UNA OBRA DE LA RADICAL ANGÉLICA LIDDELL
Vomitona por el hambre y los fascismos
Esperanza Pedreño interpreta en el Versus 'Mi relación con la comida'
«Pepe Rubianes hubiera sido ideal, el intérprete ideal para esta obra, mejor que yo. Era un grandísimo bufón». Lo admite Esperanza Pedreño, la actriz, directora y productora de Mi relación con la comida, ácida y amarga «vomitona» de una de las voces más transgresoras de la escena española: Angélica Liddell, otra enorme bufona que ha decidido exiliarse ante el desinterés de instituciones y programadores por su obra. Una obra de difícil digestión, frente a los placenteros menús del entretenimiento, pero «medicinal por los beneficios éticos que otorga», argumenta la propia creadora, premio Nacional de Literatura Dramática 2012 por La casa de la fuerza. El monólogo Mi relación con la comida, que nos descubre un perfil antagónico de la entrañable Cañizares del espacio Cámara Café, recala del 3 al 28 de junio en el Versus Teatre.
Escrita antes del 2004 (cuando fue reconocida con el Premio SGAE), la pieza carga contra el capitalismo y otros blancos habituales en el ideario de la autora (la religión, la hipocresía, los vasallajes...). «Es un texto absolutamente vigente. Hoy las ideas anticapitalistas surgen desde la insatisfacción interna, mientras que hace una década disparaban a EEUU. Para Liddell, lo importante no son las izquierdas o las derechas sino las clases sociales, la capacidad de cambiar las fuerzas productivas que decía Marx», arguye Pedreño.
Liddell vuelve a servirse de la escena como confesionario de sus heridas y esta vez incluye las de sus abuelos, campesinos extremeños que sufrieron guerra y miserias. «Habla del hambre, los más débiles, las guerras, los fascismos...», ilustra la actriz, que se identifica con la «rebeldía» del texto aunque no comparte todo su programa vital. «Ella ataca la maternidad y yo tengo un hijo», se desmarca.
LA MEDICINA DEL ARTE / El monólogo empieza cuando un alto cargo teatral invita a una autora que lleva años en el pozo de la inmundicia a comer en un lujoso restaurante. Ella se rebela y empiezan los escupitajos. Salpica a todos, incluidos los espectadores (algunos salen a escena) y un oficio que Liddell defiende como terapéutico (medicina versus comida) y sustitutivo del Estado. «Si el Estado es la búsqueda del bien común, el arte es el verdadero Estado», proclama. «Ella piensa que el hambre mueve el arte, que con el estómago lleno no se puede pensar», completa la actriz.
La obra arremete asimismo contra la cultura de la información frente a la del conocimiento, y homenajea a los clowns. «En España faltan más bufones que planten cara al poder, que se rían de sí mismos y llamen a las cosas por su nombre», reclama Pedreño. «Se fue Rubianes, Leo Bassi no es español y solo nos queda Wyoming, que desde el sistema de poder se enfrenta al poder con el beneplácito del poder». Y está Liddell, que no ha querido ver su obra vomitada en escena. «Ella escribe desde el dolor, desde algo muy profundo y le debe resultar muy duro enfrentarse a sus textos», la justifica su álter ego sobre las tablas.
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