DONACIÓN DEL ARTISTA IRLANDÉS

Un regalo en Montserrat

Sean Scully emula a Matisse y Rothko al convertir Santa Cecília, del siglo X, en un espacio de arte y reflexión con 13 de sus obras

Sean Scully, en el altar de Santa Cecília

Sean Scully, en el altar de Santa Cecília / MARC VILA

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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El tres es un número que le gusta al pintor irlandés Sean Scully. Y dar un sentido espiritual a la abstracción («mi abstracción no es un accidente, es profunda; mi religión es la unificación de la familia del ser humano», explicaba ayer). Y a partir de ayer, tres son los grandes artistas plásticos del siglo XX que se han enfrentado al reto de llenar de contenido toda una iglesia hasta el punto de que acabe llevando su nombre, como una advocación artística añadida a la religiosa. La Rothko Chapel de Houston, la Capilla del Sagrario de Vence, de Matisse, y el monasterio de Santa Cecília de Montserrat de Scully (la sala de reflexión de Tàpies en la UPF, también podría ser considerada). Aunque el irlandés haya tenido en cuenta los precedentes para «evitar sus errores»: no quedarse en la decoración como Matisse, no ser tan oscuro como su admirado Rothko, conseguir «un edificio de paz y de amor».

Scully, que estos días ha celebrado su 70º aniversario con un numeroso grupo de amigos venidos de todo el mundo a Barcelona, donde mantiene un taller, vio con ellos cómo se remataba un trabajo de 10 años que ha llevado a otra dimensión la restauración de este monasterio del siglo X emprendido por la Diputació de Barcelona. La participación de Scully ha sido un regalo a la comunidad de Montserrat, y a su amigo el director del museo del monasterio, el padre Laplana (un pedazo de regalo teniendo en cuenta su cotización en el mercado internacional y el atractivo internacional en que se puede convertir la mera visita del espacio o las actividades del Institut Art i Espiritualitat Sean Scully que acogerá Santa Cecília).

«No me hacía a la idea de lo que espectacular que quedaría; es más de lo que me esperaba», comentaba de entrada Scully. Entusiasmado, se ha ido apoderando del espacio: ha acabado por pintar seis murales (sobre metal,para resistir la humedad y el frío) y tres frescos, un tríptico de vidrio tras el altar, tres cruces y cuatro candelabros, además de  ocho vitrales de colores. La obra central, el mural Holly Stationes, con las que ha recreado el calvario que dedicó a  la muerte de su madre (Holly) y que hoy está dispersado.

Unos añadidos finales, los tres pequeños frescos de colores vivos, en las antípodas del oscurísimo ejemplar de la oscura serie Doric que recibe al visitante, convierten la visita en una microantología de la obra de Scully. Son un ejemplo de su trabajo más reciente. De cómo el irlandés, que perdió un hijo, ha recuperado la alegría con el pequeño Oisin, de 6 años y bautizado en Montserrat; para él, «un regalo del cielo».

Mientras, otra conexión del irlandés con Barcelona, el galerista Carles Taché, habla del proyecto de crear una fundación Scully en Barcelona con la colección particular del artista. Las conversaciones estaban «avanzadas». Pero ahora todo depende del nuevo Gobierno municipal.