MEMORIA DE UNA PIONERA

Tras las huellas de Montserrat Roig

La escritora contó la vida desde las páginas de EL PERIÓDICO durante 1.348 días, en la que fue su colaboración más larga en prensa. La relectura de estos textos revela un espíritu transgresor y sensible cuyo discurso tiene una vigencia sobrecogedora.

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GEMMA TRAMULLAS

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El 16 de noviembre de 1988, hoy hace exactamente 28 años, Montserrat Roig publicó su última columna en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA. «Durante cuatro años [cuatro años y ocho meses], he sido los ojos y los oídos de mucha gente -escribía en 'Despedida'-. No escribía yo, lo hacían los otros. Incluso cuando me encontraba sin un tema al que agarrarme (...) siempre había alguien que comentaba algo sobre la vida… Eso, la vida. Este algo que fluye con nosotros y con el tiempo, y al que no solemos agradecerle nada. La gente escribe su propio artículo cada día».

En este fragmento de 415 caracteres, la escritora fue capaz de concentrar la esencia y el sentido de -¡agárrense!- 1.348 artículos (según un recuento de la facultad de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra) publicados desde 1978 y, a diario, a partir del 1 de febrero de 1984. Sin embargo, antes de lograr esta maestría tuvo que sudar mucha tinta.

Cuando Enrique Arias Vega le propuso publicar un artículo de opinión diario -lo que se conocía como billete-, Montserrat Roig ya era una firma reconocida y premiada, tanto por sus títulos literarios como por su monumental 'Els catalans als camps nazis', que se publicó en 1977, casi 40 años antes de que el Nobel a Svetlana Alexiévich reconociera el género del periodismo literario. También tenía experiencia en prensa. En EL PERIÓDICO venía publicando de forma esporádica desde 1978, pero su especialidad eran las entrevistas y los reportajes de cocción lenta.

LECTORES Y NECESIDAD

«Al principio me dijo que ella no había escrito nunca en formato corto y que no sabría hacerlo -recuerda Arias Vega, que entonces era subdirector del diario y que pocos meses después ascendería a director- . Tenía que hacer algo para convencerla y me inventé sobre la marcha un estudio según el cual el porcentaje de lectores era inversamente proporcional al número de líneas. Es decir, cuanto más corto es un texto más lectores tiene».

La posibilidad de ganar lectores y la necesidad acuciante de contar con una entrada regular de dinero la llevaron a aceptar el reto. Después de desayunar, se encerraba en la habitación de escribir de la casa del Eixample donde vivía con sus dos hijos y nadie podía interrumpirla bajo ningún concepto.

Esta intensidad de concentración provocó divertidas anécdotas, como la que ella misma contó en el artículo 'Un ladrón en casa' (1984). «Mientras ayer pasaba mi hora cotidiana de desesperación para escribir esta columna [que en realidad era un billete], entró un ladrón en casa». Su hijo intentó avisarla, pero ella lo despidió con cajas destempladas: «¡Te he dicho que no estoy para nadie, ni siquiera para los ladrones!». Cuando hubo terminado el artículo, salió de la habitación y se enteró de que un tipo se había colado por la ventana y les había robado 10.000 pesetas.

A partir de enero de 1987 aquellos billetes encajados en un rincón de las páginas de opinión pasaron a publicarse en formato columna en la contraportada bajo el epígrafe de Melindros, un título intencionadamente casero que guarda una estrecha relación con la reivindicación feminista de la cocina como espacio de resistencia política.

En aquella época, el jefe de opinión de EL PERIÓDICO era Ramon Miravitllas. «Montse hacía periodismo líquido, cuando líquido no tenía la connotación que tiene ahora de modernidad superficial -teoriza-. Ella hacía un periodismo con toda la fuerza de la palabra, mezclaba la bilis y era muy sanguina. Sus artículos eran carne de la tuya y de la mía, tocaba mucho el ser humano, no dogmatizaba y siempre escribía de una manera muy horizontal. Cuando escribía del campo de concentración de Mauthausen su máquina de escribir lloraba. Le sobraba sensibilidad y se conmovía ante ciertas situaciones. Cuando Montse lloraba y podía escribirlo, convertía el sentimiento en metafísica literaria y en profundidad ideológica».

ÚLTIMA COMIDA

Miravitllas recuerda una última comida, a finales de 1988, ya con Antonio Franco de director. Rieron mucho, pero no pudieron retenerla. Ella estaba exhausta y tenía otros proyectos en la cabeza. Aquel estado de ánimo y su carácter de naturaleza dual quedaron reflejados en el artículo 'El opinante': «Todos los días tenía que decir algo sobre los males del mundo, sobre los sufrientes, desarraigados y exiliados en la tierra. Vivía por expresar el dolor ajeno, cuando a él solo le apetecía la vagancia y el lento fluir de los días».

Y así volvemos al 6 de noviembre de 1988, fecha de su última publicación en EL PERIÓDICO. Murió tres años después, el 10 de noviembre de 1991, a consecuencia de un cáncer de mama. Tenía 45 años. Ella quería vivir para escribir su gran novela de madurez. Quizá no percibió que su gran obra maestra era su propia vida, que en parte quedó reflejada en su producción periodística. «Pocos escritores se atreven a confesar, o a admitir, que la validez de su obra puede ser tan hermosa y efímera como nuestras huellas en la arena», escribía en un 'Melindro' de 1985. Estas páginas son un emocionado intento de recuperar sus huellas para que sirvan de guía a las personas que vienen detrás.