Sinatra viaja a España

Ava Gardner y Frank Sinatra, en Madrid en 1953.

Ava Gardner y Frank Sinatra, en Madrid en 1953. / periodico

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Muchas y muy variadas razones tuvo Frank Sinatra para prorrumpir en un reniego que acabaría siendo el título de un libro que relata sus andanzas por España. Sinatra. Nunca volveré a ese maldito país (Fundación José Manuel Lara), escrito por el periodista Francisco Reyero, es la crónica de los desafortunados viajes que La Voz -de quien el próximo diciembre se celebrará el centenario de su nacimiento- hizo a España. Y en especial, entre los años 50 y 60, cuando el país, enclaustrado en la dictadura franquista, vivía en blanco y negro y soñaba en technicolor. El periodista ha utilizado prensa de la época y la memoria directa de los pocos supervivientes que se codearon con Sinatra, como la del relaciones públicas Enrique Herreros.

La primera vez que el cantante vino a España en 1950 vivía sus horas más bajas. Las jovencitas ya no vibraban tanto en sus conciertos y él sufría una afección en las cuerdas vocales. Para más inri, la prensa americana le trajo noticias de que su amante, la explosiva Ava Gardner, se había enredado con un torero llamado Mario Cabré en Tossa, un ignoto pueblecito de pescadores en la costa catalana donde la pareja rodaba Pandora y el holandés errante. Sinatra hizo las maletas a toda prisa y aterrizó en El Prat para disfrute de la prensa local, que lo saludó con la misma ingenuidad que los habitantes de Villar del Río en Bienvenido mister Marshall. «Vázquez Montalbán definía la España de entonces como una caja cerrada con el cielo como tapadera. La llegada de Gardner y Sinatra a Tossa es como si hubiera aterrizado allí un ovni. Para aquellos pescadores estar en contacto con aquella tramoya de Hollywood era una forma de sacar un dinero extra pero también de entrever un mundo prodigioso», explica Reyero. Sinatra, obsesivo, mercurial y contradictorio, acostumbrado a salirse siempre con la suya y a mantener a raya su ingente trasiego de alcohol, hace valer sus derechos y devuelve al torero a su papel de secundario exótico.

Una cruz de país

Ava, enamorada del tópico de los tablaos, las corridas y el desenfreno nocturno -al que por entonces solo podían acceder unos pocos-, se sentirá como en casa en España -de hecho tuvo casa en Madrid durante años-, pero para Sinatra el país será su cruz, el perenne recordatorio de sus tropiezos sentimentales. Tres años más tarde, cuando el matrimonio con Ava ya se ha disuelto tras un agotador ni contigo ni sin ti, la pareja volvió a encontrarse en Madrid una noche de exceso etílico en casa de Lola Flores. Pero ella estaba ya en brazos de otro hombre torrencial y testosterónico, el torero Luis Miguel Dominguín.

En 1956, a un despistadísimo director de casting se le ocurrió la nefasta idea de adjudicarle al cantante el papel de un guerrillero español en tiempos de la guerra de la independencia en un melodrama llamado Orgullo y pasión junto a unos también imposibles Sophia Loren y Cary Grant. Todo ello con el beneplácito del Ministerio de Educación y Turismo, que presionó a su director, Stanley Kramer, para incluir en la película los aspectos más patrioteros. A Franco, la bestia negra de Sinatra, le pasaron la película en El Pardo y le gustó. Aquel fue el tercer viaje español del cantante, esta vez por tierras de Ávila y Segovia. Y aunque vino con una guapa acompañante, no se sintió a gusto en ningún momento. «¿Quién encontró este lugar horroroso? ¿Un piloto de helicóptero borracho», exclamaba a quien le quisiera oír. Aunque no desaprovechaba el tiempo para acercarse a Sophia Loren o a Carmen Sevilla, no olvidó a Ava. Ella tampoco a él. Una noche de tristeza etílica la llamó por teléfono desde el Escorial y ella, que por entonces vivía en La Moraleja, acudió sin dudarlo echándose un abrigo de visón blanco sobre el camisón.

Los encuentros se repetirían en 1957 cuando Sinatra volvió a Madrid en una gira benéfica a favor de los niños con cardiopatías. Pero los resultados fueron menos románticos. «Nunca volveré a hablarle a ese espagueti hijo de puta», soltó Ava sin que haya trascendido la ofensa. Pero no fue verdad, nunca dejaron de estar en contacto.

En 1964, dos años antes de casarse con la adolescente Mia Farrow, Sinatra volvió a aceptar rodar en España, en Málaga, otra película para el olvido, El coronel Von Ryan. Fue allí, en el Hotel Pez Espada de Torremolinos, donde un periodista del diario Pueblo y una starlette cubana le tendieron una trampa para arrancarle una foto sensacionalista. El actor montó en furia -uno de sus típicos episodios maniaco-depresivos-, atacó al fotógrafo y cuando le llevaron a la administración del hotel escupió en una fotografía de Franco, uno de sus deportes favoritos. Poco después de eso, cuando fue invitado a salir de España, dijo lo del maldito país; bueno en realidad dijo jodido, muy en sintonía con su humor.

Las dos últimas visitas del Viejo Ojos Azules le muestran como una sombra de sí mismo. Actuó en 1986 en el Santiago Bernabeu, «el concierto resultó un desastre y el público pinchó», recuerda Reyero. Y el 92, con los fastos olímpicos, le trajo a Barcelona. Le acusaron de usar playback.

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