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Esta mujer sí que es Wonder Woman

'Maudie, el color de la vida' recupera la tierna y real historia de una pintora discapacitada que supo econtrar el amor y su lugar en el mundo

Fotograma de 'Maudie, el color de la vida', protagonizada por Sally Hawkins.

Fotograma de 'Maudie, el color de la vida', protagonizada por Sally Hawkins. / periodico

OLGA PEREDA / MADRID

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En 'Maudie, el color de la vida' pasan pocas cosas. Pero las que pasan son (todas) emocionantes. La directora irlandesa Aisling Walsh recupera la historia de una pintora canadiense, gran exponente del arte naíf, que murió siendo una celebridad aunque durante su vida tuvo que soportar más de una burla. Y no solo por sus originales cuadros sino también por sus defectos físicos. Nació en 1903 con los hombros inclinados y la barbilla sobre el pecho y cuando apenas era una adolescente una artritis reumática desfiguró sus manos. La actriz Sally Hawkins tiene todas las papeletas para ganar una nominación al Oscar (sería la segunda de su carrera tras 'Blue Jasmine') después de meterse en la piel de la artista Maud Lewis, una tímida y encantadora mujer que supo encontrar a la persona de su vida: un huraño, tacaño y maleducado pescador (Ethan Hawke) que terminó siendo su marido. Ambos tuvieron una historia de amor “nada típica” porque eran “dos seres incompatibles”. Eso fue lo que decidió a la directora a ponerse detrás de las cámaras y rodar un filme cautivador.

La pintora -con un impresionante mundo propio- y el pescador -un ser arisco sin más mundo que la mera subsistencia- eran “dos almas de las que solo existen en los márgenes de la sociedad”, explica la cineasta. “Un día se encontraron y comenzaron una vida juntos que les cambio a los dos. La película es un retrato íntimo de dos personas y de su viaje hacia el descubrimiento del amor”, añade. La protagonsita es "un pájaro herido" y el pescador, "el perfecto espantapájaros".

LA MUERTE DE SUS PADRES

Lo peor que le pasó a Maud Lewis no fueron sus problemas de salud sino la repentina pérdida de sus padres, un artesano y una pintora aficionada a la música. Ambos supieron hacer feliz a su pequeña. Con 16 años, sin embargo, se quedó huérfana y se fue a vivir con una tía. Maud quería ser libre y dueña de su vida, así que cuando vio una oferta laboral -un pescador buscaba una empleada para las labores del hogar- no dudó en postularse. Se fue a vivir con él a su casa, una diminuta cabaña en los márgenes de la carretera. Y al poco tiempo -en 1938- se casaron. “Era una casa gris y monótona que ella fue transformando y convirtiendo en la Casa Pintada, llena de color”, prosigue la cineasta, que añade que el hogar se conserva hoy como museo aunque el equipo del filme optó por rodar en una réplica. “Todo un desafío”, recuerda Walsh.

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Maud -artista autodidacta y amante de la naturaleza- empezó a pintar para huir de la soledad que sentía en la cabaña, desde la que miraba el mundo por la ventana. Su estilo era original, inundado por flores, pájaros y la cotidiana vida rural. Solo dibujaba dos figuras humanas: ella y su marido. “Retrataba animales y el cambio de las estaciones. Un par de bueyes en la nieve, tres gatos en primavera, un ciervo en verano… Sospecho que cuando finalmente intentó pintarse a sí misma se encontró con una cara que no le gustó mucho. Quizás no logró entenderla. A lo mejor era demasiado tímida”, subraya la directora.

NIXON COMO CLIENTE

“Una vecina acaudalada fue la primera en fijarse en las pequeñas postales que pintaba Maud y que vendía por cinco dólares”, explica Walsh. Ese fue el inicio de su carrera, si es que puede llamarse así porque a la pintora “no le interesaba mucho el dinero” y eso que hasta la Casa Blanca de Nixon adquiró obras suyas.

El pájaro herido terminó convirtiéndose en una artista folk reconocida. Y el espantapájaros, en su cuidador. La cuidó (y la amó) hasta el final. Ella falleció en 1970 y él, diez años más tarde.