Whitman y el vértigo

JORDI
Puntí

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Estos días han colgado en Youtube un vídeo que hay que ver. En él aparece el poeta Jaume C. Pons Alorda en un recital del pasado sábado en la librería No Llegiu, del Poblenou. Con un libro en la mano, Pons Alorda pide al público que tararee una espiritual negra. Empieza el rumor de un góspel y de repente te imaginas que el poeta se pondrá a cantar como Matthew McConaughey en la película El lobo de Wall Street. Pero no, Pons Alorda recita un fragmento de Fulles d'herba, el Everest poético de Walt Whitman que él mismo ha traducido al catalán y acaba de publicar Edicions de 1984.

El fragmento pertenece a la sección titulada Jo canto el cos elèctric, en la que Whitman recuerda un viaje a Nueva Orleans, donde asistió a una subasta de esclavos. A veces hay traductores que parecen hechos a medida para un autor, y este es el caso de Pons Alorda con Whitman: nos hace sentir su poesía desatada, torrencial, de versos largos y ritmo creciente, casi como un hilo de pensamiento que va desplegándose para construir un discurso articulado, más de lo que parece, hecho a la vez de impresiones y reflexiones. Whitman ve «el cos d'un home a subhasta» y dice: «Això no és sols un home, és el pare d'aquells que també seran pares, / dins seu l'inici d'estats populosos i de riques repúbliques»... Palabras donde reverbera el verso más universal de Whitman: «Jo sóc immens, continc multituds».

Ahora que están de moda los book trailers, el video de Pons Alorda funciona muy bien como tráiler para el libro. Te da ganas de leer más poemas. He dicho antes que Fulles d'herba es un Everest y, como tal, provoca vértigo, pero no es un vértigo vertical, sino horizontal, que abruma por su exceso y su monumentalidad. Tampoco es un libro para leer de arriba a abajo, sino para explorar, abrirlo al azar y perderse. Whitman escribe con voluntad absoluta y pasión verborreica. Me recuerda a Joe Gould, ese bohemio de Nueva York que durante años pedía dinero a la gente para escribir una obra magna, titulada Historia oral de nuestro tiempo. Cuando murió, se supo que no había escrito una palabra. Pero es que el libro ya existía: en realidad era Hojas de hierba, de Walt Whitman.