El adiós del nobel colombiano

Lo que el Boom dejó en Barcelona

El paso de Gabriel García Márquez es ya un episodio mítico en la historia cultural de la ciudad, pero más allá del recuerdo siguen vivas algunas de sus huellas

Mario Vargas Llosa, José Donoso y Gabriel García Márquez, con sus respectivas esposas, en su etapa barcelonesa.

Mario Vargas Llosa, José Donoso y Gabriel García Márquez, con sus respectivas esposas, en su etapa barcelonesa.

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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Gabriel García Márquez vivió en Barcelona casi siete años, entre 1967 y 1974. Solo tres más que Mario Vargas Llosa (que recaló en la ciudad de 1970 a 1974). Pero es imposible trazar la biografía del nobel colombiano fallecido el pasado jueves sin recordar ese periodo en que la capital catalana lo fue también del Boom de las letras latinoamericanas. El lugar donde Carlos Barral impulsó a Mario Vargas Llosa con el premio Biblioteca Breve ya en 1962, donde la agente Carmen Balcells les procuró a ambos el ambiente y la seguridad económica necesarias para que creciesen como escritores. Para Vargas Llosa, esos años fueron «los más felices» de su vida. «A García Márquez le encantaba Barcelona, estaba orgulloso y satisfecho del tiempo que pasó aquí y le gustaba recordarlo», explicaba ayer la escritora Rosa Regàs, una de las grandes amigas barcelonesas de su familia.

La presencia de García Márquez, Vargas Llosa y José Donoso son un capítulo central del relato de la Barcelona abierta y cosmopolita de los 60 y 70. Pero más allá del mito y el recuerdo, ¿qué queda en Barcelona de esos años del Boom? Por supuesto, Carmen Balcells, la «Supermán» de García Márquez. Aunque en 1974 Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez dejan Barcelona, su relación con ella, que va más allá de lo profesional, y con los amigos que dejaron en la ciudad, hará que regresen muchas ocasiones. García Márquez, por última vez, en el Foro Iberoamericano del 2005, rompiendo su promesa de no viajar a España por su política de visados. «Es una ciudad que le gustó especialmente porque la conoció en un momento de una vida cultural muy intensa y muy fácil, con esa mezcla de poetas, editores, fotógrafos, escritores y diseñadores», dice Regàs. La relación con ella incluye a los hijos de ambas familias, como sucede también con los grandes amigos barceloneses de García Márquez, Luis y Leticia Feduchi.

Según la exdirectora de la Biblioteca Nacional, Barcelona no ha demostrado suficientemente su reconocimiento por ese brillante episodio de su historia cultural. «Somos un país muy raro en estas cosas, nos cuesta reconocer las cosas que no hemos hecho nosotros. Y la literatura catalana no hace caso de lo que se haga en castellano. Pero la gran vergüenza no es de la literatura catalana, sino de la sociedad catalana».

UN NUEVO PARÍS / ¿Entonces, solo queda un recuerdo compartido por supervivientes de esos años, como los ya citados, o Joaquín Marco, Pere Gimferrer, Beatriz de Moura...? No, una de las huellas del Boom es el hecho de que les seguirán nuevas generaciones de escritores, desplazados por exilios y las sucesivas crisis económicas o atraídos por la fortaleza del sector editorial. Hoy residen en Barcelona, de forma estable o durante largas temporadas, Rodrigo Fresán y Martín Caparrós, Juan Villoro y Emiliano Monge, Juan Gabriel Vásquez y Santiago Roncagliolo... Influyen las relaciones editoriales pero también, opina Antoni Traveria, director de Casa Amèrica Catalunya «un cierto romanticismo hacia Barcelona». «Los jóvenes escritores han seguido teniendo la sensación de que para triunfar tenían que pasar por aquí. Barcelona, desde 1962, sustituye al mito que fue París en el siglo XIX», opina el profesor de la UPF Domingo Ródenas de Moya.

CAPITAL EDITORIAL / Otra huella del Boom: la conversión de Barcelona en la capital editorial en lengua castellana. «El factor desencadenante es que Carmen Balcells los junta a todos aquí, pero no se tiene que olvidar el papel fundamental de Barral», recuerda Traveria.

La relación especial del sector editorial barcelonés con el mundo del libro en América Latina pasó a gravitar, al cabo de unos años, sobre la absorción de sellos editoriales americanos, más que en interés por sus autores. «Cada octubre venían, antes de Fráncfort, los editores de toda América a Barcelona. Nos pasábamos un día explicándoles la oferta editorial del grupo, y les daban un cuarto de hora para que nos presentaran sus autores», explica un antiguo editor de Planeta. Pero con una recuperación del interés por la creatividad que viene del otro lado del Atlántico, un Grupo Planeta confiado cada vez más en los resultados de sus filiales americanas y la conversión de Penguin Random House, con sede en Barcelona, en un gigante en lengua castellana, esa capitalidad ha quedado reforzada.

LA HUELLA EN LA LITERATURA CATALANA / En su Dietari de 1973, Josep M. Castellet criticaba la falta de comunicación del mundo cultural catalán con la comunidad literaria latinoamericana en Catalunya. «Es un fenómeno que sigue produciéndose. Hubo y todavía hay falta de generosidad receptiva, que es una de las causas de la falta de proximidad de los llegados a nuestra propia cultura», reiteraba en el 2007. Vargas Llosa y García Márquez, en cualquier caso, cumplieron con la literatura en catalán con muestras de aprecio como la defensa del Tirant lo blanc por el primero o el impulso a la traducción de Tísner de Cent anys de solitud o los elogios a Mercè Rodoreda en el caso del segundo.

Pero realmente, es difícil encontrar ejemplos de contaminación fértil de la literatura latinoamericana en la literatura catalana. Aparte de Pere Calders y Tísner, que trajeron las influencias mexicanas incorporadas por el exilio, «esa cosa excesiva y brutal», dice Laura Borràs, directora de la Institució de les Lletres Catalanes y comisaria del año dedicado a ambos escritores. Aunque quizá sea más fácil detectar la de Cortázar en escritores dedicados al cuento como Quim Monzó, apunta.

«Es evidente que ha habido escritores catalanes que los han leído: la forma de reproducir hechos maravillosos en la realidad en los cuentos de Monzó, que no bebe solo de la literatura norteamericana; o Jesús Moncada, que no sé si es totalmente comprensible si no es por los ecos latinoamericanos», sostiene el profesor de la Universitat Pompeu Fabra Domingo Ródenas.