Los restaurantes de Pau Arenós

Fonda Europa: Índice Abuela

Foto: ANNA MAS

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Pau Arenós

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De la bistromanía a la fondamanía. Regresan con espíritu renovado las casas de comida. La más veterana, la Fonda Europa de Granollers, da la alternativa a la Fonda Gaig de Carles Gaig y al Petit Comitè de Fermí Puig.

Hay una manera de ser feliz en los restaurantes: eligiendo bien, de ahí la exigencia de seleccionar también con tino a los prescriptores, críticos o cronistas. Si quieres un chuletón, no vayas a un chiringuito tecnoemocional. Si te apetece una pizza, no entres en un asador. Tras la obviedad, anunciar la creación del Índice Abuela, una medida para señalar la fidelidad de los locales a lo popular o a lo vanguardista. Ese imaginario Índice Abuela se materializaría con una yaya troquelada para colgar en la puerta del restaurante.

La Casa Fonda Europa merece un Tres Abuelas: un sitio para todos los públicos al que puedes llevar a la parentela al completo, con o sin dientes, bebés, ancianos, tías solteras, casadas, divorciadas, tíos con bigote y puro prieto, sobrinos a los que meterías bajo una campana de plata como si fueran capones.

A menudo es díficil disfrutar en los restaurantes con mayores o menores: no hay un puñetero plato que les apetezca. Cualquier desviación del recto camino les parece un sacrilegio, ¡profanación, blasfemia! ¿Canelones? Vale, pero sin fantasía. Canelones según el mandato de la Santa Orden de los Canelones Puros. Así no hay manera de ser dichoso.

Para cumplir con el segmento conservador de la tribu existe la Fonda Europa, con una cocina inamovible pero que tampoco está momificada. En esta casa bicentenaria ofrecen con alegría y mandiles largos ese estilo retro que vuelve, como regresaron los pantalones de campana y, cualquier mañana, las hombreras gigantes de los años 80.

Al menos hay que ir una vez al año a la Fonda Europa en familia, con mucha familia, presentar los respetos a Ramon Parellada (Granollers, 1955) y pedir, entre otras viandas, el arroz con pichón (tostado, firme, profundo), los calamares a la romana, las croquetas de rustido, las alcachofas fritas y, como postre coronador e imperial, el 'tortell de nata'. Tres Abuelas, hip, hip, hurra.

Restaurante buenrollista, recibe con una bolsa de patatas de churrería, pan de miga densa y un aceite magnífico. Los niños son bienvenidos y los camareros les hacen cucamonas, cosa que agradecen los padres desesperados. Por las mañanas, 'esmorzar de forquilla', poco recomendable para almas cobardes. A esa hora temprana baja de categoría en el índice: de Tres Abuelas a una. No hay cadera que aguante el mambo gastronómico.

'Capipota', 'galta amb bolets', fricandó, sopa de rape, 'mongetes del ganxet' recién salidas de la olla, cordero a las 12 cabezas de ajo...

Puntos de cocción bien medidos, una cordialidad muy profesional, una atmósfera de casino de pueblo idealizado, que sugiere esos casinos de pueblo a los que nos hubiera gustado ir de pequeño.

Dirigiendo la obra laica, Ramon Parellada y su mujer, Inés Bordas, con Llorenç Ramos en la cocina, tanto en esta como en la del barcelonés Senyor Parellada, que cumple 25 años.

"Existe la bistromanía y la fondamanía. El bistró catalán es la fonda. Y todos vuelven a ella, al concepto. Fonda Gaig, el Petit Comitè de Fermí Puig...", explica Ramon desdoblado en filósofo de manos vaticanas.

Fondamanía, pues. Que lo apunten los ideólogos: el bistró catalán se llama fonda y esta tiene Tres Abuelas.