Samba para Barril

Antoni Bassas y Montse Tura, en primera fila.

Antoni Bassas y Montse Tura, en primera fila.

JOSEP MARIA FONALLERAS / BARCELONA

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Mientras estoy sentado en el Saló de Cent con una libreta de color rojo me pregunto en qué demonios se hubiera fijado Joan Barril si, como Tom Sawyer, hubiera podido asistir a su propio funeral y luego contarlo. Hablaría de los municipales emplumados que dan solemnidad a la ceremonia y que se turnan cada media hora, más o menos, para no desfallecer. El cambio de guardia se produce cuando Joan Ollé está citando a Gil de Biedma y cuando el cardenal Martínez Sistach, que ha irrumpido en escena con ánimos de sermón, cita a Mossèn Cinto. También se habría fijado, Joan, en la troupe de flamencas, procedentes de no sé qué Hermandad Rociera, ataviadas con peinetas y volantes, que cantan ante el pesebre de la plaça Sant Jaume. Cuando está a punto de salir el coche fúnebre de Mémora con los restos de Joan, ajenas a la despedida, se les oye cantar «la Virgen mira a su niño y le canta sevillanas» y «la Nochebuena se viene, tururú, la Nochebuena se va; y nosotros nos iremos, y no volveremos más», que es el villancico más triste y desolador de toda la historia de los villancicos. En el interior decimos adiós y hablamos de los que se van, como Vicenç Villatoro, que lee un fragmento del propio Barril sobre cómo asistir a la muerte de los amigos «nos rompe el paisaje». Al mismo tiempo, el público familiar, que se confunde con quienes asistimos al funeral, se agolpa ante el Nacimiento, un contraste que a Joan le hubiera encantado, seguro, y que yo también anoto en mi libreta roja.

Me fijo también en las cápsulas de café (compatibles con la cafetera Nespresso) que nos dan la bienvenida junto con el recordatorio con versos de Salvat-Papasseit. Los hermanos Maragall, Pasqual y Ernest, cogen una cada uno, pero el resto no se atreve. Yo no había estado nunca en un acto así en el Saló de Cent y no soy un experto en funerales, y además soy un iluso, con lo cual deduzco que en Barcelona ahora está de moda invitar a café para pasar el rato mientras empiezan las honras fúnebres. Pero no. Las cápsulas son una última broma de Barril, nos lo explica Glòria Duran, su mujer. «Son para que tomemos un último café con él, para que este Saló de Cent sea un lugar de reunión, un Café donde hablar de Joan». Una República, que tiene también su banda sonora, que va sonando desde las diez y media hasta que empieza todo, con mezcla de zíngaros, musicales, ópera, canciones populares y todo lo que esconde la discoteca de Joan Ollé.

GIL DE BIEDMA / Y hablan. Y hablamos. Y Ollé nos trae a Gil de Biedma, con esa voz poderosa que por momentos se va difuminando, como si quisiera callar, porque ha sido a él a quien le ha tocado hablar, porque es él quien se queda mientras el amigo se va. Y Gil de Biedma, en su Amistad a lo largo escribe versos que hablan de lo que más celebramos hoy, con ese dolor que es tierno: «Solo quiero deciros que estamos todos juntos».

Pero resulta que no bailamos ni cantamos como es muy presumible que deseara Joan. Vaya, es seguro que lo hubiera querido así. Con un poco más de ritmo, que es el que tiene Ornella Vanoni cuando suena su voz por megafonía mientras esperamos a que llegue Joan Manuel Serrat, que se retrasa y así consigue crear un momento muy barriliano, uno de esos momentos en que no sabes cómo se resolverá todo hasta que todo acaba por resolverse. Suena Vanoni, con música de Vinicius, la pieza que Joan quería para un día como este, junto con el Nane Tsora de los franceses Bratsch, su himno con mandolinas, violines y clarinetes. Suena Vanoni y es la samba que nos habla del deseo y de la locura, de la inconsciencia y de la alegría: «Cerchiamo insieme tutto il bello della vita in un momento che non scappi tra le dita». Deberíamos haberla bailado, demonios, por ese momento que no puede escaparse entre los dedos, deseosos de asirlo, de no abandonarlo, de vivir siempre con él, con el momento. Pero somos así, y puede que aún tuviéramos el nudo en la garganta y la comezón en los lagrimales después de haber visto cómo una madre se queja de haber sobrevivido a su hijo o de cómo un hijo recuerda las comidas familiares en las que Barril les «invitaba» a pronunciar un parlamento. «Doncs, mira», dice el pequeño Joan, «hoy te haré uno, padre: la persona que soy la soy por ti». O puede que aún nos enturbiara el ánimo la improvisación a capela de Marina Rossell, esa dulce «marededéu, quan era xiqueta, anava a costura, a aprendre de lletra».

Cualquiera baila una samba entonces. Pero a Joan le hubiera gustado. Y yo lo anoto en mi libreta roja. Para que no se nos escape entre los dedos.