ADAPTACIÓN EN LA SALA BECKETT DE LA NOVELA DE THOMAS BERNHARD

Al paredón con los artistas

Juan Navarro dirige a Gonzalo Cunill en 'Tala', demoledor azote del mundo cultural

Gonzalo Cunill, en el montaje de 'Tala'.

Gonzalo Cunill, en el montaje de 'Tala'.

I. F.
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ya el título de la novela -Tala- sintetiza las intenciones de Thomas Bernhard (1931-1989), azote incansable de una sociedad que le asqueaba. «Se refiere a la tala de artistas. Artistas comprados-talados por el estado-sociedad», aduce Gonzalo Cunill, protagonista y creador, junto con Juan Navarro, de la adaptación que estrena hoy la Sala Beckett. Una demoledora invectiva contra el mundo artístico de Viena, exportable a todos los ámbitos y al aquí y ahora.

La obra parte de hechos autobiográficos. De una cena artística con la alta cultura vienesa a la que asistió el escritor y poeta. «En el texto se dedica a desmembrar a todos. Es un crítica feroz a la institucionalización del teatro, de los artistas; al cortejo de personalidades que envuelve al mundo cultural», declara Navarro, que ha asumido la dirección del montaje. Tan contundente fue el hachazo de Bernhard que algunos de los aludidos le demandaron.

La acción se localiza desde y alrededor de un sillón de orejas, punto de observación implacable desde el que un hombre (Cunill) radiografía el paisanaje vienés y, en general, toda la sociedad. «El autor habla de las trampas de las relaciones sociales, del amor, del envejecimiento... Todas las trampas a las que nos somete la sociedad y en las que seguimos cayendo una y otra vez», argumenta Navarro.

EMOTIVIDAD / Hay también en la obra una «emotividad y un sentimentalismo» ausentes en la mayoría de la producción de Bernhard, convienen los creadores. Esos afectos aparecen en relación a la figura de Joana, una actriz fracasada que se suicida y cuyo entierro precede a esa cena en honor de un actor vivo y reconocido. He ahí la doble contraposición (festejo-muerte, éxito-fracaso) y el trasfondo, según Navarro, de cómo la institucionalización de la cultura muchas veces desvirtúa el talento. Para Toni Casares, director de la Beckett, el texto es un «lamento por la casi imposibilidad de que los artistas mantengan su pureza».