festival de cine de Berlín

Wim Wenders pincha

Desde la izquierda, Wim Wenders, Charlotte Gainsbourg y James Franco, en Berlín.

Desde la izquierda, Wim Wenders, Charlotte Gainsbourg y James Franco, en Berlín.

NANDO SALVÀ / BERLÍN

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Wim Wenders ha gozado últimamente de un éxito considerable gracias al documental. Primero con Pina (2011), intrépido homenaje a la mítica coreógrafa Pina Bausch, fallecida en el 2009, que significó uno de los primeros y más influyentes usos del formato 3D dentro de los límites del cine de autor; y después con La sal de la tierra (2014), repaso a la carrera del fotógrafo Sebastiao Salgado por el que podría ganar un Oscar la próxima semana.

De hecho, seguro que el trabajo del alemán en el terreno del documental ha tenido mucho más que ver con el Oso de Oro honorífico que la Berlinale le concede este año que sus logros en el de la ficción. Ahí, después de todo, no ha hecho nada rescatable desde hace al menos un par de décadas, y con The Palermo shooting (2008) recibió una recepción tan furibundamente negativa en el Festival de Cannes que simplemente tiró la toalla. Ha tardado siete años en tener motivos para volver a probar suerte con la ficción. Tras contemplar Every thing will be fine,Every thing will be fine presentada este martes aquí, uno se pregunta qué malditos motivos son esos, porque nada de lo que se ve en pantalla justifica su existencia.

TREMENDO TRAUMA

«Muestra un proceso de recuperación psíquica tras un trauma desde varias perspectivas», explicó ayer Wenders acerca de la película. «La de su causante, por un lado, y la de quienes a consecuencia de ello perdieron a un ser querido, por el otro». Más concretamente es la historia de Thomas (James Franco), un escritor en crisis que al principio del relato atropella a un niño y que posteriormente deberá afrontar las consecuencias que ello tiene tanto sobre sí mismo como sobre la madre (Charlotte Gainsbourg) y el hermano de la víctima. El modo que Wenders tiene de defender esa premisa convierte el galardón que le dieron anoche en una broma.

La lástima es que escondida en algún lugar dentro de Every thing will be fine hay madera de buena película, una que explore como merecen temas como los distintos modos de lidiar con la culpa y la pérdida y, sobre todo, el modo que los artistas a menudo tienen de vampirizar esas emociones a través de su obra y reciclarlas en éxito artístico. El problema es que, no lo olvidemos, esta es la historia de un hombre que mata por accidente a un crío, y de cómo él y otras personas pierden el oremus a causa de ello. Es decir, es material narrativo propio de un melodrama de los de vaciar el paquete de kleenex. Pero lo que hace Wim Wenders es tomar el camino opuesto.

De hecho, las únicas lágrimas que la película logra provocar son las que inevitablemente le llenan los ojos a todo ser humano después de bostezar. El alemán es incapaz de generar la más mínima intensidad dramática porque los diálogos que pone en boca de sus personajes son risibles, las situaciones se repiten de forma tediosa y, sobre todo, todas las escenas están llenas de pausas y tiempos muertos y como consecuencia duran el doble de lo que debieran. El drama es en buena medida cuestión de ritmo, y esa es una herramienta que en el pasado Wim Wenders usó de forma impecable -por ejemplo en París, Texas (1984), por la que obtuvo la Palma de Oro en Cannes-, pero cuyos mecanismos parece haber olvidado.

DIMENSIÓN EXTRA

Para suplir todas esas carencias el director ha optado por añadir una dimensión extra. En efecto, Every thing will be fine es quizá el primer dramón en 3D de la historia, y se podrían llenar páginas y páginas explicando hasta qué punto el formato le perjudica. En todo caso, la versión corta es que no aporta nada, y que desde la butaca uno se siente ridículo llevando las dichosas gafas mientras contempla una y otra vez el mismo plano de James Franco frunciendo el ceño.

Lo de Franco es tema aparte. Esta es la tercera película que presenta este año en la Berlinale, y eso en realidad no sorprende porque su exagerado volumen de producción es un tema sobado. Lo que sí llama la atención es la poca atención que parece estar prestando últimamente a la calidad. Queen of the desert, que rodó a las órdenes de Werner Herzog, es de largo la peor película presentada este año a concurso de la Berlinale, y Every thing will be fine sería una seria candidata a arrebatarle el dudoso honor de no ser porque no compite. Los festivales de cine deberían empezar a tomarse la presencia de su nombre en los créditos de una película no como un aliciente, sino como una alarma.