CRÓNICA

Una sólida Rosenvinge

La cantante fundió corpulencia y sutileza en el Auditori

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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Christina Rosenvinge suena un poco más turbia y maquinal en su nuevo trabajo, Lo nuestro, si bien hace un tiempo que ha alcanzado ese estadio en el que, haga lo que haga, suena a ella misma, y sus canciones más robustas tienen un halo fantasmal que trasciende sus contornos, un subtexto intuido, de igual manera que las más sutiles no son ajenas a la severidad. Así fue el jueves, en la sala 3 del Auditori, pese a que su guitarra eléctrica y sus tres acompañantes decantaran un poco el sonido global hacia el rock.

Abrió con corpulencia sonora y narrativa: Alguien tendrá la culpa, denuncia social sobre un ritmo trotón de resonancias populares, primera de las nueve novedades que sonaron (todas excepto Liquen). Más allá de que las atmósferas fueran más o menos densas o rugosas, la melodía resplandeciente estuvo de su parte en La absoluta nada, Pobre Nicolás y Segundo acto, una pieza,  esta última, que afronta nuevas y luminosas vidas cuando ya la das por agotada.

SUBIENDO EL TONO / Ese repertorio trabó amistad con la producción de su edad adulta: piezas con calado de hit exquisito como Anoche, La distancia adecuada, Mi vida bajo el agua Canción del eco, y un par de rescates, Tok tok A liar to love, del disco que, quizá, fue el punto de partida de esta era, Continental 62 (2006). Hubo más oscuridad en Lo que te falta, La muy puta La tejedora, alzando la voz para recogerla de nuevo en Balada obscena, que tocó sola al piano. Mutando la forma, pero con la misma, provechosa y reconocible, sustancia.