NUEVA NOVELA
La guerra íntima de Wendy Guerra
La escritora cubana publica 'Domingo de revolución' que refleja su resistencia al castrismo dentro de la isla
Vivir como una isla dentro de otra isla. Declarar alto y claro: "Sin Cuba no existo. Yo soy mi isla". Lo dice Wendy Guerra en 'Domingo de revolución' (Anagrama), su último libro, a medias crónica, a medias novela autoficcional con musical ritmo poético. No es difícil reconocer en Cleo, su protagonista, a la autora, que pasó de ser una popular actriz infantil ("yo despertaba a los niños desde un programa de televisión antes de ir a la escuela"), a ser una joven poeta y más tarde novelista, enemiga pública del castrismo, vigilada permanentemente por la seguridad del Estado en Cuba, donde sus libros, traducidos a 15 idiomas, están prohibidos.
Wendy Guerra (La Habana, 1970), que se dio a conocer internacionalmente de la mano de Ana María Moix en el 2006 cuando obtuvo el Premio Bruguera con la novela 'Todos se van' (con Eduardo Mendoza como jurado único), ha asumido con resignación su papel de cronista de la última realidad cubana. "Cuando yo empecé, esa función no la cumplía nadie, después vinieron los blogueros que hicieron algo parecido, pero yo tuve que abrir camino. No es que sea Juana de Arco, pero no tuve más remedio que armarme de valor para asumir el papel". Poco antes de morir, Ana María Moix leyó el germen de 'Domingo de revolución' y le dio un certero consejo: "Esto no es un cuento como creías sino una novela".
UNA MANSIÓN SOLITARIA
Cleo, esa escritora que resiste en una solitaria mansión de El Vedado habanero, tiene mucho de la autora, que aparece inquisitiva y desafiante en la portada del libro. Pero también forman parte del rompecabezas del personaje todos los autores censurados durante el quinquenio gris de los años 70 y la figura esquiva de Dulce María Loynaz, la poeta cubana que se exilio en su propia casa de puertas para adentro durante 40 años y a la que solo en sus últimos años, poco antes de morir, el Premio Cervantes sacó a la luz. "La protagonista se encuentra sola en esa casa donde están todos sus muertos y está ahí rodeada de policías sin saber si te protegen o te están vigilando. Hay un momento terrible en la novela en que ella dice que tendría que enamorarse de los agentes de la inteligencia porque nadie la visita. Ese tipo de ostracismo era muy común en los 70; ahora en Cuba, por suerte, no dejan de visitarte porque estés bajo sospecha".
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En la novela, un famoso actor de Hollywood de origen latino rompe por momentos esa soledad. Guerra se niega en redondo a confirmarlo pero es fácil reconocer en él a Benicio del Toro, al que dio clases de dicción cubana cuando visitó la isla para encarnar al Che en la película de Soderbergh. "Hollywood siempre ha contado Cuba de una manera extraña. Quizá el director sí entendió nuestra historia, pero hay demasiadas instancias en la producción que te devuelven el país deformado".
Fue la muerte de su mentor y amigo Gabriel García Márquez lo que desencadenó la narración (la novela está dedicada a él). "Inmediatamente después regresé a Cuba y me di de bruces con la realidad, el acercamiento entre Obama y Raúl Castro y todos esas noticias de los diarios empezaron a filtrarse en la novela. La llegada de Obama a Cuba nos ha dejado encantados a todos, ahora el problema será buscar otro enemigo porque él ya no es afroamericano, es afrocubano".
GARCÍA MÁRQUEZ Y SILVIO RODRÍGUEZ
Sorprende la amistad de Wendy Guerra con Gabo y también con Silvio Rodríguez (que firma la foto de la autora de la solapa del libro), ambos conocidos valedores del castrismo. "Mi amistad con ellos es el único ensayo de democracia que he podido practicar en mi país, porque son personas con una cabeza tan bien amueblada y abierta que ya me gustaría que mi nación se portara siempre de esta manera con todo el mundo". Ese ejemplo la lleva a propugnar reuniones de cubanos de todos los colores y tendencias. "Tenemos que conversar sobre cómo quisiéramos que fuera Cuba y tenemos que hacerlo todos, porque muchos de los disidentes que viven dentro no conocen a los que se marcharon hace años. Y hablo de construir Cuba, no tanto políticamente como de su imaginario. Todos tenemos derecho a pensar una isla propia y a compartirla. Ya sé que en Cuba no nos lo van a permitir, pero es necesario hacerlo. Y mientras tanto ahí están mis libros y también las novelas de Leonardo Padura y las de Pedro Juan Gutiérrez, concebidos como espacio para el diálogo y para la memoria histórica".
Asume que su destino es seguir viviendo en Cuba, aun a sabiendas de que este libro le puede acarrear problemas. Recuerda un verso del poema Ramón Fernández Larrea: "Estar en La Habana a las cinco de la tarde es un acto de fe". Y añade que sigue la regla de no quejarse: "La prensa internacional puede denunciar pero no resolver nuestros problemas. Si me ocurre algo ya se enterarán pero este pulso es entre ellos y yo. Y sí, tengo miedo, claro que tengo miedo".
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