¡Que viene el duque de Alba!

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Rosa Massagué

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Mientras unos brindan por España, otros maldicen el país y su rey. Unos son los arcabuceros de los tercios de Flandes. Los otros son los flamencos sometidos a la tiranía española. Así empieza la ópera ‘Le duc d’Albe’ (El duque de Alba), de Gaetano Donizetti, que verá Carles Puigdemont si acepta la invitación que le cursó el director de la Opera Vlaanderen, la ópera de Flandes. En realidad el intendente Aviel Cahn cursó una doble invitación, una al embajador de España en Bélgica y la otra al presidente de la Generalitat cesado. Ninguno de los dos acudió el día del estreno, el 17 de noviembre, pero podría ser que Puigdemont asista a alguna de las representaciones restantes.   

‘Le duc d’Albe’ es una rareza en la larga lista de obras del maestro del ‘bel canto’. Compuesta al estilo de la ‘grand opéra’ francesa con un libreto en francés de Eugene Scribe y Charles Duveyrier, Donizetti la escribía para el teatro parisino, pero la abandonó tras componer los dos primeros actos y dejar los dos últimos solo esbozados con las líneas vocales y sin final. Los cotilleos de la época aseguraban que a la cantante Rosine Stolz, a la sazón amante del director de la Ópera de París, no le gustaba el tema.

Desde finales del siglo XIX varios compositores la pusieron final, pero solo en una versión italiana. Dado que la obra transcurre en Flandes, Cahn consideró que la Opera Vlaanderen podía ofrecer una versión completa de ‘Le duc d’Albe’  en el francés original, hasta entonces inexistente. El compositor italiano Giorgio Battistelli (1953) fue el encargado de acabarla y se estrenó en la sede de Amberes de dicho teatro en la temporada 2011-2012. Ahora ha llegado a la otra sede, la de Gante, en la misma producción que firma Carlos Wagner con escenografía de Albert Flores.

‘Le duc d’Albe’ es, como tantas obras de la época, un drama personal que se desarrolla en medio de un conflicto entre oprimidos y opresores. Cuando se alza el telón el tirano duque de Alba que reprime a sangre y fuego la revuelta de los flamencos ya ha matado a su líder, el conde Egmont. La hija de este, Hélène, ha tomado el relevo contra los españoles, tarea en que le acompaña su enamorado Henri de Bruges.

Pero ¡oh destino¡, resulta que el joven rebelde es hijo del duque. Cuando en el tercer acto padre e hijo descubren su relación se desencadena en ambos un vendaval de sentimientos contrapuestos. Como es de prever, acaba muy mal, con la muerte accidental del joven al intentar proteger al padre del puñal con el que Hélène se dispone a vengar la muerte del suyo matando al duque.  

El personaje de Alba es de mucha complejidad. Pasa por muchos estados de ánimo. Es el tirano violento, autoritario. Es también un padre frágil, necesitado del cariño del hijo recién hallado de quien aspira a oír cómo le llama ‘padre’. Su personaje reúne fuerza, dolor, amor, y al final, desesperación por la pérdida de Henri, un dolor y una desesperación que, como canta el coro, nunca demostró por los padres e hijos flamencos muertos por los arcabuceros españoles.

Los dos primeros actos de la ópera se desenvuelven musicalmente por caminos trillados sin alcanzar la grandiosidad que cabe esperar de la ‘grand opéra’. Pero este ‘Duque’ gana fuerza e intensidad musical cuando Battistelli empieza a tapar los agujeros dejados por Donizetti. El inicio del tercer acto es el punto de inflexión. El compositor no ha intentado imitar o adaptarse a lo escrito hace más de 150 años. La ópera está acabada con un lenguaje musical contemporáneo, propio de Battistelli. Y lo sorprendente es que lo antiguo y lo nuevo se van acoplando sin grandes sobresaltos pese a la enorme diferencia de estilo y de lenguaje hasta llegar al coro final de una enorme fuerza dramática.

En su puesta en escena el venezolano Carlos Wagner prima el envoltorio de la historia, es decir, el conflicto violento entre oprimidos y opresores, sobre el drama íntimo de los protagonistas. Su duque es, desde luego, violento, pero además aparece con tics, el cráneo rapado y tatuado de pies a cabeza. Este aspecto se corresponde al imaginario infantil de los flamencos cuando a los niños se les amenazaba con un ‘¡Que viene el duque de Alba!’ si no se portaban bien en un equivalente de nuestro coco o del hombre del saco.

Wagner introduce el elemento religioso con una imagen de la Virgen que estalla repetidamente en pedazos durante la obertura. Es la misma imagen ante la que el duque se arrodilla en su estancia y también la que lleva tatuada en el pecho con la que identifica a su hijo que también la lleva dibujada (dudo que desde el segundo piso se identificaran los tatuajes).

Flores, colaborador habitual de La Fura dels Baus, expresa la idea del director de escena acentuando el carácter de opresión militar con un suelo lleno de muertos desnudos al principio y unas imágenes gigantescas de soldados en varios momentos de la ópera. El escenario está dividido horizontalmente. Arriba, el poder; abajo, el pueblo oprimido, y entre unos y otros, una pasarela metálica. Domina el color negro y la iluminación (Fabrice Kebour) resalta la frialdad. La puesta en escena desprende un aire de ‘deja vu’, es eficaz pero poco original y necesita una dirección de actores más compacta.

Todos los cantantes debutaban el papel lo que explica una cierta irregularidad, especialmente en el caso del tenor Enea Scala (Henri) y del barítono Kartal Karagedik (el duque de Alba), los de mayor dramatismo y dificultad de la ópera. Ambos poseen una hermosa voz y tuvieron momentos realmente brillantes, pero su interpretación resultó algo desigual. La soprano Ania Jeruc era una eficaz ‘Hélène d’Egmont. De los papeles secundarios destacaba el Daniel del bajo Markus Suihkonen. David Shipley (Sandoval), Denzil Delaere (Carlos / Balbuena) y Stephan Adriaens (Un tabernero) completaban el reparto.  Andriy Yurkevych dirigía la orquesta y el coro de la Opera Vlaanderen.  

Cabe preguntarse si tiene mucho sentido que un compositor acabe una ópera inconclusa de otro autor. ‘Turandot’, por ejemplo, planteó este debate. En este ‘Le duc d’Albe’ además hay más de 150 años entre el comienzo y el final. Sin embargo la respuesta es afirmativa. El buen trabajo de Battistelli justifica que esta ópera que nunca se había estrenado en su versión en francés haya subido a los escenarios.

En cuanto al tema que desarrolla y en caso de que Puigdemont asista a una representación no estaría de más que tuviera en cuenta lo que dice Arturo Pérez-Reverte: “El mayor error es mirar el pasado con los ojos del presente”. Y aunque esta ópera plantee un concreto tema histórico, cabe añadir que muerto Donizetti, el libretista Scribe vendió el libreto en francés a Giuseppe Verdi quien lo convirtió en ‘Les Vêpres siciliennes’ sobre una revuelta ocurrida en 1282. Los  ocupantes españoles pasaron a ser franceses y los rebeldes flamencos, sicilianos.

Ópera vista en Gante el 25 de noviembre.

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