Análisis

Urgen cambios en el Liceu

El ya exdirector artístico del Liceu, Joan Matabosch, en el Gran Teatre.

El ya exdirector artístico del Liceu, Joan Matabosch, en el Gran Teatre.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL

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La jugada de ajedrez le ha salido redonda a Gregorio Marañón, director del Patronato del Teatro Real. Al anunciar el nombramiento de Joan Matabosch como nuevo responsable artístico del coliseo ha matado dos pájaros de un tiro. Por un lado se ha quitado de en medio a Gérard Mortier, un director brillante pero incómodo por sus nulas connivencias con el poder y que ha tenido tantos partidarios como detractores en sus cuatro años de gestión, y por el otro ha aprovechado la oportunidad de incorporar a un gestor de parecido perfil pero con la experiencia de tres lustros de labor renovadora en el Liceu, donde ha conseguido seducir el público con equilibradas dosis de ópera de repertorio tradicional, servidas con modernos montajes, junto con la de autores del siglo XX y de la vanguardia. Justo eso es lo que quieren de él en Madrid, donde con su independencia y su prestigio para lograr adhesiones de los mejores directores y las grandes voces, su labor puede tener un efecto pacificador entre los aficionados, además de mantener al teatro en la primera línea internacional en la que le ha situado su predecesor. Otra cosa es en Barcelona, donde su marcha es un terremoto que ha dejado en estado de shock a los responsables del Liceu.

¿Qué pasará ahora con el coliseo de la Rambla? Matabosch era el activo más sólido de un teatro sometido a constantes convulsiones -la última la del ERE a los trabajadores hasta el 24 de este mes- y que ha visto como su presupuesto ha pasado de los 57 millones de euros en la temporada 2007-2008 a los 39 en la actual con descensos en las ayudas públicas de los 29 a los 18,6 millones en el mismo periodo. A pesar de estos y otros problemas el director ha sabido capear el temporal ofreciendo una programación de calidad. ¿Quién podrá asumir ahora este rol en horas bajas de recursos?

Pero, como manifestaba  ayer Matabosch a este diario, su marcha puede ser «higiénica».  Es buena para él y necesaria para que se produzca la revolución estructural que necesita el teatro. Y eso implica tanto a los que lo rigen como a las instituciones que respaldan al Liceu. Es hora de que dejen de recortarse las ayudas a una institución que es vital para hacer sostenible el espectáculo lírico de altura y para ayudar a mantener la imagen de la marca cultural de Barcelona. Pero también ha llegado el momento de plantearse si lo mejor para el teatro es tener a un director general y a un responsable artístico o unirlos a los dos en la figura de un intendente general que se ocupe de la doble gestión.  Josep Pons ya ha dicho que no está por la labor de asumir la responsabilidad de la dirección musical y la programación artística.

Tutelando la transición

Urge afrontar este problema, que ahora mismo tiene descabezado al Liceu en un inicio de temporada decepcionante con cuatro conciertos dedicados a Verdi, en lugar de las dos óperas escenificadas previstas, La batalla de Legnano y Rigoletto. Da una cierta tranquilidad que Matabosch pueda tutelar la transición, con la programación en marcha y compromisos firmados para las próximas, pero ahora todo son incógnitas, aunque ya se hayan deslizado nombres  como el de Oriol Aguilà, actual director de Peralada,  con un perfil idóneo por su sensibilidad operística y experiencia en la captación de patrocinios, tan necesaria en estos momentos.

Esta sería una buena opción para suplir a Joan Francesc Marco, pero unida a la de un director artístico internacional de prestigio, como alguno de los que Mortier proponía para el Real. Pero cualquiera los nombres imaginables necesitaría una garantía de estabilidad presupuestaria que ahora no ofrece el Liceu. Así que no hay otra salida que la de que todos lo implicados en la responsabilidad de salvar al teatro se pongan las pilas para fijar un modelo con ambición que evite el hundimiento del  barco.