa un espacio que hasta ahora ha tenido poca suerte: fue Cal Xim en su versión barcelonesa y Foc Ca La Nuri. Comí en ambos, y bien, escribí sobre los dos. Me temo que en sus cierres tuvieron que ver los precios. Mey lo sabe y busca esa contención en torno a los 30 euros. Deseo que se quede mucho tiempo para que esto no se convierta en una gacetilla inmobiliaria.

"Equipo joven y nuestro". Gente formada en el restaurante grande y en la escuela. El resultado es magnífico. Un solo 'pero': demasiada sal en el bacalao cubierto con 'allioli', de delicada textura. Unas copichuelas de Furvus 2010 para muscular la boca. Un pan rústico de come-y-come-y-come. ¿Para cuándo una panadería?

Entro con el 'cromesqui' de 'peu de porc', ah, pegamento; el buñuelo de bacalao y la croqueta de rustido.

Alcachofas en dos cocciones con jamón entibiado. Me relamo con el capipota con garbanzos y aunque me sella los labios tengo que decir: ¡bueno! “También me interesa hacer platos que no puedo servir en el gastronómico, como esos garbanzos”.

Qué grande el arroz, en cazuela de hierro, con salchichas y 'sepietas', ya en el ránking de los mejores de la ciudad. Fuera ese 'min 2 pax'. A favor del #arrozparauno.

Postres llegados de la Pastisseria Hofmann, en el Born: Mey es una gran repostera y mima los vasitos, virguerías que caben en una mano. De yuzu (cítrico japonés), de chocolate blanco y aquel 'cheese cake' que la enloquecía de niña pero aligerado según la demanda de estos tiempos.

Taberna, bodega o fonda, qué más da, lo único importante, Mey, es que sirvas la tarta de sardinas con tomate, plato que te acompaña desde siempre, puente hacia tu otro restaurante y tu biografía.

Atención a: la brasa, instalada en el comedor.

Recomendable para: los interesados en la 'retrococina'.

Que huyan: los que temen la contundencia.