CRÓNICA

Resistencia prog-rock

Pendragon reconstruyó su sinfonismo amable en Bikini

Nick Barrett, de Pendragon, en la Sala Bikini.

Nick Barrett, de Pendragon, en la Sala Bikini.

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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Cuando Pendragon publicó su primer disco, The jewel, en 1985, el rock progresivo ya tenía aquella aura de objeto de museo, aunque, en esa época, a sus amigos de Marillion les tocó el gordo con el éxito de Kayleigh. Pendragon no tuvo tanta suerte, pero tampoco cayó en la cuneta como tantos contemporáneos del ramo, y tres décadas después, ahí sigue, publicando discos y atrayendo a un público no masivo pero sí estable a conciertos como el que ofreció el miércoles en Bikini.

Aunque no lo parezca, les preceden hasta siete visitas a la ciudad (repartidas entre Zeleste, el mismo Bikini, La 2 y Luz de Gas), siempre discretas, al margen de los canales informativos ordinarios y, por supuesto, también de las tendencias. Su prog-rock preciosista, tendente a la lírica evasiva y peliculera, está como colgado en el tiempo, aunque por su lado más melódico podría insinuar alguna remota sintonía con grupos más actuales, con peso de los teclados, como Keane o Coldplay. Este grupo británico no practica, en general, un sinfonismo pomposo, sino que suele ajustarse a un formato de canción con estribillo, y las intervenciones solistas están acotadas.

BELLEZA LÍRICA / Este aspecto se apreció en canciones como The freak show, del disco Pure (2008), el más citado de la noche, y Beautiful soul, de su nueva obra, Man who climb mountains, publicada hace un par de semanas. Rock progresivo que, en realidad, progresa poco, en un sentido literal, ya que prefiere relamerse en sus giros líricos y sus elegantes crescendos, como en Breaking the spell. Lo que en los años 70, en manos de Camel o Mike Oldfield, era aún una exploración de los límites del rock, ahora tiene un aspecto más autocomplaciente. Aunque quedan estampas de belleza, esteticismo resuelto con alta precisión, como en Explorers of the infite.

RECUPERANDO REPERTORIO / Nick Barrett, cantante y guitarrista del cuarteto, no es un solista agresivo, ni un guitar hero, si bien tuvo sus momentos de lucimiento, y Clive Nolan no hizo de Rick Wakeman ni de Keith Emerson sino que se centró en proveer a las melodías de frondosos fondos electrónicos con breves desviaciones hacia el órgano old school a lo Genesis (el pasaje final de Faces of light). Nolan, por cierto, toca en una banda paralela, Arena, con Mick Pointer (batería original de Marillion), que ha anunciado un concierto en Bikini para el 17 de abril.

Con el nuevo disco aún muy fresco, el grupo fue conservador y, tras interpretar solo tres sus canciones, prefirió mirar hacia atrás con la, esta sí, muy sinfónica Nostradamus y, en los bises, con el ánimo guerrero de Indigo Masters of illusion. Prog-rock amable que sobrevive ya no a los ataques, sino a la indiferencia.