HOMENAJE A ANA MARÍA MATUTE EN EL PRIMER DÍA DE LA FERIA DEL LIBRO

Santamaría pasa revista en Liber

Inauguración con paseo y sin parlamentos en la Fira

Soraya Sáenz de Santamaría, en el estand de las publicaciones oficiales del Estado.

Soraya Sáenz de Santamaría, en el estand de las publicaciones oficiales del Estado.

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, comentó a la comitiva que la acompañaba durante la apertura de la feria Liber que en el Ejecutivo ayer estaban «más tranquilos que el sábado». Tranquilos quizá, pero no parece que muy confiados del ambiente que se vive estos días en Catalunya. La vicepresidenta dejó claro que había «cumplido» el compromiso que asumió con los editores el pasado día de Sant Jordi y estos se dieron por satisfechos con su presencia. Eso sí: sin parlamentos, ni una declaración ante las cámaras y con los servicios de seguridad manteniendo a la prensa a varios metros de distancia. Y tampoco parece que la presencia institucional a la entrega de los premios Liber, el jueves, vaya a ser de primera fila, pese al homenaje que se rendirá al editor José Manuel Lara.

En ediciones anteriores, ministros y consellers de Cultura aprovechaban la inauguración y tomaban la palabra ante toda la industria del libro española para ponerse al día de pleitos pendientes o promesas al sector. Ayer todo se limitó a un pase de revista de las casetas feriales. En el estand de Ediciones B, en línea con una de las especialidades de la casa, la vicepresidenta confesó su predilección por la novela histórica; en el de Penguin Random House dijo que el libro de Javier Marías que le regalaron lo guardaba para su esposo, pero que ella tenía pendiente la lectura de otro título del grupo, El jilguero de Donna Tartt; en el espacio del Gremi d'Editors de Catalunya no cayeron en preparar ningún detalle protocolario y allí mismo bromeó con  su presidente, Daniel Fernández, sobre la alfombra roja de esa caseta mientras que los pasillos de Liber, austeridad manda, en lugar de la habitual moqueta ferial se camina por un castigadísimo suelo de cemento.

Y es que Liber está en construcción. Ni uno solo de los presentes niega que si bien el peso del sector editorial en todo el mundo de habla hispana está en España, la gran feria del libro, a años luz, es la de Guadalajara, México, y no la cita que recae, en años alternos, en Barcelona y Madrid. Ayer con menos metros cuadrados de espacio expositivo y  más cemento, en sintonía con el durísimo momento que pasa el sector editorial, Liber pintaba tristón. Falta ver cuál será el resultado cuando, a partir de hoy, a las cuatro de la tarde,  al igual que el jueves y el viernes, se abra por primera vez en Barcelona al público no profesional, con presencia de autores y espacio de librería.

El traslado de los pabellones de L'Hospitalet a los de Montjuïc para acercar la feria a la ciudad han sido, explicaba el presidente de la Federación de Gremios de Editores de España, Xavier Mallafré, la primera de las medidas tomadas desde que el año pasado los editores se comprometieran a reconstruir el salón y encomendasen la búsqueda de un nuevo modelo a la empresa Meeting y Salones, presidida por Enrique Lacalle.

DEBATES / Las jornadas de debate profesional se han replanteado también, explicaba la responsable de su programación, Imma Turbau: «Más exposición de casos prácticos, al estilo anglosajón, que repetir la enésima mesa redonda». Hoy, por ejemplo, una cita de altura entre los directores generales de los dos monstruos de la edición en castellano, Jesús Badenes de Planeta y Núria Cabutí de Penguin Random House.

Los editores que paseaban ayer por Montjuïc coincidían en que, aunque más de uno se ha planteado cerrar Liber,  «España ha de tener una feria». Hay por lo menos dos motivos para seguir apostando por él, cuestión de prestigio aparte. Aunque aquí no se cierren tratos como en Fráncfort, Londres o Bolonia, ni haya la masiva asistencia de autores y público de París o Guadalajara, la cifra de negocio sigue justificando su existencia: aquí es donde los pequeños y medianos editores que no tienen redes comerciales propias en América Latina venden sus libros (hasta el 50% de su producción en el caso de las editoriales religiosas) a los distribuidores latinoamericanos.