FIEL ADAPTACIÓN

Una novela a la medida

El relato de Thomas Pynchon encaja perfectamente en la obra de Paul Thomas Anderson

Fotograma de 'Puro vicio', película de Paul T. Anderson inspirada en un libro de Thomas Pynchon.

Fotograma de 'Puro vicio', película de Paul T. Anderson inspirada en un libro de Thomas Pynchon.

NANDO SALVÀ

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Nadie había adaptado nunca un libro de Thomas Pynchon al cine por la misma razón por la que nadie nunca ha montado un concierto de U2 en un trastero: no cabe. Sus novelas incluyen docenas -o centenares—de personajes y entretejen múltiples tramas conspirativas. Además, en la prosa de Pynchon los temas y líneas narrativas a menudo arrancan, se detienen, retroceden y desaparecen, y eso no es fácil de trasladar a la habitualmente lineal gramática cinematográfica. Pero, Paul T. Anderson -alias PTA-- es la persona ideal para intentarlo. Después de todo,cada nueva película del cineasta se aleja un poco más de la narrativa convencional. Puro vicio, que hoy llega a nuestras pantallas, es más difícil de seguir que la dieta de la alcachofa.

El relato encaja perfectamente en la obra de Paul T. Anderson, que funciona como poliédrico retrato de hombres cuyos cerebros han quedado fritos en su particular búsqueda del sueño americano. Podría funcionar, por ejemplo, como precuela espiritual de Boogie nights (1997), que viajaba a bordo de la industria del porno desde su auge en los 70 a su caída en los 80. Puro vicio retrata un cambio cultural similarmente drástico. Ambientada en 1970 -el año en que PTA nació--, posee un héroe, el detective Doc Sportello (Joaquin Phoenix), que no se enteró de que los ideales del flower power se marchitaron a causa de la familia Manson, las muertes de Altamont y la masacre de My Lai en Vietnam; de que llegaron Nixon, la brutalidad policial y las fuerzas de control social y de que el capitalismo empezó a volar hacia su extremo lógico de explotación y corrupción.

Instalado en la inopia, el personaje de Doc se embarca en una odisea absurda en la que los más extraños personajes se le abalanzan como expulsados por una máquina lanzapelotas -músicos que han fingido su propia muerte, moteros neonazis, dentistas narcotraficantes, prostitutas asiáticas, policías traumados— mientras trata de encontrar solución a un misterio a pesar de que no sería capaz de encontrar su propio ombligo ni con un mapa, en parte porque se pasa la película colocado.

Cóctel de referencias

En el proceso, el personaje se revela como primo hermano de Philip Marlowe, o al menos de la versión nostálgica del héroe chandleriano que Robert Altman ofreció en El largo adiós (1973), y por supuesto de Jeffrey Lebowski: tanto Puro vicio como El gran Lebowski (1998) son intrigas más interesadas en la captura de un ambiente que en hacer funcionar mecanismos argumentales, ambas son comedias fumetas para gente sobria -aunque eso depende de cada uno-, y ambas se apoyan en personajes cuya actitud ante la vida, el sistema y el consumo de drogas se forjaron en los años 60, y ahí se quedaron. La coctelera de referencias, claro, admite muchos más ingredientes: Chinatown (1974), Cheech & ChongMás allá del valle de las muñecas (1970), las comedias de Zucker, Abrahams y Zucker y, si se quiere, hasta el viaje del Capitán Willard al corazón de las tinieblas. Pero ninguna lista de influencias hace justicia. Puro vicio es una película única.