Desigual recital de Keenlyside en el Liceu

El carismático barítono mostró su mejor nivel con los 'lieder' de Strauss y Schubert tras un intenso y variado programa

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CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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Inquieto, temperamentalmente nervioso y moviéndose por el escenario más de que lo que exigen los cánones introspectivos de una velada de carácter liederístico, Simon Keenlyside (Londres, 1959) fue de menos a más en su actuación en el Liceu. El versátil y carismático barítono británico, que ha solicitado la nacionalidad irlandesa por su rechazo al 'brexit', había elegido para su primer recital en la casa -después de sus éxitos como intérprete de 'Hamlet' (2003) y del 'Don Giovanni' de Bieito (2008)- un variado programa con perlas del repertorio ruso, francés y germánico. Casi 30 piezas, contando los bises, con las que buscaba satisfacer su innata curiosidad en los diferentes repertorios, además de intentar adaptarse a la acústica de un espacio demasiado grande para recrear este tipo de programa.

El esfuerzo para desarrollar tan intensa propuesta, sin apenas margen para las pausas que propician otro tipo de retos con arias de ópera en los que alternan las intervenciones del solista con las piezas instrumentales de la orquesta o el pianista de turno, tuvo que ver con la irregularidad en el rendimiento. Y eso que Keenslyside se ha hecho acompañar para este viaje por un maestro en el género como el gran pianista Martin Martineau, uno de los invitados de lujo a la próxima Schubertiada de Vilabertran.

ESTILO JAMES BOND

El 'charme' del artista, con impecable traje gris, pañuelo en el bolsillo de la americana y corbata, en una estética que recordaba a la de un moderno James Bond, estaban ahí para reforzar la imagen de su elegancia y refinamiento en el canto, que se puso de manifiesto en la segunda parte durante la interpretación de los ‘lieder’ de Strauss y Schubert. Al principio, y con las romanzas rusas de Glazunov y Rachmaninov y la 'Serenata de don Juan' de Chaikovski, le costó coger el tono y, comparativamente con la soltura y emoción exhibidas hace unos días por el ruso Hvorostovsky con un repertorio similar, se mostró lejos de su mejor nivel.

Le costó calentar la voz y recurrió con frecuencia a su botellín de agua para refrescar la garganta, además de desprenderse de la corbata y tirarla al suelo con aparente furia en un momento de la velada. Todo mejoró a partir del lirismo melódico del francés Duparc, especialmente en 'Chanson triste' y en la apasionada 'Phidylé', y sobre todo con las irónicas miniaturas del ciclo 'Les chansons gaillardes' de Poulenc, donde mostró una gran expresividad y comicidad y un canto más próximo a la exigencias de las partituras.

La presencia de una parte del público que no daba muestras de conocer las reglas para seguir un recital de estas características, tampoco ayudó a encontrar la concentración de los intérpretes. Algunos espectadores aplaudían al final de cada pieza, aunque no se hubiera completado un ciclo, y no respetaban los obligados silencios del final de las recreaciones de las canciones, ahogando incluso las últimas notas del piano.

MEDIO AFORO

El cantante se sobrepuso a este ambiente en la segunda parte con los cinco románticos 'lieder' de Strauss que alternan a melancolía amorosa con el canto a la naturaleza. Pero donde destapó el tarro de la esencias fue con Schubert. La delicadeza de 'Alinde', el clímax de 'Secreto', el lirismo de 'A la luna en una noche de otoño' y del de otras piezas en la línea estilística del célebre 'Viaje de invierno', le llevaron en volandas a la rítmica 'Abschied' ('Despedida', de ‘El canto del cisne’).

Keenlyside exhibió finalmente una voz plenamente asentada a un repertorio que domina y Strauss y Schubert regresaron en las tres propinas que cerraron una buena actuación programada en una semana con demasiadas propuestas y con el reciente recital de Hvorostovsky, hecho que sin duda influyó en que el Liceu solo llenara medio aforo.