CIUDAD ON

Barcelona no pierde los papeles

Hace tiempo que la ciudad tiene quienes velan por sus tesoros: el Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona cumple 100 años

'Vista de la Plaza Nueva y de una de las puertas antiguas de Barcelona'. Grabado de Reville et Couché fils (1806)

'Vista de la Plaza Nueva y de una de las puertas antiguas de Barcelona'. Grabado de Reville et Couché fils (1806)

DAVID TORRAS

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A cualquier hora, un ir y venir de turistas acarician el caparazón de la tortuga, encantados de cumplir un rito que nadie sabe muy bien cómo comenzó, de la misma manera que se lanzan monedas en la Fontana di Trevi con la ilusión de volver algún día a Roma o se pone el amor bajo candado en los puentes de París como si así pasara a ser inquebrantable. Que se sepa, nadie ha demostrado que ese gesto repetido a la entrada de la Casa de l'Ardiaca traiga suerte, pero la ciudad puede sentirse afortunada del tesoro que se esconde detrás de ese galápago, al que acompañan tres golondrinas y unas hojas de hiedra: el Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona.

Ese buzón de piedra, obra de Domènech i Montaner, ya no traga cartas como en sus primeros tiempos, cuando acogía el Colegio de Abogados y el arquitecto catalán trazó un simbolismo sobre la justicia, que vuela alto y en libertad como un pájaro, pero a la que los enredos administrativos y burocráticos representados por la hiedra condenan a ir a paso de tortuga. Pero ahí dentro hay miles y miles de cartas y documentos, custodiados por devotos artesanos, que guardan y miman los testimonios de la historia de Barcelona.

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El Arxiu Històric cumple 100 años, un siglo de vida «al servicio del patrimonio, la información, la investigación y la cultura», que celebra con una larga lista de actos, entre ellos una jornada de puertas abiertas (10 de junio). Cinco días después, en el Corpus, en el patio de la casa se escenificará como manda la tradición un hipnótico baile: L'ou com balla.

PATRIMONIO CIUDADANO

«Cualquier ciudadano de Barcelona tiene parte de su historia aquí. Es su patrimonio. Si quieres saber qué ha pasado en tu ciudad, ven y lo verás. No somos conscientes de lo que tenemos porque la memoria cada vez es más corta, y es un error», explica Carme Martínez, responsable del área de fondos y colecciones. «La gente tiene la imagen de que los archivos son sitios oscuros y aburridos, pero hace tiempo que la política es darlos a conocer», añade Esteve Barandica, responsable de los programas públicos.

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Dos entusiastas que hablan con pasión de lo que es mucho más que un trabajo, y que se sienten unos privilegiados, conscientes de que tienen entre manos un material único. Un pozo de sabiduría sin fin porque, aunque parezca mentira, queda mucho por descubrir. Igual que aparecen ruinas bajo tierra cuando es fácil pensar que ya no queda nada por desenterrar, siguen cayendo joyas en sus manos. El fondo no deja de crecer. El listado es imponente: 140.000 títulos de libros de fondo bibliográfico, 15.000 de hemeroteca (una de las más importantes de Europa) e incontables fondos medievales, gráficos y orales. Siete kilómetros lineales de documentación.

«Hasta el siglo XIX la palabra archivo no se entiende. No está en el vocabulario. Solo se guardaban los documentos jurídicos de propiedades para certificar lo que era tuyo, y la cultura estaba en manos de la Iglesia. Pero llega un día en que los historiadores y los cronistas empiezan a buscar documentos», expone Martínez.

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El de Barcelona es uno de los primeros en nacer (1917), aunque sus orígenes se remontan al siglo XIII, cuando se creó el régimen municipal de la ciudad a partir del privilegio otorgado por el rey Jaume I. En 1922 se trasladó a la Casa de l'Ardiaca, que correspondía a un cargo eclesiástico.

TALLER DE RESTAURACIÓN

En los inicios, fue fundamental el papel del primer director, Agustí Duran i Sanpere, que se dedicó a adquirir archivos y fondos privados, en medio de muchas dificultades por la dictadura de Primo de Rivera. Una de las series más importantes del Arxiu son las actas municipales (desde 1300), uno de los mejores retratos de la vida y la historia de la ciudad.

Gemma Valls tiene un trabajo quirúrgico. Con bisturí incluido. «Debemos estar pendientes de las infecciones y una de mis tareas es dar los primeros auxilios», dice. No es médico, pero como si lo fuera. Los documentos son sus pacientes y a ella le corresponde velar por su salud. Es la responsable del taller de restauración y la que detecta cúando y cómo hay que intervenir. Hay que hacer control de plagas, ambiental y de instalación, revisiones para modificar el entorno si hace falta mejorar la conservación. Los documentos que necesitan una intervención más profunda se restauran externamente. Hay que priorizar, porque no es barato.

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En su camilla, ella pone remedio a unos cuantos males, con el papel japonés como gran aliado, en una cura que se hace dejando huella conscientemente. «Todo lo que se añade ha de resaltar, sin disimularlo y ha de ser reversible. Ha de quedar integrado pero se ha de ver lo que es original. Es un trabajo muy laborioso, muy lento, de muchas horas», dice, sonriente, encantada de mantener ese espíritu de cirujano en un quirófano tan especial.

EL CAMBIO DIGITAL

Durante años, el Arxiu fue un lugar habitual de peregrinaje para muchos estudiantes, el único camino para encontrar documentación y que pasaba por horas y horas escudriñando páginas y páginas de diarios, que acababan convertidas en un montón de fotocopias. «Ya no hacemos», afirman. Los nuevos tiempos. Ahora se ha abierto una nueva ruta, la de la digitalización, una inmensa puerta por la que caben muchos más usuarios.

«Las nuevas tecnologías son una herramienta de trabajo que nos ayuda mucho en la difusión, y ese es el objetivo: poder llegar a más gente y dar comodidad», reconoce Carme Martínez, aunque con el matiz de que la digitalización no es una garantía en cuanto a conservación.

A diferencia de la microfilmación, que tiene una durabilidad asegurada de 150 años, los cambios tecnológicos constantes obligan a ser más cautos. Así que el microfilm se mantiene por lo que pueda pasar. «Los datos de los últimos años nos dicen que disminuye la consulta presencial pero aumentan exponencialmente las consultas via internet», confirma Barandica sobre lo que significa este cambio.

Así que mientras los turistas desfilan acariciando el caparazón de la tortuga como una simple atracción, en la Casa de l'Ardiaca velan por perpetuar la historia de la ciudad, con la curiosidad de un arqueólogo para encontrar tesoros escondidos y la delicadeza de un orfebre para tratar un trozo de papel como una piedra preciosa. Ya tienen 100 años. Y que cumplan muchos más.