Joan Manuel Serrat
Siete vidas
El autor de 'Mediterráneo' cumplirá 70 años el próximo viernes. Siete décadas de arte y poesía, éxitos y complicidades universales, que dan para otras tantas vidas.
Hace ya mucho tiempo que Serrat es un clásico, pero es ahora cuando, por fin, tiene edad para serlo. El 27 de diciembre entrará en la setentena, franja provecta en la que se acomodan ya numerosos héroes de la música popular moderna: también en 1943 nacieron, por ejemplo, Mick Jagger, Roger Waters (Pink Floyd), Joni Mitchell, Luis Eduardo Aute y, en un campo más ligero, Julio Iglesias y Al Bano. Siete décadas de cultivo de una canción refinada y con poder de seducción a gran escala. Siete serrats en crecimiento y transformación. Los recorremos uno a uno.
1. Niño de Poble Sec
Una placa colocada en 1989 en un portal de la calle del Poeta Cabanyes testifica los orígenes de Serrat en el Poble Sec. Padre, Josep, lampista, con pasado en la CNT; madre, Ángeles, costurera, aragonesa de la martirizada localidad de Belchite, donde perdió a numerosos familiares. Serrat creció en aquella singular encrucijada urbana: un imaginario menestral colindante con las luces de la feria de muestras, el barraquismo de Montjuïc y el barrio chino.
Alumno becado y, por tanto, esforzado en los escolapios, y de ahí al bachillerato en el instituto Milà i Fontanals y la Universidad Laboral Francisco Franco, de Tarragona y, de vuelta a Barcelona, el fin de ciclo educativo en la Escuela de Peritos Agrónomos. En el camino, un objeto turbador. «Me la van regalar quan em voltaven / somnis dels meus setze anys, encara adolescent». La guitarra.
2. El joven trovador
Serrat ejerció de esponja absorbiendo primero las músicas que flotaban en el ambiente: primero, de la copla a los ritmos latinos del bolero y el tango; más tarde, la canción francesa. De Conchita Piquer y Juanito Valderrama, prestando atención a los textos de Rafael de León, a Brel, Brassens y Aznavour. Y fuentes literarias: El extranjero (Camus), Anna Karenina (Tolstoi) y Cartas de un joven poeta (Rilke) son lecturas iniciáticas que nutren al joven trovador, luego ampliadas con la generación del 27.
Integrante 13º de Els Setze Jutges, sus primeras grabaciones, a partir de 1965, le muestran siguiendo el rastro de la chanson en composiciones de tacto costumbrista (ecos de la posguerra en La tieta, romanticismo breliano en Els vells amants), vells amantsque centran el foco en su voz y su guitarra, embellecidos por los arreglos de Ros-Marbà y Borrell.
3. Golpe a golpe
Tras el equívoco episodio de Eurovisión, en 1968, cuando termina negándose a defender La, la, la, del Dúo Dinámico, si no es en catalán (para alegría y gloria de Massiel), Serrat incorpora el castellano en su obra con el álbum Dedicado a Antonio Machado, poeta, con Ricard Miralles, y los tótems Cantares y La saeta. Toma distancias con los principios hegemónicos de la cançó y apela a su bilingüismo familiar para hablar de tú a tú al mundo hispano más sensible y progresista. Es el inicio de un Serrat creativamente imperial, que hasta mediados de los 70 entrega discos fundamentales tanto en catalán (como Per al meu amic, Helena y Pare) como en castellano (Mediterráneo, Miguel Hernández). Poesía popular adaptable a los tiempos y una relación de tensión in crescendo con el franquismo, cuyo punto de fricción llega en 1975, cuando, estando de gira en México, en plena expansión comercial (ese año ha dejado el sello Edigsa y fichado por la multinacional Ariola), condena la ejecución de cinco militantes del FRAP y ETA. Se queda allí, en un exilio sobrevenido de 11 meses. Cuando regresa, el franquismo comienza a ser historia.
4. En tránsito
En su reencuentro con un país en mutación opta por la austeridad artística y publica el delicado e interiorista Res no és mesquí, su tercer álbum dedicado a un poeta, esta vez a un autor poco popular, Joan Salvat-Papasseit. Es el pórtico de una madurez oficializada tras su matrimonio con Candela Tiffon y el tono recogido de 1978, Tal com raja y En tránsito. Simpatiza públicamente con unas siglas políticas, las del PSOE, y su carrera entra en una normalidad saludada con ventas notables y el levantamiento del veto en TVE, que le dedica un especial de Música, maestro.
5. Ya hace 20 años
El reconocimiento masivo se hace también institucional cuando el Ministerio de Cultura premia su álbum Cada loco con su tema, que presenta en una Latinoamérica que le profesa un afecto creciente. Atención al fenómeno que despierta en Argentina, con acalorados recitales en Buenos Aires, en el Grand Rex y el Luna Park, en 1983, cuando se respira el fin del régimen militar, y a los que seguirá una gira más extensa en 1984.
Fa vint anys que tinc vint anys, canta, poniendo al día sus versos de veinteañero. Sigue alternando universos: de la poesía del uruguayo Mario Benedetti (El sur también existe) a regreso al catalán de Material sensible, donde refuerza su alianza con Josep Maria Bardagí.
6. En cuadrilla
En su ingreso en la cincuentena, Serrat lanza el mensaje resignado de Nadie es perfecto, pero esa década le reserva los fastos más suntuosos y los mayores baños de multitudes. En Catalunya, pompa y reconocimiento para su doble álbum Banda sonora d'un temps d'un país, donde se marca el tanto de aglutinar el legado de los clásicos de la cançó (incluidos rivales juveniles como Lluís Llach y Raimon) pasando por alto viejas heridas y rencillas. Lo presenta a lo grande, en el Palau Sant Jordi.
Y a otra escala, el pelotazo de la gira El gusto es nuestro, en la que pasea sus hitos de la mano de Víctor Manuel, Ana Belén y Miguel Ríos, y que le lleva hasta Latinoamérica en un largo itinerario en 1996 y 1997. El clímax de una era y una generación. Le siguen operaciones desiguales: discos menores como Sombras de la China y el latino Cansiones (donde rinde homenaje a los boleros y tangos ligados a su memoria familiar), y la revisión orquestal de Serrat sinfónico.
7. Y con Sabina
En el 2005, entrado en los 60, Serrat hace público que se somete a quimioterapia por un cáncer de vejiga. No estaciona su actividad; al contrario, anuncia una gira intimista, 100 X 100, con Miralles, que le conduce a un disco reflexivo y contemplativo, Mô, incubado en Menorca. Pero no se trata de avisos de un paulatino fundido escénico: sorprende con una nueva obra dedicada a Miguel Hernández (Hijo de la luz y de la sombra) y con una alianza con Joaquín Sabina en un tándem de éxito seguro que convoca multitudes a ambos lados del Atlántico. La Orquesta del Titanic le mantiene a flote, celebrando partituras compartidas, cuando afronta su 70º cumpleaños meditando nuevos proyectos y sin mencionar la palabra retiro. El buen trovador no debe colgar la guitarra.
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