CRÍTICA

'Toro', bravura con sangre mestiza

BEATRIZ MARTÍNEZ

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{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"'Toro'\u00a0\u2605\u2605\u2605\u00a0","text":"Direcci\u00f3n:\u00a0Kike Ma\u00edlloInt\u00e9rpretes:\u00a0Mario Casas, Luis Tosar, Jos\u00e9 Sacrist\u00e1n, Claudia Vega, Ingrid Garc\u00eda- Jonsson.Duraci\u00f3n:\u00a0110 minutos.Pa\u00eds:\u00a0Espa\u00f1aA\u00f1o:\u00a02016G\u00e9nero:\u00a0'Thriller'Estreno:\u00a022 de abril del 2016"}}

Produce cierta satisfacción interna que una película española haya apostado por saltarse los límites de lo políticamente correcto en un momento especialmente tendente a la autocensura y el convencionalismo moral, y que sea bruta y violenta porque así lo piden los códigos genéricos sobre los que se encuentra estructurada. 'Toro' no se anda con remilgos. Es bronca y rabiosa y tiene un espíritu kamikaze y 'espídico' casi al borde del delirio que te atrapa a través de su salvaje combinación entre lujo y caspa, estilización formal y estética hortera.

Tiene además uno de los diseños visuales más conceptuales de los últimos tiempos. La arquitectura de la zona de la Costa del Sol, sus edificios mastodónticos surgidos durante la época del desarrollismo se convierten en un escenario tan real como abstracto para situar una historia que al fin y al cabo habla de la herencia que recibimos, de esos vínculos que no se pueden cortar porque se encuentran enraizados en el ADN y forman parte de la propia idiosincrasia.

La corrupción, la monetaria y también la moral, planea por el subsuelo la película. Y bajo esa superficie podrida en torno a la identidad nacional, una historia de hermanos, de padres e hijos. De familias y de venganzas. De samuráis solitarios que buscan redimir sus pecados.

Sí, 'Toro' tiene riesgo y alcanza una estupenda estilización visual, pero a su ganadería le falta tener verdadero pedigrí. Su raza procede de la mezcla y no tiene sangre pura. Sam Peckinpah, Don Siegel, John Frankenheimer, Seijun Suzuki, Park Chan-wook, Isasi Isasmendi, NicolasWiding Refn y un largo etcétera de autores de la más diversa estirpe deambulan como eco referencial. ¿Y Kike Maíllo? Se pierde en tanto afán por generar impacto visual a través de la cita cinéfila y se esconde detrás de unas imágenes impostadas que carecen de verdadera alma.