Suki Kim: "Corea del Norte es un cementerio de muertos en vida"

Cuando tenía 13 años, su familia emigró de Seúl a Nueva York. Estudió Filología Inglesa y Literatura de Extremo Oriente, y obtuvo prestigiosas becas como la Fullbright, la Guggenheim y la Open Society Foundation. Posteriormente estudió Literatura Coreana en Londres. En el 2003 publicó la novela de suspense 'El intérprete', que cuenta la historia de una coreana que investiga el misterioso asesinato de sus padres. La obra se convirtió en un 'best-seller' en EEUU. Desde el 2002, viajó como periodista en varias ocasiones a Corea del Norte para publicar reportajes en 'The New York Times' y 'Harper's'. En el 2011 residió seis meses en Pyongyang haciéndose pasar por una profesora de inglés. Después de 60 años de yugo estalinista, la sociedad norcoreana es tan indescifrable como hermético es el régimen que la somete. Esta periodista ha logrado colarse al otro lado de la última fron

Suki Kim, periodista norteamericana de origen surcoreano, la pasada semana, en Madrid.

Suki Kim, periodista norteamericana de origen surcoreano, la pasada semana, en Madrid.

JUAN FERNÁNDEZ

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En el 2011, la periodista y escritora Suki Kim residió seis meses en Corea del Norte haciéndose pasar por profesora de inglés de un grupo de casi 300 veinteañeros, todos hijos de la élite del régimen de Pyongyang. Impactada por lo que veía y escuchaba, pero aterrada por la idea de ser descubierta, Kim iba anotando sus vivencias en un diario que guardaba en un pen drive del que nunca se separaba. A su regreso a Estados Unidos, su país de acogida, escribió Sin ti no hay nosotros, editado ahora en castellano por Blackie Books, donde ofrece un paseo por la forma de vivir, pensar y sentir del país más hermético y claustrofóbico del planeta.

-Si mañana aterrizo en Corea del Norte, ¿qué encontraré?

-Un país donde las personas no son consideradas personas, sino soldados al servicio del Gran Líder. Cuando llegas, más que las pobres condiciones de vida o el régimen tan estricto que siguen, lo que impacta es descubrir cómo la gente se ha acostumbrado a vivir evitando decir lo que no debe, oír lo que no conviene e incluso pensar lo que no le está permitido. Si mañana aterriza en Corea del Norte, sentiría que está en el lugar más triste y deshumanizador del planeta.

-¿Cómo fue su llegada?

-Lo primero que hicieron fue quitarme el pasaporte, el teléfono y cualquier sistema que pudiera servirme para conectarme con el exterior. Me enviaron a un campus universitario aislado y cerrado en el que conviví con 270 jóvenes pertenecientes a familias de altos mandatarios del régimen. Durante aquel medio año, cuyo final coincidió con la muerte de Kim Jong-il, padre de actual mandatario, las otras universidades del país permanecieron cerradas y los estudiantes fueron enviados a centros de entrenamiento. Nunca me explicaron el motivo, pero en esos meses tuvo lugar la primavera árabe. Sospecho que esa coincidencia no fue casual. Debieron temer algún posible contagio.

-¿Podía moverse libremente?

-En absoluto. A los profesores nos dejaban salir del campus un día a la semana, siempre acompañados por guardias. Dentro del centro también había vigilancia permanente a todas horas, en todos los lugares. Allí existe la figura del pensador, que es una especie de guía que controla todos tus movimientos y te dice lo que puedes y no puedes hacer y decir. No solo para los visitantes, también para los nativos.

-¿Se sintió acosada?

-Me sentí en una cárcel inmensa. Mis clases las grababan para asegurarse de que no enseñaba nada peligroso a los chicos y mis conversaciones telefónicas eran también escuchadas. Pero allí todo el mundo veía esto normal porque el país se ha acostumbrado a ser permanentemente espiado. Es más, ellos mismos espían. En Corea del Norte, todos son confidentes de todos y nadie se fía de nadie. Pero ellos han interiorizado ese estado de vigilancia permanente, que escandalizaría a cualquier occidental, con una normalidad asombrosa.

-¿Qué saben del mundo? 

-Mis fuentes de información fueron los propios estudiantes, con los que acabé trabando una relación de afecto. No sabían qué era internet, ni que los televisores pudieran emitir más de un canal, ni qué era una tarjeta de crédito, ni qué ocurre en el resto del planeta. No conocían las pirámides de Egipto, ni la Torre Eiffel, ni el Taj Mahal. Allí existe una cosa llamada intranet en la que solo circula la información que el Gobierno ha subido previamente a esa red. Hay una única tele, que solo emite loas al Gran Líder.

-¿Conocían a más líderes mundiales?

-Sabían quién era Bill Gates, pero no Steve Jobs, ni Mark Zukerberg. Conocían a Michael Jordan, pero no a otros deportistas de élite. Pensaban que en todo el planeta se habla coreano y que su país es uno de los más avanzados del mundo. Es lo que les enseñan.

-¿Y se lo creen?

-Eso decían, lo cual no significa que me dijeran la verdad, porque aquella sociedad ha adoptado la mentira como sistema de supervivencia. En Corea del Norte todo el mundo miente. Las autoridades mienten al pueblo con la propaganda desde la mañana a la noche y la gente se miente entre sí cuando ensalza al Gran Líder. Nadie se atreve a decir lo contrario, por su bien. Este sistema, basado en el miedo, ha calado tanto que la gente ha acabado creyéndose sus mentiras. La sombra de los 200.000 deportados a cárceles de castigo se deja notar.

-Lo que describe suena a experimento de ingeniería social.

-Este régimen lleva funcionando así 60 años. Es decir, hay una generación de norcoreanos que solo ha conocido este modo de vida, que ha sufrido persecuciones, ha pasado por los gulags y ha acabado interiorizando esta forma de pensar. Corea del Norte es un cementerio de 25 millones de muertos en vida. Están infantilizados, despojados de su dignidad, sin capacidad para pensar por sí mismos. No son personas, son soldados al servicio del Gran Líder. Sin embargo, no dejan de ser seres humanos. Los chicos con los que estuve, en el fondo, tenían las mismas pulsiones de cualquier adolescente europeo.

-Por ejemplo, ¿cómo se plantean las relaciones amorosas?

-Todos mis alumnos eran varones. Les pregunté por este tema y en un primer momento me dijeron que no tenían ningún interés en las chicas, que ellos solo pensaban en el Gran Líder. Curiosamente, en Corea del Norte hay muchos chicos tremendamente guapos, pero tienen que hacer el servicio militar desde los 17 a los 27 años. En esos 10 años solo vuelven a casa un par de veces. En esas condiciones, mantener relaciones con chicas es totalmente imposible. Sin embargo, luego, cuando intimamos, me confesaron que en realidad las cosas no son así.

-¿Qué le dijeron?

-Un día les pedí que escribieran una redacción sobre cómo encontrar novia. Respondieron que no podían escribir sobre eso, porque jamás habían mantenido relaciones con chicas. Con el paso de los meses, muchos de ellos reconocieron que sí estaban enamorados y que echaban de menos a las chicas que querían. Sus sentimientos son los mismos que los nuestros, aunque deban silenciarlos. Allí no puedes quedar con tu novia en una cafetería. A lo sumo, puedes verla en la biblioteca pública. Es una sociedad controlada hasta en lo más íntimo. La mayoría se casa después de cumplir 30 años, muchos mediante matrimonios concertados.

-¿Atisbó alguna posibilidad de protesta o rebelión entre la gente?

-Lo veo muy difícil, si no imposible. Siendo el país entero confidente del vecino, nadie confía en nadie, porque todos pueden ser delatores. No hay alternativa al mundo perfecto que les venden, y que por miedo han decidido abrazar. Allí nadie se atreve a alzar la voz.

-¿Qué se puede hacer desde el exterior?

-Solo hay una vía: contarle a todo el mundo cómo se vive allí. Es lo que he querido hacer en mi libro. No podemos dejar a toda esa gente abandonada a su destino ni esperar que vivan otros 60 años sometidos al mismo régimen.

-¿Cómo ve la relación que mantiene la comunidad internacional con Pyongyang? ¿Es la adecuada? ¿Qué cambiaría usted?

-Cuando se habla de Corea del Norte, se debería evitar la frivolidad, y creo que Occidente cae con demasiada frecuencia en ese comportamiento. La película The Interview es un ejemplo: cae en la caricatura y de este modo deshumaniza el problema. Pero lo que pasa en ese país no es ninguna broma, hay demasiada gente sufriendo.

-La suya fue una misión de riesgo: para obtener la información que cuenta en su libro, engañó a uno de los regímenes más implacables que existen. ¿Qué la movía?

-En mi caso se unía un doble motivo. Soy periodista y escritora y solo sé escribir sobre lo que veo. Para conocer cómo viven los norcoreanos, necesitaba residir allí. Cuando supe que una universidad estaba buscando profesores extranjeros, me presenté y me aceptaron. Por otro lado, la división de Corea está presente en la historia de mi familia. Mi abuela perdió un hijo al otro lado y no volvió a saber más de él. Sentía la obligación de dar voz a esa gente y a los que han muerto. Este drama me coge muy cerca.