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Teatro en la mesa

Sentarse ante un plato aquí se convierte en escenario. Esta es una obra de teatro con servilleta. La historia se escucha, se paladea, se huele con los ojos vendados

TEATRO EN LA MESA_MEDIA_2

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Ana Sánchez

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Entras en el restaurante con la risita nerviosa del que se cuela en una casa encantada. Lo único que sabes es que te van a vendar los ojos en cualquier momento. «¿Hola?». «Hola». Diez comensales se arremolinan en la entrada, se presentan con timidez de cita a ciegas. Terminarán cogiendo más confianza que en casa de Bertín Osborne.

Te ofrecen copa de cava y uvas con queso. «Que saben a beso», justifican Eva y Erika. En cuando te despistas, bajan la persiana del local por dentro, como si fuera el bar de carretera de 'Abierto hasta el amanecer', el de Tarantino, el que estaba apestado de vampiros. Nadie busca de reojo una potencial estaca. Aquí no lo tendrás crudo, eso seguro. Todo está cocinado en su punto.

«Bienvenidos a este viaje sensorial», anuncia Eva. Entras en una sala a la luz de las velas con la mesa puesta. Te sientas, te vendan los ojos y le empiezan a echar teatro. Aquí sentarse en una mesa se convierte en escenario, prometen las dos protagonistas. La historia se digiere mejor, desde luego.

Esto es Teatro en la Mesa. Es bastante literal: «Es un concepto teatral que se desarrolla durante una comida o cena en una mesa», detallan sus creadoras, las actrices Erika Nieto, de Almería, y Eva Díez, de Cádiz (llevan tres años en Barcelona). 'Clavo de olor', se llama su primera producción sobre mantel. Es una obra de teatro que se huele, se paladea, se toca. La comida tiene relación directa con la historia.

"TE ABRE LA IMAGINACIÓN"

«Jugamos con los sentidos -explica Eva-. Con olores, con sabores, con el tacto». Los ojos vendados ayudan. «Te abren la imaginación -añade la actriz gaditana-. Como vivimos en un mundo tan visual, usar el resto de sentidos te despierta nuevos paisajes. También toca un nivel muy profundo».

«¿Quién me pasa el pan?». Julia abre la veda de los chistes a oscuras. «Nadie saldrá en las fotos con los ojos cerrados», añade Guillem entre risitas. Los comensales-espectadores cogen confianza exprés. Hablas en cuanto la obra lo permite -no hay móvil que mirar-, brindas por tanteo, preguntas antes de catar a ciegas, ¡mierda!, otra vez te ha llegado el tenedor vacío a la boca.

«Que levante la mano quien se haya comido el envoltorio de papel», se ríe Julia. Levantas la mano por inercia, aunque nadie te ve. Parece más fácil relacionarse sin verse. «Hay algo que te une», apunta Erika. Te ponen una venda y te quitan la vergüenza. La oscuridad desinhibe.

¿Lo que más gusta al público con servilleta? «Te envuelven en la historia», dice Valentina. «La facilidad de hablar con el resto», destaca Olga. «No sabes lo que pruebas», apunta Anna. «Estás más dispuesto -añade Julia- porque desarrollas los sentidos». Lo que nadie puede negar es que es una obra de teatro que está para comérsela.