La saga '[REC]', vista por Jaume Balagueró

El director relata a EL PERIÓDICO en primera persona la historia de la exitosa serie de terror, cuya cuarta y última entrega se estrena el viernes

JULIÁN GARCÍA / BARCELONA

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Hace siete años, Jaume Balagueró y Paco Plaza removieron los cimientos del cine de terror con [REC], una original pesadilla de sangre, virus y zombis rodada con cámara subjetiva al modo de un programa de telerrealidad, con la reportera Ángela Vidal (Manuela Velasco) intentando sobrevivir entre hordas de muertos vivientes. Nadie, ni sus propios creadores, podía imaginar que aquel viaje al infierno en una finca regia del Eixample barcelonés acabaría siendo un fenómeno universal, con remake americano incluido y tres entregas más. La última de ellas, '[REC]4', llega el viernes a las salas de cine tras haber inaugurado la última edición del Festival de Sitges, en un fin de fiesta zombi ambientado en un herrumbroso barco en alta mar. «Es un regalo para los fans de la serie», afirma Balagueró, encargado de cerrarla en solitario después de que Plaza hubiera dirigido, también solo, la tercera entrega.

'[REC]4' funciona como continuación directa de la segunda parte, con Ángela Vidal despertando en un barco donde un grupo de científicos investigan el virus zombi para intentar hallar una cura. Balagueró, sin embargo, abandona la exitosa estrategia de la cámara subjetiva de las dos primeras entregas al entender que la fórmula «ya no daba más de sí», ofreciendo a cambio una festiva celebración de sangre y alaridos, de músculo y claustrofobia. Un entretenimiento en estado puro.

Para conmemorar el cierre de una de las sagas más fructíferas de nuestro cine, surgida de la factoría Filmax, este diario quiso lanzar una propuesta al director de Lleida: que fuera el mismo quien evocara, en primera persona, la historia y los detalles de cada una de las cuatro entregas de '[REC]'. Aceptado el reto por parte de Balagueró, sean bienvenidos a su infierno zombi.

«Nuestro tren de la bruja»

«La primera entrega de '[REC]' fue un experimento, algo que mi amigo Paco Plaza y yo llevábamos tiempo modelando en la cabeza. Buscábamos la fórmula para fabricar una especie de tren de la bruja, una película que metiera a los espectadores dentro del túnel y los guiara hasta la oscuridad, sin salida, sin vuelta atrás. Una experiencia de miedo subjetivo en que los espectadores no viesen el horror ante sus ojos, sino que lo experimentasen.

Durante meses preparamos los ingredientes: el formato de la telerrealidad, una reportera y su cámara, una dotación de bomberos, una genuina historia de terror sobre un virus desconocido que transforma a la gente en monstruos y una escalera de vecinos casi de verdad.

Luego vino el condimento: un rodaje especial en que la idea de lo espontáneo y lo veraz prevaleciera sobre todas las cosas. Actores no conocidos, capaces de improvisar, una reportera de verdad (Manuela Velasco) retratando una realidad de mentira pero con apariencia de verdad, planos larguísimos, sin manipulación, como si la historia sucediera ante nuestros en ojos en tiempo real. No cortar nunca, pasara lo que pasara. Y un guión casi inexistente para los actores, que les dejara a merced de las mil trampas inesperadas que íbamos a tenderles.

Entonces decidimos especiarlo todo con toques de horror sugerido, la implicación de la Iglesia, lo demoniaco, el misterio oscuro que se oculta en un ático... Así que la receta estaba lista. Ya solo nos faltaba el toque final. Una última aparición inesperada, un regusto inesperado que sobreviene en el último momento. Un ser imposible, perturbador, la pura encarnación del miedo. ¡La Niña Medeiros!

Recién sacado del horno, dimos a probar el resultado. Y resultó, para nuestra sorpresa, que la cosa funcionaba. Funcionó de maravilla en su estreno en el festival de Venecia y lo mismo sucedió en Sitges. La locura. La verdad es que, cuando estábamos haciendo la película, no teníamos demasiada conciencia de que algún día llegara a estrenarse. Teníamos dudas. Era una película demasiado especial, demasiado experimental. Pero la receta era correcta y ese experimento se convirtió en un éxito. Mirándolo hoy con perspectiva, flipas en lo que se acabó conviertiendo».

«Otro juego, la misma diversión»

«No tardamos mucho en plantearnos dar continuidad a nuestro juguete, ampliarlo. Queríamos seguir divirtiéndonos y que los espectadores siguieran divirtiéndose con nosotros. Mantuvimos algunos ingredientes (la misma escalera de vecinos, el mismo horror infeccioso) y cambiamos otros (la reportera y los vecinos fueron sustituidos por un equipo de intervención armada que venía al rescate). Multiplicamos las cámaras y los puntos de vista, creando un juego de espejos impredecible: la cámara del equipo de rescate, las minicámaras adaptadas a sus cascos y aún otra más para unos adolescentes caprichosos y díscolos dispuestos a meterse en líos y grabarlo todo.

Lo que solo sugerimos en la primera receta se hizo ahora mucho más evidente. Los demonios aparecieron, los secretos inconfesables salieron a la luz. La realidad se multiplicó en un juego de espejos inesperado. La criatura del ático regresó. Y con ella una nueva abominación, una larva gigantesca que viajaba de boca en boca y que tal vez, solo tal vez, contuviera en su interior la respuesta del misterio. La fórmula de miedo subjetivo se convirtió en un cóctel que añadía nuevos matices: acción, fantasía, criaturas monstruosas de naturaleza incierta...

El juego aquí era otro, se había ampliado. Pero seguía siendo eso, un juego. Y el regusto final seguía siendo el mismo: la pura diversión».

«Violencia festiva, humor, romance»

«La tercera entrega llegó de la mano de Paco Plaza en solitario. Yo andaba por aquel entonces en otros platos bien distintos, otros sabores... Así que Paco tomó los mandos del asunto y se puso manos a la obra para convertir nuestra receta en la base de un menú mucho más grande, el del banquete de una boda multitudinaria. Adiós a la escalera de vecinos, a la reportera y a los bomberos. ¡Esto era otra cosa!

La gran boda, las instalaciones para la fiesta, los trajes elegantes, los aperitivos... Consciente de que la clave de nuestra aventura tenía que ser no repetir jamás la misma receta, Paco acabó abandonando el punto de vista subjetivo del obligado vídeo de boda (y seña de identidad narrativa de las dos anteriores entregas de '[REC]') y se lanzó sin complejos, casi a tumba abierta, a una nueva y fastuosa combinación de ingredientes: violencia festiva (la ocasión obliga) humor y romanticismo, humor delicioso y negro y muchas canciones impagables: de 'Eloise' de Tino Casal a 'Gavilán o paloma' de Pablo Abraira…

El resultado final fue un menú delicioso y diferente, encantador y descacharrante, una delicia de sabores. Pero, más allá de eso, el regusto era inequívamente el nuestro, el de siempre. Otra cosa, pero puro '[REC]'».

«El objetivo: pasarlo bomba»

«Esta es la última, la que cierra la aventura. Y para celebrarlo hemos querido montar una buena fiesta de despedida. El tren de la bruja de la primera entrega lo hemos convertido en una montaña rusa de parque acuático. Y en esta nueva receta hemos metido nuevos ingredientes: aventura, thriller, suspense, supervivencia. Remover y dejar enfriar.

Un barco ruso en cuarentena, el virus que se esconde y espera, una tormenta que se acerca... La pesadilla está servida. Y en medio de todo ello, nuestra vieja conocida, la ingenua periodista que entró en aquel edificio del Eixample en busca de un reportaje y se encontró de cara con el infierno. Ahora estará dispuesta a todo por escapar y sobrevivir, armarse hasta los dientes y dejar a todos clarito quién sigue siendo aquí, siete años después, la verdadera protagonista.

'[REC]4' es una fiesta furiosa, irónica y desacomplejada: un juguete donde todas las piezas de las otras partes de la saga se unen para hacer clic y alcanzar la diversión pura. Habrá fans que dirán que no se parece a los dos primeros '[REC]', pero yo les diría: no esperéis nada, disfrutad de lo que encontréis. La cámara subjetiva funcionaba muy bien al principio porque, narrativamente, estaba plenamente justificada. Pero aquí ya la hemos abandonado porque si hubiésemos seguido explotando la máquina, habría dejado de funcionar. El resultado se habría visto forzado.

¿Y por qué un barco? Porque teníamos claro que debíamos salir del edificio a toda costa, pero al mismo tiempo debíamos mantener las señas de identidad de la saga: la sensación de claustrofobia, de estar atrapado, de no poder salir. Y un barco en medio del océano es un lugar del que no puedes escapar. Un lugar claustrofóbico, opresivo, caótico. El marco ideal para nuestra montaña rusa en alta mar.

La fórmula es distinta, otra vez. Pero el objetivo es el mismo de siempre: pasarlo bomba. Vosotros y nosotros. Seguimos jugando».