Mientras haya vida
EL LIBRO DE LA SEMANA Peter Heller encaja, en 'La constelación del perro', en la tradición de Hemingway y de Jack London
La vida de Higs parece a primera vista más que envidiable: pasa la mayor parte de su tiempo al aire libre, acompañado por su perro Jasper y una escopeta de caza; dedica horas preciosas a cuidar su avioneta particular, una Cessna a la que apoda «la Bestia» y con la que sobrevuela ríos y bosques; dispone de combustible más que suficiente; protagoniza impresionantes expediciones de pesca en kayak. Por si no bastara con todo eso, tiene un vecino llamado Bangley, armado y dispuesto a matar a cualquiera que -aunque sea por mera proximidad- amenace su vida.
Pero está más solo que la una. La constelación del perro es una distopía, una narración postapocalíptica, un comoquiera que demos en llamar al género de moda de estos últimos años. Todo ocurre tras una gripe mutante que ha diezmado a la humanidad y, para colmo de males, ha dejado a muchos de los escasos supervivientes infectados por una enfermedad sanguínea, contagiosa y mortal. En ese contexto, la vida del gran Higs es un anhelo permanente y doble: hacia el pasado, hacia todo lo perdido no sólo por él, sino por la humanidad entera, por el planeta; y hacia el futuro, el escaso futuro posible, la vida que tal vez queda y que Higs se obliga a rastrear. La última trucha viva en el río; un ser humano libre de contagio. El lamento del caudal de vida desaparecido (en el que se incluye nada menos que su esposa y el bebé que ésta esperaba) se salva del discurso meramente nostálgico gracias a la viveza del lenguaje, acaso el mérito más distintivo de Heller, que logra un tono poético y llamativamente musculoso al mismo tiempo. El tono y el ritmo de las frases obligan a pensar en Hemingway; no casualmente ocurre lo mismo con el protagonista, un duro/tierno cuyo éxito deseamos desde las primeras páginas. Encima, tiene un perro adorable.
Sin embargo, el factor más personal de esta historia está en la idea de la búsqueda, en el afán que, a partir de un cierto suceso en la historia, empuja a Higs a alzar el vuelo, pero esta vez ya no en uno más de los dos vuelos de reconocimiento diarios que le permiten acceder a ciertas provisiones y manejar su seguridad, sino en busca de un pálpito de vida lejano y quizá tan solo intuido. Heller saca mucho partido al elemento de la enfermedad porque incluso cuando sí se producen encuentros con comunidades humanas, la imposibilidad del contacto físico no hace más que aumentar el deseo de compañía verdadera. La búsqueda de Higs, entonces, pese a darse en situaciones extremas e inusuales, se parece mucho a la de cualquier humano. Y como toda búsqueda literaria que se precie, parte de una carencia dolorosa y busca esa esperanza minima que contiene por defecto la vida.
La constelación del perro mereció la etiqueta de «novela revelación» de 2012. Primera obra de un periodista especializado en naturaleza y aventura; lamento postapocalíptico con el correspondiente repique ecológico... Sí, lo tiene todo para ponerse de moda. Y si se confirma que no tardará en convertirse en película cabe que ese factor vaya en aumento. Pero no se podrá discutir que encaja en la tradición de Hemingway, de Jack London, de las grandes historias de aventurados condenados a forjar con esfuerzo y grandes dosis de fe su única felicidad posible.
LA CONSTELACIÓN DEL PERRO Peter Heller Trad. Blanca Rodríguez y Marc JIménez Blackie Books. 311 págs. 21 €
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