Ideas

El testigo atónito

DOMINGO RÓDENAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¿Qué mérito tiene el escritor que triunfa porque tiene talento, cultura y escribe bien? Ninguno. El mérito es de quien obtiene una posición ventajosa sin talento y escalando con fraudes e intrigas. Eso sí es unself-made-man. La observación tiene casi 90 años y es de una crónica sobre Nueva York deJulio Camba,un periodista trotamundos que hizo de la contemplación socarrona de sociedades y costumbres un deporte de la inteligencia. Fue un humorista que desgranó ingenio y perspicacia en cientos de columnas que podrían haber sido los monólogos de unBuster Keatonmuy viajado en el Club de la Comedia. Humor sin aparato pero con estoque. Por eso no hay que creerle cuando dice: «Yo he ido a París, y a Londres, y a Berlín, y a Nueva York con una ingenuidad y una buena fe de verdadero batracio».Cambaes una bebida isotónica, pero se consume como una caja de bombones.

Cambase excusaba desde Constantinopla ante su director por enviarle una crónica demasiado larga debido a que la premura de tiempo le había impedido escribir más corto. Ahora, coincidiendo con sus experiencias viajeras dePlayas, Ciudades y Montañas(Reino de Cordelia), se recupera la selección que él mismo hizo en 1956 de sus mejores artículos, escritos sin apremio, escuetos y ceñidos, sobre los ingleses desdeñosos, los restaurantes franceses, la cerveza alemana, los negros y los judíos en Estados Unidos, la expresividad italiana... Se titulaMis páginasmejores (Pepitas de Cabalaza) y no tiene hueso, todo es chicha, aunque alguna de sus opiniones sobre la República pueda atragantarse. Y comoCambaera una máquina de taladrar las apariencias, también se fija en cosas de todas las latitudes, como la pereza, elpensaora sueldo, o la justicia, aquella chica que era pobre pero honrada que con los años se ajamonó. DecíaUnamunode él que era un «filósofo celta», pero él aseguraba que su mayor aspiración era no tener que escribir. Desde 1949, sin familia, se instaló en el Hotel Palace de Madrid y no logró su ambición hasta su muerte en 1962. Quizá no sea verdad que sus últimas palabras fueron: «La vida es buena, pero se acaba», pero merecen serlo.