UNA ALIANZA DE CANCIONES QUE CUESTIONA LA REALIDAD ACTUAL

Politizar la música popular

Cantautor enmascarado 8 Estampa actualizada de Woody Guthrie.

Cantautor enmascarado 8 Estampa actualizada de Woody Guthrie.

NANDO CRUZ
BARCELONA

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El legendario cantautor estadounidense Woody Guthrie, camuflado tras una máscara de los ciberactivistas Anonymous. Ninguna imagen podría sintetizar mejor las intenciones de la Fundación Robo, colectivo de músicos que propone que la música vuelva a ser, hoy más que nunca, un reflejo crítico de la realidad. La canción popular como arma para cuestionar y agrietar el discurso dominante. Politizar la música española. O mejor dicho: repolitizarla. Revertir su inexplicable dinámica de despolitización.

La Fundación Robo nació en la primavera de 2011 en la cabeza del músico y activista Roberto Herreros. Semanas después del 15-M, empezaron a brotar en la red canciones que asumían las propuestas de cambio de aquellos días. Desde entonces, Robo se ha convertido en un imán de voces críticas. Nacho Vegas, Albert Pla, Fernando Alfaro, Miren Iza, Xavier Baró, Óscar Mulero, Tarántula, Refree y Sílvia Pérez Cruz, entre muchos otros, han aportado canciones al proyecto.

Un doble CD financiado mediante micromecenazgo reúne ahora 32 canciones que siguen disponibles en la web de la Fundación Robo. Son canciones que miran a la realidad de cara, que acompañan estos tiempos inciertos en que unos días ves el presente con miedo y otros, lleno de esperanza. Por eso mismo, mientras Baró canta a los miles de desahuciados en la conmovedora Allau d'estrelles solitàries, Pla evoca en Teófilo Garrido la sensación de felicidad que te embriaga al ver en una manifestación que tantísima gente piensa igual que tú.

La Fundación Robo ha aglutinado a músicos de postulados artísticos distantes que ejercen ese necesario rol de cuestionar el presente. Hace seis años habría sido impensable ver al cantautor Nacho Vegas, al productor techno Óscar Mulero, al rapero Arma-X y al grupo de noise-rock Triángulo de Amor Bizarro unidos por algo. Pero la convergencia de tantas voces críticas invita también a replantear la responsabilidad social del artista. Y si, como dice la neoyorquina Lydia Lunch, «la música es el tejido conectivo entre protesta, rebelión, violencia, conciencia sexual y comunidad», todas estas canciones avanzan juntas en esa dirección.

Otro logro de Robo ha sido restituir la memoria de voces olvidadas cuya lúcida mirada cobra hoy especial brillo. No solo la del cantautor de los años 70 Chicho Sánchez Ferlosio, de quien recuperan títulos como La paloma de la paz y Gallo rojo, gallo negro, sino la de grupos vascos como La Polla Records y Eskorbuto. «El partido que gobierna este país / Y toda su oposición parlamentaria / Las patronales, los sindicatos / Todos contribuyen a nuestro fracaso», gritaban los segundos en 1986. Tarántula lo canta hoy sin necesidad de cambiar una coma.

Fundación Robo ha creado de la nada un marco musical desde el que repensar el futuro. Y algunas frases contenidas en sus versos se van infiltrando en el lenguaje cotidiano sin apenas haber sido radiadas. «Qué bonito es el mundo piramidal, que se joda el que no tenga sanidad», ironiza Miren Iza. «Yo era el primero de mi clase y ahora estoy a punto de ponerme una media en la cabeza», intuye Héctor Blanco. «No apedreéis a los pobres, veréis que pronto lo sóis», profetiza Alfaro. Otras, como el ya célebre «lo llaman democracia y no lo es», hacen el camino inverso y se cuelan con rabia en el rap de Diploide.

La canción que hizo crac

Nacho Vegas dio un fuerte impulso al proyecto aportando la memorable Cómo hacer crac y sumándose a varias actuaciones del colectivo. Su canción logró algo más que capturar el clima que se respiraba en el 15-M. La realidad se coló en su música, sí, pero al renunciar a una mera descripción, al optar por un relato de política-ficción y darle un título de libro de instrucciones, trascendió los hechos que la inspiraron.

Así, versos como «una niña susurra a tu oído que han desahuciado a la familia Botín» han cobrado forma de tímido y poético anhelo colectivo. «La mejor música pop no tiende tanto a reflejar acontecimientos como a absorberlos», escribió el crítico Greil Marcus a raíz  del politizadísimo funk de los californianos Sly & the Family Stone.