ESTRENO TEATRAL

En la jungla laboral

'La peixera' golpea a la platea del Versus con un demoledor retrato de la competitividad

Òscar Molina y Joan Bentallé, en 'La peixera'.

Òscar Molina y Joan Bentallé, en 'La peixera'. / LA PEIXERA

IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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Lo mejor (y lo peor) de la obra 'La peixera', del dramaturgo Toni Cabré, es lo mucho que la platea, por desgracia, puede identificarse con la trama y los personajes. La ha estrenado el Versus Teatre (estará en cartel hasta el 29 de mayo) tras años arrinconada en las estanterías. El autor escribió y publicó el texto, bajo el título 'L’efecte 2000' (premio Ciutat d’Alcoi), hace ya más de tres lustros, cuando España iba bien y pocos advertían del 'tsunami' que se avecinaba. Cabré sí lo vio venir y, en su ficción, envió a cuatro informáticos a la lucha más descarnada por la supervivencia laboral. Apenas ha tenido que actualizar algún término técnico y cambiar el título para rescatarla hoy, más vigente que nunca.

La batalla se libra en el asfixiante sótano de una empresa, donde el equipo de informáticos trabaja. Su jefe directo –Òscar Molina, que también dirige el montaje– les anuncia los planes de "los de arriba" de prescindir de sus servicios. Y ellos, que se creían los amos del cotarro, los cerebros irremplazables para el funcionamiento del negocio, se lanzan a despellejarse vivos tras constatar que el jefe de la manada no les defenderá.

ESPIRAL DE VIOLENCIA

La desconfianza y supuestas traiciones disparan la espiral de violencia que el elenco (Joan Bentallé, Miquel Sitjar, Jaume Casals y Pep Papell) afronta con mayúscula intensidad. A lo largo de una jornada, dividida en cuatro actos, Molina consigue trazar con buen pulso el crescendo del clima de tensión que desemboca en la tragedia, servida con extrema fisicidad en un gran trabajo del reparto que sacude al espectador.

El más veterano del grupo (Bentallé), rabioso por la patada tras haberse dejado la piel en la empresa, desahoga su desespero en una tremenda tunda de golpes al supuesto traidor (Papell), que se ha vendido al poder. La escena es de impacto, como también lo es cuando arrasa con todos los objetos a su alcance, incluido algún equipo informático que acaba hecho pedazos.

Y mientras los de abajo se despedazan, Molina asume con templanza el papel del superior sin escrúpulos también en lucha para salvar el pellejo. Es el más inepto del grupo (incapaz de decidir qué ordenador comprarle a su hijo), pero ahí está, manejando los hilos y el destino de esos cuatro desgraciados. Bestias heridas a las que Cabré culpabiliza de sus acciones. De su falta de estrategia, incapaces de unirse frente al enemigo. Un demoledor retrato, en definitiva, del sálvese quien pueda que domina hoy en el mercado, más bien jungla, laboral.

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