CONCESIÓN DEL 'NOBEL' DE ARQUITECTURA

Shigeru Ban, el arquitecto de los pobres, gana el prestigioso premio Pritzker

El creador japonés, autor de celebradas obras como el Pompidou de Metz, ha ideado humildes refugios para situaciones catastróficas

Centro Pompidou de Metz, obra de Shigeru Ban

Centro Pompidou de Metz, obra de Shigeru Ban / periodico

NATALIA FARRÉ / ANNA ABELLA / Barcelona

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Ha pisado el Olimpo arquitectónico, para clientes ricos y privilegiados --con las insinuantes formas del Centro Pompidou de Metz o la triangular y colorida catedral de Nueva Zelanda-- y ha descendido a purgatorios en la Tierra donde ha puesto su obra al servicio de causas humanitarias, de gente que no puede pagarle, con casas y tiendas de papel, tubos de cartón y materiales reciclables, en Turquía, India y Fukushima, para los afectados por los terremotos de Haití y de Kobe (donde alzó, también en papel, una singular iglesia, que sigue en pie) y para los campos de refugiados de la ONU en Ruanda (el uso de cartón evita la deforestación y el uso de metal, que era robado). Shigeru Ban (Tokio, 1956), artista formado en Estados Unidos, se alzó ayer en Chicago con el pretigioso premio Pritzker, conocido como el Nobel de la Arquitectura, llevando el galardón por segundo año consecutivo a Japón (el año pasado lo ganó su compatriota Toyo Ito).

«Recibir este premio es un gran honor --ha comentado Shigeru Ban en su estudio de París--. Por ello, debo ser cuidadoso y seguir escuchando a la gente para la que trabajo, tanto en mis encargos privados como con en mi trabajo de ayuda en desastres. Es un estímulo para seguir haciendo lo que hago, para no cambiar y crecer». El creador japonés es, según el jurado del Pritzker, un «arquitecto excepcional» y «un profesional ejemplar» que encarna el espíritu del premio --que cada año reconoce a arquitectos vivos por la excelencia de sus trabajos y su contribución significativa y constante a la humanidad-- por su «sentido de la responsabilidad» al responder, durante 20 años, «con creatividad y diseños de alta calidad a situaciones extremas y desastres naturales», y «servir a las necesidades de la sociedad». Sus edificios --«refugios simples, solemnes, económicos, reciclables», que «respiran optimismo»--, añade, proporcionan refugio «a aquellos que han sufrido pérdidas enormes y destrucción».

Ban, admirador de Frei Otto y Mies van der Rohe, ha huido siempre de la etiqueta de arquitecto estrella pero no ha tenido pelos en la lengua al criticar a algunos, como a Peter Eisenman, quien le hizo rehacer su tesis y no aceptaba sus ideas. Cree en valores como la modestia, odia el desperdicio y sabe lo difícil que es crear cosas aparentemente sencillas y con materiales poco convencionales, como el bambú, la tela, el plástico o el papel, con el que también erigió el pabellón japonés para la Expo de Hannóver del 2000. Un edificio que forma parte de su otra faceta, la que le da de comer y que compagina con la humanitaria desde 1985, cuando fundó su primer estudio en Tokio, que luego amplió a Nueva York y París. Suyos son, además del Pompidou de Metz, la Naked House de Saitama y la Curtain Wall House (en Japón), y el pabellón de la IE University de Madrid y el Concert Hall L’Aquila, ambas, cómo no, en papel.