Ideas

Todos los Cortázar

ENRIQUE
DE HÉRIZ

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Es probable que la valoración académica de la obra de Cortázar sea variable a lo largo del tiempo en los dos sentidos posibles: el que se refiere a la muy irregular calidad de su obra, que va de la perfección esquemática de algunos relatos a la bienintencionada inanidad de El libro de Manuel; y también el que atañe a modas, épocas y caprichos, porque es tan fácil encumbrarlo como genio sin igual y mirarlo de reojo por sus imperfecciones. Pero nunca podrá nadie discutirle la fuerza vital de su prosa. Leer a Cortázar es como echar al mar una red en la que no hay dos agujeros iguales: uno nunca sabe si pescará un besugo enorme o un minúsculo pez aguja plateado, pero sí puede estar seguro de que lo que encuentre estará vivo. Bien vivo.

Suele resumirse su mejor literatura en la idea de que siempre intentaba incorporar a lo real el elemento fantástico que acecha en sus contornos. Pero además lo hacía con tal naturalidad que el buen lector de Cortázar se lleva consigo a la práctica de la vida ese elemento que, por obra y magia de la literatura, ya ha dejado de ser fantástico. El buen lector de Cortázar no puede ponerse un jersey en una habitación con la ventana abierta; le resulta imposible oír un saxofón y no dar por hecho que alguien persigue a alguien. Sobre todo, el buen lector de Cortázar es incapaz de amar sin invocar el séptimo capítulo de Rayuela, porque sabe bien que esa sensación de estar creando al otro a medida que lo tocamos, esa indomable impresión de que el labio ajeno nace de nuestro deseo y existe por nuestro contacto, no es una fantasía literaria. Al contrario, es la instancia máxima de la vida; Cortázar se ocupó de nombrarla.

Robinson Crusoe y Poe

En la revisión que provocará su muy merecida posteridad, alguien deberá ocuparse también de documentar algo que solo será vergonzante mientras nos neguemos a hablar de ello y explicarnos por qué a su Robinson Crusoe le falta más del 20% del texto, o porqué su Poe es, como suele decirse irresponsablemente, «mejor que el propio Poe». Precisamente porque su grandeza es indiscutible, carece de sentido seguir hablando de él como traductor sin estudiar a partir de qué originales tradujo, con qué criterios y en función de qué encargos.