Tiempo para Shostakóvich en Salzburgo

NIna Stemme protagoniza 'Lady Macbeth de Mzensk' dirigida por Mariss Jansons

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Rosa Massagué

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En su primer año al frente del Festival de Salzburgo, Markus Hinterhäuser está dejando buenas pistas de lo que será su dirección. La música del siglo XX ocupa un lugar destacado, y muy en especial la de Dmitri Shostakóvich. ZmS. Estas enigmáticas letras motean el programa del festival. ‘Zeit mit Shostakóvich’, tiempo con Shostakóvich, un tiempo para varios de sus cuartetos de cuerda, sonatas para violín y piano, preludios y fugas, canciones, y también sinfonías, entre ellas la ‘Leningrado’ cuando se cumplen los 75 años de su interpretación, el 9 de agosto de 1942, en la ciudad asediada por el Ejército nazi (se había estrenado cinco meses antes en Kúibyshev).

Y sobre todo, tiempo para su gran ópera, para ‘Lady Macbeth de Mzensk’, dirigida por una de las batutas que mejor sabe plasmar toda la sabiduría musical del compositor ruso, la del letón Mariss Jansons, quien hizo su aprendizaje musical precisamente en el mismo conservatorio de Leningrado (hoy, San Petersburgo), donde 35 años antes había estudiado Shostakóvich.

Basada en un relato de Nikolái Leskov, la ópera narra la historia de una mujer que vive un matrimonio totalmente insatisfactorio siendo insultada constantemente por un suegro aborrecible. Katerina mata al suegro, al marido, a una conquista del amante y se suicida.

Shostakóvich etiquetó esta ópera como una ‘tragedia-sátira’. Junto al horror y la brutalidad de unos personajes con escasos sentimientos –lo que no es el caso de la protagonista pese a cargarse a más de uno--, hay otras figuras a las que el compositor imbuye de una gran comicidad y lo hace de forma muy crítica. Es el caso de los policías y el pope. Pese a que se había representado en numerosas ocasiones y con gran éxito, esta ópera le valió al compositor la férrea censura del propio Stalin dos años después de su estreno en 1934.

No es casualidad que Hinterhäuser haya programa en la misma edición del festival esta ópera y ‘Wozzeck’, de Alban Berg. La influencia directa del vienés en el ruso es notoria. Shostakóvich tuvo ocasión de ver aquella ópera sobre la humillación de un soldado abocado al asesinato y el suicido. El profesor David Fanning explica en el programa de mano que la humanización de un personaje empujado a matar en un mundo deshumanizado como es el caso de Katerina, bebe directamente de ‘Wozzeck’, lo mismo que los interludios musicales con temas que después reaparecen en las escenas, entre otras influencias.

Al personaje central se la presenta las más de las veces como una mujer que arde en deseos sexuales, fogosa, impulsiva. Para Andreas Kriegenburg, el director de escena, la protagonista es como un gato salvaje enjaulado, pero Nina Stemme dibuja otra Katerina que se ajusta mejor a su propia personalidad, pero muy especialmente se adapta al personaje que describen tanto el libreto como la partitura. Es el de una mujer insomne que se aburre en un mundo provinciano rodeada de gentes también aburridas e insomnes. “No tengo nada que hacer, estoy mortalmente aburrida, solo a mí, la mujer de un comerciante, la vida no me sonríe”, canta Katerina nada más empezar la ópera. Y más adelante, suspira por lo que no llega y que es fuente de reproches del suegro Boris, por un hijo.

El otro aspecto del personaje que aparece nada más empezar la ópera es el de su frialdad, no solo porque el suegro se lo recuerde. Ella misma lo confiesa cuando da a entender que se ha casado con Sinovi para salir de la pobreza. Su encuentro con el chulo y mujeriego Sergej desata en Katerina ciertamente la pasión y el sexo, y Shostakóvich con su música describe el encuentro sexual, pero Katerina se engaña a sí misma creyendo en un futuro junto al amante convertido en segundo marido.

Para esta ‘Lady Macbeth’, Kriegenburg y Harold B. Thor han ideado un escenario de una ciudad postsoviética, con sus bloques grises, tristes, con desconchados e impactos de bala en las paredes (¿Donbass, en Ucrania, Chechenia?) en contraste con el dormitorio ordenado y casi elegante de la protagonista.

Nina Stemme quizá no es la Katerina que muchos esperaban. Está muy lejos, por ejemplo de aquella personificación de Jean Harlow que hacía Eva-Marie Westbroek en Amsterdam, pero es una gran Katerina en su aburrimiento, en sus momentos de placer y en su reconocimiento de que ha llegado al trágico final. Su voz sólida en los agudos y su forma de cantar los varios monólogos configuran una excelente interpretación.

Le acompaña muy bien el tenor Brandon Jovanovich que ofrece un Sergej vibrante, y el bajo Dmitry Ulyanov de voz poderosa, en el papel de Boris. Maxim Paster como Sinovi, sembró la duda de si su interpretación vocal tenía problemas o por el contrario reflejaba brillantemente la inanidad del personaje. El resto de reparto estaba a la altura.

Jansons es un director que se ha prodigado poco en el terreno de la ópera, pero esta de Shostakóvitch la conoce a la perfección. La Filarmónica de Viena, que en esta edición del festival un día toca esta ópera, a la mañana siguiente, ‘Wozzeck’, y al otro día ‘Aida’, responde muy bien a la batuta del director, aunque quizá faltaba la brutal contundencia sonora y rítmica de los momentos cómicos que Valeri Gergiev impuso a esta misma orquesta cuando el festival presentó la ópera en el 2001.

Ópera vista el 5 de agosto.