100 años de 'TBO' en siete personajes

El primer número del histórico semanario de historietas salió de un pequeño taller de la calle de Enric Granados en marzo de 1917 y, de forma interrumpida, fue llegando a los quioscos hasta 1998. El 'TBO' no solo popularizó el cómic en España, sus viñetas también sirvieron para corroborar que a menudo lo caricaturesco es también lo más realista.

Eustaquio Morcillón y Babali  TBO 100 años en 7 personajes  La familia Ulises BENEJAM Dibujante ( 1890-1975)_MEDIA_1

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POR Javier Pérez Andújar

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El próximo 17 de marzo, pero otros estudiosos aseguran que fue el día 11, hará 100 años que el primer número del semanario 'TBO' salió de un pequeño taller litográfico de la calle de Enric Granados. Su legado cultural abarca todo el siglo XX y llega hasta el nuestro. En primer lugar, ha contribuido a un oficio, el de dibujante, que en más de una ocasión ha puesto a Barcelona en la cresta de la ola. Y por supuesto ha formado y entretenido a generaciones de lectores. Además ha nutrido el imaginario colectivo con personajes, como la familia Ulises, y con secciones, como 'Los grandes inventos del TBO' o 'De todo un poco', que acabaron siendo parte de la vida y del lenguaje cotidianos, y trascendieron mucho más allá de nuestra ciudad, donde había empezado todo esto.

Hasta el propio nombre de TBO acabó implantándose como la palabra que iba a designar cualquier publicación infantil ilustrada, incluidas las de la competencia. Aparecieron muchas series en sus páginas durante todo ese tiempo. Muy pocas, dibujadas por mujeres; apenas dos, que fueron 'Maribel es así', de Mª Ángeles, y 'Ana Emilia y su familia', de Isabel Bas. Otras como 'Melitón Pérez', de Benejam (entre las primerísimas), y 'Casimiro Noteví agente del TBI', de Sabatés (entre las últimas), reflejan la época en que habían nacido. A continuación, comentamos siete de las más recordadas.


LA FAMILIA ULISES


Benejam (1890-1975). Nacido en Ciutadella (Menorca), se trasladó a Barcelona a los 7 años. Cursó dibujo y fue uno de los historietistas más prolíficos de 'TBO'.


No ha habido nadie más parecido al padre de la familia Ulises que Jordi Pujol, y quizá esto ayude a comprender el éxito de ambos. Cuando 'La familia Ulises' empezó a publicarse como serie, el año en que acabó la segunda guerra mundial, Pujol todavía era un chavalín que terminaba el bachillerato. Entonces estaba más cerca de Policarpito, el hijo, que de don Ulises Higueruelo. Después de largos años de afanes, Pujol será elegido por primera vez 'president' de la Generalitat, y 'La familia Ulises' aún seguía saliendo en el 'TBO' como si el tiempo no hubiera pasado, o sí, pero más modestamente.

En 'La familia Ulises' hay una idealización de los valores de la clase media, del mismo modo que en la familia Pujol-Ferrusola está la praxis. Así se aprende en los tebeos que el realismo burgués no es más que puro idealismo. Al realismo cotidiano de los Ulises, que tan bien representó gráficamente Marino Benejam, respondió enseguida su competencia, la editorial Bruguera, con la astracanada populachera, 'La familia Pepe', de Iranzo (seguirían las familias Cebolleta, Trapisonda, Churumbel...), y de ese modo también se ve que lo caricaturesco es a menudo lo más realista; pero esto ya lo dijo Valle-Inclán con el esperpento.

A la familia Ulises no se la llama por el apellido, sino por el nombre de pila del padre; lo mismo hace chocarreramente su parodia, 'La familia Pepe'. A pesar de todo su realismo, La familia Ulises era una serie metafísica. En lo cotidiano, en lo corriente, en la levedad de la trama, los Ulises más que a Homero pertenecen a James Joyce.


EUSTAQUIO MORCILLÓN Y BABALI

En 1946, al año siguiente de emprender la serie 'La familia Ulises'Benejam creó esta otra, titulada 'Las aventuras de Eustaquio Morcillón y Babali'. ¿Podría ser nuestro equivalente de 'Tintín en el Congo'? Es cierto que también se trata de las andanzas por África de un blanco con salacot que lleva a su servicio a un niño negro, el cual, para colmo de los colmos, siempre se dirige a él llamándole "amito". Pero ambos racismos funcionan con su propio motor.

Hergé tiene la visión histórica, cultural del colonialismo belga. A Benejam (o a sus guionistas, primero Joaquim Buigas, y luego Carles Bech, es decir, los mismos de 'La familia Ulises'), la civilización no les interesa. Los auténticos protagonistas de la serie son los animales. Cocodrilos, leones, hienas, pitones, elefantes, hipopótamos, avestruces, grullas, antílopes, cebras, jirafas... Igual que cada novela de Julio Verne obedecía a la explicación de un país, de una región, de un territorio, aquí cada aventura es la explicación de un animal... al que acaban arrastrando muerto en la mayoría de los episodios.

La descripción física de Eustaquio Morcillón se corresponde al milímetro con la de don Ulises Higueruelo. Porque tal vez resulta que este cazador es el lado salvaje del otro buen barcelonés rodeado de familia por todas partes menos por una que le ata a la oficina, y que sueña con vivir solo, en una libertad indómita, y fumarse una pipa pacíficamente sobre un rinoceronte recién cazado, o con pasar entre precipicios por puentes hechos con un tronco, o con idear mil trampas para capturar fieras. En una aventura, los autores se permiten mostrar a un rinoceronte desventrando con su cuerno a un león. 

Pero todo esto son solo las fantasías de un modesto empleado. Su vida real no es tan heroica. Hay una entrega de 'La familia Ulises' donde se les cuela en su casa de veraneo (en San Agapito del Rabanal) un tigre escapado de un circo, y salen todos corriendo muertos de miedo, desde la abuela doña Filomena hasta el perrito Treski.


ALTAMIRO DE LA CUEVA


Bernet Toledano (1924-2009) Perteneciente a una familia de historietistas (su hermano, Jorge, creó 'Doña Urraca', y su sobrino, Jordi, la serie 'Torpedo'), su estrella es Altamiro.


En Bernet Toledano hay un interés creativo hacia lo que a veces se ha llamado 'esencias', y que lo son pero en el modo ligero en que un perfume también es una esencia. El nombre de Altamiro de la Cueva constituye, salta a la vista, un homenaje a las cuevas de Altamira. Su protagonista es pintor, como aquellos hombres (o acaso mujeres) de la prehistoria, y por tanto es dibujante igual que su creador. Un oficio que nace con el origen de la humanidad.

La serie empezó a publicarse en 1965, y a principios de la década siguiente Bernet Toledano entregaría a la revista 'Trinca' las aventuras de 'Los guerrilleros', ambientadas en la guerra de la Independencia durante la invasión napoleónica. Pero lo que hace en ambos casos el autor es dar gracia a toda esa imaginería y liberarla de las garras del régimen dictatorial, que la usurpa para hacer de ella su esencia.

Tanto en 'Los guerrilleros' (por lo que tienen estos de irreductibles galos que resisten a los invasores), como en Altamiro de la Cueva, se percibe además una presencia de Uderzo y Goscinny, es decir, de Astérix. No solo porque el anciano Cantalapiedra, el gran compañero de Altamiro, le dé un parecido al druida Panorámix, sino también por lo que el mundo en que ocurren estas hazañas tiene de aldea, de comuna al margen de la realidad (y lo mismo sucede con 'Los Tebeítos', que era como se llamaban en el 'TBO' 'Los Pitufos', de Peyo). En ambas series, en 'Altamiro' y en 'Los guerrilleros', se entrevé lo que hay en Astérix de esencial y, por supuesto, de esencialista.

A finales del año en que apareció Altamiro de la Cueva en 'TBO', el almanaque anual de la revista 'Tío Vivo' presentaría como réplica a Hug el Troglodita. El primero tenía barba de antiguo beatnik, el segundo avanzaba cómo iban a ser los hippies.


LA GENTE DE COLL


Josep Coll (1923-1984) Fue uno de los puntales de ‘TBO’, hasta 1964, cuando deja los lápices y se reincorpora a la empresa familiar de construcción.


Coll no nos dejó una serie, pero nos dejó un estilo. El más elegante, el más brillante, el más grande. Nadie ha osado imitarlo. Su historia es la de un albañil de Barcelona que desde niño ha soñado con dibujar en el 'TBO', y no solo lo logra sino que se convierte en quien va a salvar a la revista de quedar atrapada en el paso del tiempo. Cuando, en pleno siglo XX, 'TBO' empieza a parecer una revista del XIX, irrumpen los personajes de Coll con un lenguaje y un grafismo tan natural y tan inesperado que solo se podrá deber a sí mismo, y será inútil compararlo con ninguna otra corriente de su momento. Como los genios, es clásico y moderno a la vez.

Coll no observa la vida para tomar apuntes, sino que la intuye, la asimila, y todo esto le va a salir cuando se siente a dibujar esos gags que le han hecho el mejor. Coll piensa con el lápiz. Pero entonces ve que no puede sacar a su familia adelante con la tinta y vuelve a la paleta. Ha dejado entregado un montón de material inédito, y la redacción lo va publicando como si Coll no hubiese desaparecido, como si nunca hubiese tenido que irse del oficio.

Años después los jóvenes le reclamarán y volverá por la puerta grande. Llegarán los homenajes, el reconocimiento. Entonces el dibujante cae en una depresión y pone fin a su vida. De su estilo se ha destacado siempre el dinamismo, el movimiento, es decir, su vitalidad.


LOBITO CAN


Sirvent (1949) Empezó retocando las letras de otros dibujantes del 'TBO' y acabó firmando una de las series de más éxito en los 80, 'Lobito can'.


Sirvent (Josep M. Ferrer Sirvent) era el hombre que estaba allí para hacer que todo ocurriera. ¿Qué fue lo que ocurrió? Que hubo una revolución. Pero antes se había emboscado como un lobo pacifista (corrían los 70 y aún se protestaba contra las guerras y las nucleares). Mientras todo sigue por llegar, el personaje que ha empezado a dibujar Sirvent en 1973 (primero en una tira; luego a media página, y a partir del 76 a toda página) es un lobo vegetariano. El bosque le habla. No solo los otros animales (Tinieblas, el mochuelo; el pájaro Plumitas, el conejo Orejitas...), sino sobre todo los fenómenos meteorológicos: las nubes, la lluvia, los copos de nieve. El ecologismo de Lobito Can es puro panteísmo lírico.

Y de repente llegan los chavales: Paco Mir, Esegé, los hermanos Tharrats. Y ahí está Sirvent para entregarles las llaves del 'TBO'. Se alían y lo convierten en la revista más moderna. En la última revista moderna. Primero Sirvent ha empezado a escribirle a Tha los guiones de 'Historias del Fort-Baby'. Esto ya no hay quien lo pare. Entre todos crean una página loca que llaman 'La Habichuela', y ese humor absurdo y delirante empieza a desbordarse por toda la publicación.

Es el mismo humor que Fraquin e Yvan Delporte hacen en el semanario belga Spirou con el suplemento 'Le Trombone illustré'. También en el mensual francés Fluide Glacial, que dirige Gotlib. Y es también el humor, aparentemente infantil, que en ese momento están haciendo en TVE Els Comediants, con el programa 'Terra d¿Escudella', y el Teatro Experimental Independiente, con el programa 'Jueves Locos'. Nunca fue todo tan divertido.


EL PROFESOR FRANZ DE COPENHAGUE


Ramón Sabatés (1915-2003) Estuvo vinculado a 'TBO' durante 50 años. A partir de los 60 fue el principal artífice de la sección 'Los grandes inventos del TBO'. Dibujó más de mil.


Fue el rostro, y luego hasta el pretexto, de una sección que ha acuñado léxico, que ha dado lugar a una expresión popular ("un invento del TBO") y por tanto una forma de ver el mundo. Pero el nombre de la sección era más rimbombante que la expresión: 'Los grandes inventos de TBO'. Creada en 1922, acabaría siendo el apartado más antiguo y longevo de la revista; aunque la figura del profesor Franz, que apenas cambió de aspecto durante décadas, no apareció hasta 1935, de la plumilla de Serra Massana. Fueron muchos los dibujantes encargados de esta sección, entre ellos Opisso hijo, Urda, Tur, Benejam, Blanco y Sabatés.

El profesor Franz no es un profesor chiflado, ni un científico loco como los que en aquellos años salen en las películas y en las novelas pulp, sino algo mucho más modesto: un inventor casero, un hombre con ingenio que quiere que la vida resulte más práctica y más cómoda para todo el mundo. Es muy difícil pasar por la vida sin ser un poco inventor.

Ha habido inventores en todos los campos artísticos. Los dibujantes lo saben bien desde los tiempos de Leonardo da Vinci, y de hecho esta sección del TBO era pura imaginación gráfica. Y desde Silverio Lanza hasta Vázquez Figueroa (pasando por el argentino Roberto Arlt), también hay en todo el siglo XX un rastro de escritores que han ideado un montón de aparatos y artilugios. El inventor es el relevo del descubridor, que se ha quedado obsoleto una vez alcanzados todos los rincones del planeta. Por eso Unamuno, como noventayocho, como antimoderno y como testigo del hundimiento de un país que se ufanaba de sus descubridores, se cierra ante la llegada de una nueva época y dice: "Que inventen ellos".


JOSECHU 'EL VASCO'


Joaquim Muntañola (1914-2012) Empezó en 'Be negre' y 'En Patufet', y en los 40 creó para 'TBO' personajes como Josechu ‘El Vasco’.


Ofrecer una doble página central de 'La familia Ulises' y crear un nuevo personaje, Josechu el Vasco, es la manera que tiene 'TBO' de celebrar a bombo y platillo su vuelta a la periodicidad semanal. Desde que acabó la guerra civil, a la revista le han negado su condición de semanario; pero al fin, el 21 de junio de 1963, pasados más de 20 años de posguerra, vuelve a ser el 'TBO' que fue.

Será a la semana siguiente cuando se publique la primera tira de Josechu. Un tipo muy fuerte y de orden, que en su historieta de presentación se sube a un campanario porque se ha roto la cuerda de la campana y el sacristán no puede llamar a misa. "Eso nunca", es lo que dice este vasco de pocas palabras.

Su creador, Joaquim Muntañola, era entonces el más célebre dibujante de la prensa de Barcelona. Publicaba a diario en varios rotativos a la vez, y la prensa deportiva le adoraba. Se había iniciado en el oficio como dibujante de agencia cuando de repente, todavía era 1943, se hizo famoso por el chiste gigante que, para anunciar los caldos Potax, durante todo aquel año fue publicando diariamente en una valla de la plaza de Catalunya. Ahora ya nadie pone chistes por la calle.

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