NOVELA GRÁFICA

Riad Sattouf: «No pertenecer a un pueblo concreto ha sido una suerte»

El dibujante Riad Sattouf.

El dibujante Riad Sattouf.

EVA CANTÓN / PARÍS

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E l dibujo de un gran Pompidou vestido de Papá Noel hizo creer a la maestra de escuela de un pueblo bretón que el pequeño Riad era un niño precoz. Ante el temor de que le enviaran a una academia para superdotados, el chaval dejó de pintar al presidente francés pero descubrió la interesante reacción que provoca un dibujo. Riad Sattouf (París, 1978) cuenta este seminal episodio en 'El árabe del futuro', un relato vivaz de la infancia que pasó a caballo entre Francia, Libia y Siria. «Aquel niño se decía a sí mismo: ¡Ah! ¿les interesa esto? Pues voy a hacerlo siempre porque así no dejaré de llamar su atención. Y eso es lo que sigo haciendo», cuenta Sattouf, que fue colaborador durante 10 años de 'Charlie Hebdo',' de cuyo atentado se muestra reacio a hablar. Con su libro ganó el gran premio en Angulema y ha vendido 200.000 ejemplares en Francia.

-¿Qué quería contar en 'El árabe del futuro'?

 

-La historia íntima de una familia franco-siria en la Libia de Gadafi y la Siria de Hafez al Assad. Mi padre era profesor de historia. Dio clases en Trípoli y luego en Damasco y en el libro quería hablar de la fascinación de un niño por su padre, un hombre capaz de decir barbaridades. Porque mi padre estaba a favor de la modernidad y del progreso pero, al mismo tiempo, era muy supersticioso y apoyaba la pena de muerte. También sostenía que el mundo árabe no estaba preparado para la libertad. Quería contar cómo se crece con un modelo así.

-Es una visión infantil pero no del todo naif. ¿No?

 

-No, no. Está la ingenuidad del niño, en el primer nivel de lectura. Pero  el lector no es ingenuo y en todas las escenas hay una voz en off que le acompaña para explicar el contexto político y social. Para que no esté completamente perdido si se da el caso de que no sepa nada del Islam.

-¿Cómo ha sido el proceso creativo del libro?

 

-Tenía ganas de escribirlo desde hacía muchos años, pero no acababa de encontrar el tono porque, como lector, no me gustan mucho los relatos autobiográficos. Creo que los autores son demasiado amables consigo mismos. Se dibujan muy guapos y omiten los aspectos desagradables, y yo no quería hacer eso. Partiendo de ese principio, suprimí mis opiniones sobre mí mismo  a la hora de contar los hechos a fin de que fuera una historia independiente. Quería partir esencialmente de mis recuerdos, no busqué documentación.

-¿Qué tipo de recuerdos?

-Mis recuerdos se basan en ambientes, olores y sensaciones más que en palabras.

-En el álbum hay algo muy sensorial y un particular uso del color.

 

-Sí. A medida que dibujaba me di cuenta de que los recuerdos estaban clasificados de tal manera que en cada zona geográfica dominaba un color. En Libia era el amarillo, por la arena del desierto y un ambiente soleado y luminoso. Siria era muy diferente, porque vivíamos en un pueblo pequeño cerca de Homs, en una llanura donde la tierra era muy roja. Y Bretaña, en Francia, era el mar, el azul, el cielo gris. Así que decidí separar cada país mediante un color, porque así estaban ordenados en mi cabeza.

-También hay muchas referencias a los olores.

-Estoy obsesionado con los olores. Son tan importantes en mis recuerdos como las imágenes.

-Hablando de imágenes. ¿Todavía ve a Georges Brassens cuando oye la palabra Dios?

 

-(Risas). Creo que vivimos con el 'software' que nos transmiten nuestros padres y no nos libramos nunca de él. Aunque a mi padre no le gustaba, mi madre usaba la palabra Dios para describir a Brassens. Esa imagen fraguó en mi cabeza y todavía hoy impide que me tome a Dios en serio. Cada vez que pienso en Dios, veo a Brassens.

-¿Qué otras cosas conserva de ese

software?

 

-No sabría qué decir. Pero una cosa está clara y es que, cuando estaba en Siria, como tenía el pelo rubio, el resto de los niños no me consideraban sirio sino un francés simpático (los más amables), o un enemigo judío (los menos), porque Francia era aliada de Estados Unidos, que a su vez era aliado de Israel. Y a su vez, en Francia, como tenía un nombre un poco raro, para los franceses era un árabe. Eso de no pertenecer a un pueblo concreto ha sido una suerte para mí, una especie de educación.

-¿Una suerte?

 

-Sí, porque así pude ver las cosas con cierta distancia y jamás me sentí tentado por encerrarme en una identidad o en un orgullo nacionalista.

-Para su padre el árabe del futuro es el que va a la escuela, ¿y para usted?

 

-No tengo ni idea! (Risas). Soy muy malo generalizando y no me gusta que los autores opinen sobre grandes asuntos. Lo que intento es contar lo que he vivido y dejar que el lector haga su propia interpretación.

-Su relato puede situarse en la estela de obras como Persépolis, de Marjane Satrapi. ¿Qué papel tiene la novela gráfica a la hora de contar la Historia?

 

-El cómic es un medio muy potente que puede abordar todos los temas. Además de Satrapi está Maus de Art Spiegelman y los trabajos de dibujantes japoneses como Shigeru Mizuki, que habla de la guerra del Pacífico. Hay algo muy humano en el cómic, que adoro.

-¿Qué piensa su familia siria de este primer tomo?

 

-Eso lo voy a contar en la continuación del libro. Voy a incluir la reacción de mi familia.

-¿Y puede adelantar algo?

-¡No!. ¡No voy a contar el final de la Guerra de las galaxias!