Un Prado de bolsillo

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ANNA ABELLA
BARCELONA

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En una pared cuelga El albañil herido (1786), de Goya. Al lado, en una vitrina, está un estudio preparatorio. No lo parece pero entre uno y otro hay un abismo. ¿Por qué los dos compañeros que transportan al obrero del óleo final tienen el semblante serio y fruncido y ya no se miran con complicidad ni se ríen, como en el boceto? ¿Y por qué la sangre de la camisa del herido ya casi no se ve? El carácter cómico que Goya imprimió al boceto ha desaparecido, la libertad creativa que destilaba se ha encorsetado. ¿Quizá para dignificar la escena pensando en el lugar al que iba destinada, el comedor del palacio del Pardo? Es solo una muestra del talante de las 135 pequeñas obras, que lo son solo en tamaño, de la exposición La belleza cautiva. Pequeños tesoros del Museo del Prado, que desde hoy y hasta el 5 de enero se mudan al CaixaForum de Barcelona en la que es la mejor y más amplia selección de piezas que la pinacoteca madrileña ha expuesto nunca fuera del museo, gracias ala política de alianzas con la Obra Social la Caixa. Acuerdos que vienen cristalizando con éxitos en CaixaForum como la exposición Goya. Luces y sombras, que congregó en el 2012 a casi 300.000 personas.

El Bosco, Tiziano, Brueghel el Viejo, El Greco, Velázquez, Rubens, Goya, Madrazo, Fortuny... todo un «Prado portátil», como apuntó ayer el director del centro, Miguel Zugaza, en obras de pequeño formato, muchas destinadas a la privacidad doméstica de la élite rica que podía pagarla, que establecen una intimidad con el visitante y permiten ver, dijo la comisaria de la muestra, Manuela Mena, «detalles como los insectos en las hojarascas de Brueghel o los chorritos de sangre que caen de un pequeño crucifijo sobre los santos en un óleo de Vicente Macip».

Poco después de que la obra más antigua, una escultura de Atenea Partenos del siglo II d.C (copia del original del Partenón, que pudo lucir en una villa romana), reciba al visitante, se divisan las tablas de un díptico de Jaume Mateu, del siglo XV, El arcángel Gabriel La virgen anunciada. «Por su tamaño, la gente podía viajar con ellas, son como las actuales tablets. Es una exposición de tabletas», bromeó Mena, en las que, añadió: «hay vida: paraíso, tierra, infierno, verdad, mentira, odio, amor, conflicto... Eso nos hace aprender quiénes somos y conocernos». Por ello, aconsejó, hay que disfrutarla «con libertad, sin prejuicios» y dejando suelta la «irracionalidad» que ella misma experimentó con solo cuatro años cuando entró en el Prado. «Aún recuerdo Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, con los muertos en primer término. Luego veía muertos en las esquinas... Y las ninfas de Rubens perseguidas por sátiros, y más, a esa edad, vista desde abajo. Me gustó el desenfreno, pensé que valía la pena vivir si la vida era eso...». (En la muestra está su Diana y sus ninfas cazando, aunque los sátiros están ausentes).

MAESTRO Y DISCÍPULO / Pero este Rubens no es el único. Su boceto de Apolo y la serpiente pitón un boceto (1636) es un ejemplo de que «un maestro no deja una pincelada necesaria sin dar», precisó la comisaria. Su Apolo en un dios, muy masculino. En cambio, al alzar la vista, se aprecia en la pared el cuadro donde su ayudante Cornelis de Vos lo trasladó al gran formato, fielmente sí, pero con una pincelada menos suelta y un Apolo que «podría ser un espadachín flamenco que se ha quitado la ropa».

El menor tamaño de La extracción de la piedra de la locura (1500) ha permitido excepcionalmente poder ver un Bosco. Ante el inolvidable cirujano con un embudo invertido por sombrero (en alusión a la locura), que extrae a un hombre un tulipán del cráneo, surgen preguntas. «Es de difícil interpretación», zanja Mena, aunque dejó escuela, como el Orfeo y Eurídice en los infiernos (1652), de Pieter Fris, con animales grotescos y un condenado transportado por una criatura en el aire que inspirará el Suicida (1837) de Leonardo Alenza.

EL MÁS PEQUEÑO / El cuadro más pequeño es un miniretrato de una joven Mariana de Austria (hacia 1655) que no es mayor que la pantalla de un móvil. Es anónimo pero, como insinuó la comisaria, recuerda inequívocamente el pincel de Velázquez, de quien destaca Vista del jardín de la Villa Medici en Roma (1629), un paisaje pintado al aire libre con total libertad con el que se anticipó en casi dos siglos al impresionismo.

Un maniquí articulado del siglo XV atribuido a Durero; un Watteau -Fiesta en el parque-; el pequeño y temprano Greco La huida de Egipto, junto (1570) a otro mayor -Coronación de la virgen-; y el siglo XIX, que cierra la muestra con tres joyas de Fortuny, como Los hijos del pintor en el salón japonés (1874), que su repentina muerte le impidió terminar. Y un broche anecdótico: una postal de 1911 de la versión del Prado de La Gioconda que un niño de 14 años compró en el museo y en la que dejó  escrito en el reverso que la noche antes la obra de Da Vinci había sido robada del Louvre.