Vallcorba, el señor que pensó una biblioteca

El mundo de las letras llora la muerte del editor, profesor y ensayista Jaume Vallcorba. Este gran humanista, fundador de las editoriales Quaderns Crema y Acantilado, que presumía de editar solo lo que le gustaba, falleció ayer en Barcelona a los 64 años tras perder la batalla contra un tumor cerebral. Será enterrado mañana tras una ceremonia religiosa en Sant Just i Pastor.

Jaume Vallcorba, en su despacho de la calle de Muntaner, en el año 2009.

Jaume Vallcorba, en su despacho de la calle de Muntaner, en el año 2009.

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Me vienen a la cabeza dos anécdotas que pueden ayudar a entender el papel capital que ha ejercido Jaume Vallcorba en la cultura catalana contemporánea. La primera se sitúa en Venecia, en una exposición sobre la vida y obra del primer gran editor de la historia, Alzo Manuzio. Vallcorba, con una regla en la mano, se acerca tanto a las vitrinas de las primeras ediciones, dispuesto a entender el alma y el trabajo del maestro tipógrafo del Cinquecento, que los vigilantes le han de avisar: le siguen por todas las salas pensando que se trata de un malhechor. Años después, editará en Acantilado la obra capital del veneciano, Hypnerotomachia Poliphili, una biblia de la edición.

La segunda anécdota nos habla de Quim Monzó, el autor franquicia de Quaderns Crema, que no solo ha tenido una importancia decisiva en la consolidación de la editorial sino que también intervino, en su faceta de diseñador, en el nacimiento de la imagen de aquellos quaderns que eran crema porque así fue el color de las primeras cubiertas y como homenaje a los marrones y azules de Wittgenstein y al gris de Josep Pla. Pues bien, el primer año, Uf, va dir ell, de Monzó, vendió 250 ejemplares. El segundo, 12. Vallcorba no desistió. Había comenzado en el año 1979 con Poesies, de Ausiàs March, y con el poemario El Preludi, de Antoni Marí. Después llegó la eclosión de Monzó y dos éxitos inesperados: El romanç de Tristany i Isolda,  de Joseph Bédier, y la Mètrica catalana, de Salvador Oliva.

Instinto especial

«Hay quien se dedica a publicar libros que el público ya sabe que quiere», dejó dicho Vallcorba, «y quien ofrece al lector aquellos libros que aún no sabe que le gustarán». Era su filosofía, como la de Xavier Folch, editores independientes de un momento clave, los 80. Y bebía de fuentes clásicas, como la de Bennet Cerf, el fundador de la primitiva Random House: «Publicar libros distinguidos aunque no sean rentables».

 

Vallcorba, sin embargo, logró ambas cosas. Editar aquello que los italianos llaman un joiello, o textos claves de la historia de las humanidades (Montaigne, Zweig o Boswell, por citar solo a tres), o valores emergentes de la literatura (pienso en Pàmies, en Moliner, en Serés, en Monteagudo); y hacerlos salir, encima, en la lista de los más vendidos.

A partir de tres puntales que ya estaban en el ideario original de Quaderns Crema: autores clásicos que fueran asequibles en una edición cuidada para un lector contemporáneo, voces catalanas de peso en el terreno del ensayo, plataforma para nuevos autores del país.

Vallcorba tenía estas virtudes a partir de una obsesión casi enfermiza (si no, ya no lo sería) por la pulcritud, por la perfección. «Me obsesioné», dijo un día, «en utilizar las auténticas versalitas» (un tipo de letra), y también se preocupó por el papel, que había de tener un PH neutro y «ligeramente con tonos de color  hueso, para que la página no tenga un impacto de luz demasiado brusco», y con una tinta «negra, ligeramente rebajada». Y con las correcciones (los memorables ejemplos de Andreu Rossinyol) y con el hilo de coser, que tenía que ser vegetal, porque «experimenta contracciones y dilataciones».

 

El legado de Vallcorba es esta disciplina formal y la apuesta por una cultura cosmopolita, una biblioteca ideal donde los libros que editaba hablaban entre ellos para configurar un debate intenso, sin nada de frivolidad, y a la vez distendido, juguetón, con una voluntad, entre noucentista y vanguardista, de que este país no se instalase en una «remota provincia del espíritu».

 

Vallcorba era un caballero que combinaba la elegancia de antes (un antes plagado de poetas provenzales y de señores de Barcelona) con el perfume de los nuevos tiempos. Un aristócrata integral, atento a lo antiguo y pendiente de la modernidad. Metidido en la edición de un texto medieval y atento a las rutilantes prestaciones de un sedán.

No es casual que su trayectoria académica (la obra de un editor es su catálogo pero, en este caso, también, sus trabajos eruditos, como profesor universitario, heredero de Riquer) fuera de Junoy y D'Ors a los trovadores y a la Chanson de Roland, pasando por Dante y los futuristas. Sin olvidar a Foix, por descontado, de quien editó la obra completa.

Este Vallcorba renacentista -vestido con la clase de un dandi y ataviado con la astucia de un diletante que hacía negocios- encaja del todo con los siguientes versos del poeta de Sarrià: «I enfilar colls, seguir per valls ombroses, / vèncer, rabent, els guals. Oh, món novell!! / Em plau, també l'ombra suau d'un tell, / l'antic museu, les madones borroses, / i el pintar extrem d'avui! Càndid rampell».

 

Repasar, hoy que ya no está (como tampoco están Josep Maria Castellet, Albert Manent, Modest Prats, Gerard Vergés o Francesc Vallverdú: un año horrible, este 2014, para la cultura catalana), repasar, digo, el catálogo de Quaderns Crema o El Acantilado (esqueje en castellano, del año 1999) es un ejercicio de devoción, de nostalgia y de reconocimiento. En la magna obra de Boswell sobre Vida de Samuel Johnson (editada, claro, por Corbella), podemos leer estos versos sepulcrales: «No hacen falta el griego ni el latín para exaltar el recuerdo de Johnson ni para adornar su tumba».

 

Aquí, tampoco. El reciente Premi Nacional de Cultura (el último galardón que recibió Vallcorba) reconoció una trayectoria fundamental para todos nosotros, pero bastaría con mirar los estantes que él llenó de belleza y sabiduría. De Kertész a Balzac, de Pessoa a Simenon o Chateaubriand, de Trabal a Galmés o a Julià de Jódar. De Martí de Riquer a Monzó. Me dejo muchos. Cada uno tiene su quadern crema al alcance para reconstruir una historia sentimental. El mejor tributo es volver al catálogo. Releerlo, pararse, pensar que somos como somos, en buena parte, gracias al señor que pensó una biblioteca.