Woody Allen, ni más ni menos

El director neoyorquino presenta en Cannes 'Irrational man', que recicla sus asuntos y obsesiones de siempre

Woody Allen, tras la presentación de 'Irrational man', ayer en Cannes.

Woody Allen, tras la presentación de 'Irrational man', ayer en Cannes. / periodico

NANDO SALVÀ / CANNES

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Woody Allen lleva tanto tiempo rodando películas a su manera que hemos llegado a aceptarlas en sus propios términos. Si te gustan, bien, y si no, es problema tuyo. Y, cada vez más, su manera de hacer cada película nueva es meter en una coctelera las mismas piezas usadas para hacer las anteriores, sacudirla un poco y arrojar sobre la pantalla el mejunje resultante. Para quienes lo van a consumir, en general, que tenga buen sabor no es tan importante como que tenga sabor a Woody Allen.

En este sentido su nuevo trabajo, Irrational man, no defraudará. Presentada ayer fuera de concurso en el Festival de Cannes, podría considerarse la tercera entrega de una trilogía del neoyorquino sobre Dostoievsky aunque, eso sí, más liviana que las dos previas, Delitos y faltas (1989) y Match point (2005). Como aquellas, gira alrededor de un asesinato cometido por un personaje vagamente basado en el protagonista de Crimen y castigo y de las consecuencias de esa decisión existencial, pero en este caso el motivo para matar no es el amor o el dinero sino la búsqueda de un propósito vital.

«No creo que sea un hombre más irracional que el resto de nosotros", aseguró ayer Allen de su nuevo antihéroe a pesar del título de la película. «Por ejemplo, la gente necesita creer en algo y por eso escogemos religiones y creemos que cuando muramos iremos al cielo, y ese pensamiento es igual de loco que matar a alguien para que tu vida mejore», añadió al describir a Abe, un profesor de filosofía alcohólico que se embarca en un affaire con una de sus estudiantes, Jill (Emma Stone).

En su piel, Joaquin Phoenix luce una rotunda barriga diseñada para sugerir dejadez y abandono, y lo cierto es que es inevitable sentir que el propio cine de Allen hace tiempo que ha echado barriga. Irrational man es una nueva confirmación -una de tantas desde hace casi dos décadas- de que el cineasta ya no hace ejercicio, no suda la camiseta. Se conforma con repetir las mismas fórmulas narrativas, las mismas voces en off que nos cuentan aquello que ya estamos viendo en pantalla, la misma desidia respecto a cuestiones como la puesta en escena o la composición. «A lo largo de tu carrera aprendes muy poco», confesó ayer. «Si pudiera, volvería a rodar todas mis películas de forma distinta. Por eso no vuelvo a ver jamás ninguna de ellas».

«SER SERIO COMO BERGMAN» / Es fácil reconocer en Abe a un personaje prototípico de Allen, un intelectual arrojado a extremos psicóticos por sus ansiedades, entre ellas la certeza de que jamás podría cambiar el mundo. Pero todo cambia cuando, un día, él y Jill oyen furtivamente una conversación en una cafetería, en la que una mujer desesperada relata cómo su exmarido ha logrado la ayuda de un juez corrupto para arrebatarle la custodia de sus hijos. Y entonces Abe empieza a pensar en que, si alguien matara al magistrado, el mundo sería mejor.

Lo que ofrece la película a partir de esa premisa ni es suficientemente serio para convertirla en un drama ni posee la gracia necesaria para funcionar como comedia, aunque sin duda esa es la intención de Allen. «Siempre quise ser un cineasta serio, como Bergman. De joven era muy serio y aburrido y, de haber sabido cómo, me habría dedicado a hacer películas serias y aburridas. Pero para eso nadie me quería dar dinero, de modo que he tenido que dedicarme a hacer comedias».

AMABLE PERO OLVIDABLE / Al final, Irrational man no es sino otra de esas películas amables pero olvidables que Allen parece dirigir con los ojos cerrados. No le pasa nada particularmente grave -y considerando qué bajo cayó con Magia a la luz de la luna (2014), sería injusto ponerle pegas-, pero tampoco posee nada a lo que realmente hincarle el diente, a excepción quizás de una plétora de referencias a Dostoevsky, Heidegger, Kant, Sartre y De Beauvoir con las que el neoyorquino trata de meditar sobre los esfuerzos de los escritores y pensadores para explicar el mundo. «No hay respuesta positiva posible ante la realidad de la vida», añadió ayer al respecto. «Todo lo que haces se desvanecerá, el universo se desvanecerá, y todo lo que Miguel Ángel o Beethoven crearon desaparecerá. Mi único modo de lidiar con eso es distraer a la gente: durante hora y media trato de que se olviden de sus desgracias y de la muerte. Y, para mí mismo, hacer cine películas me permite mantenerme ocupado y no encarar la realidad».