Seductor Klaus Florian Vogt

CRÓNICA El tenor triunfa en Peralada con Wagner y un variado repertorio romántico

Klaus Florian Vogt, durante el recital que la noche del viernes dio en Peralada.

Klaus Florian Vogt, durante el recital que la noche del viernes dio en Peralada.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / PERALADA

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El viaje de Klaus Florian Vogt por el romanticismo inauguró la noche del viernes el desfile de grandes voces del verano de Peralada. Fue un lujo disfrutar de un recital tan íntimo como intenso en el marco de la iglesia del Carme. El seductor tenor lírico, muy bien acompañado por el pianista Jobst Schneiderat, llegó al festival tras ser elogiado por la crítica en Bayreuth por Lohengrin, uno de los roles wagnerianos referenciales de su repertorio. La expectación por la presencia del cantante de Heide estaba más que justificada y hay que decir que no defraudó pese a un inicial y algo plano ejercicio de calentamiento con Schubert.

Vogt exhibió sus reconocidas virtudes. El bello y cristalino timbre, el control del fiato, el equilibrado manejo del juego de dinámicas y medias voces y sus seguros agudos comparecieron a la cita. También la exquisitez de su fraseo y una sensibilidad que justamente no acabó de aparecer con los lieder de La bella molinera. Las canciones de Schubert, que en las recreaciones del barítono Matthias Goerne se traducen en sacudida emocional, no acabaron de conectar con el público pese al alarde técnico.

Pero la velada dio un giro con un aria de Pamino de La flauta mágica. Primeras muestras de entusiasmo con Mozart antes de entrar en el momento de máxima exigencia con Wagner. Llegó el pasaje de La valquiria que narra el encuentro del héroe Siegmund con su hermana Siegliende, de la que se enamorará. Palabras mayores del canto que se convirtieron en eclosión cuando interpretó un luminoso In fernem Land del ese Lohengrin con el que ya emocionara al Liceu en el 2012.

La segunda parte tuvo un cariz más popular. Sonntag y Da untem im thale de Brahms introdujeron, dentro del espíritu romántico, el calculado crescendo para explotar los recursos del artista. Con Ein lied geht um die welt, de Hans May, lució el poderío de sus inmaculados agudos. Su apología a Viena con Mein Wien de Kalman y las piezas de opereta de Franz Lehár, especialmente las de El país de las sonrisas, acabaron con incesantes bravos. El tenor, con la tormenta en su apogeo en el exterior, ofreció dos propinas, una aplaudida Maria de West side story y una aclamada pieza de Giuditta de Léhar. Misión cumplida.

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